“Vehaiá col motz-í iahargueni…” exclamaba Cain ante El Creador al tomar conciencia de los que sus manos habían actuado. ‘Y será mi suerte tal que todo el que me haya de encontrar, con seguridad me matará’. Cain lo sabía. Asesinar a mansalva no tiene descanso. Además de su errantez perpetua, el temor a ser aniquilado merodeaba sus días y sus noches. La señal impuesta por D´s así lo indicaba. No sabemos por cierto donde cupo dicha señal…Tal vez todo él, toda su persona pasó a ser un distintivo para el resto de la humanidad. Tal vez, por fin, el temor existencial había abrazado a Cain, el primer fraticida en los tiempos de la Creación.
Nuestra última perashá de Bamidbar, nos trae los hechos del pasado al presente. Cain se ha reproducido por doquier. Cain jamás ha aprendido su lección. Y siempre lo intenta. Y el ‘éxito’ de los genocidas parece acompañarlo y hasta alentarlo. Puede llegar a temer ser muerto, como su ancestro. Pero el placer del matar parece superar con creces todos sus temores…
El asesino a mansalva, por comisión en términos bíblicos, -“Rotzeaj bemezid”- ha hecho de su derecho a la vida tierra de nadie, y a la vez, ha vaciado definitivamente todo sentido a verse amparado por la sociedad de los seres humanos.
El deber de perseguir y atrapar al asesino, llevarlo a juicio a fin de redimir la sangre derramada de su víctima, no reconoce límites geográficos ni de estados. Y esto deviene del propio veredicto del primer genocida –mató a todo un mundo-, Cain, cuando decía lo citado. Y tal definición es más amplia aun, cuando ni siquiera la inmunidad del Templo le sirve como refugio: “Y si un hombre atenta contra otro para matarlo con alevosía, de Mi altar lo sacarás a fin que sea muerto” sentencia nuestra sabia Torá (Shemot 21:14).
Una prueba elocuente de lo dicho, en la cual ni la soberanía de un Estado puede servir de refugio a un asesino –terrorista en términos modernos-, lo encontramos en las palabras de la Agadá, donde se interpreta el versículo del profeta Isaías “quién es aquel que viene de Edom, con sus ropas ensangrentadas desde Botzrá”, se refiere, enseña la agadá, “al redentor de las sangres del pueblo judío…”, que ha matado al ministro de Edom en Botzrá, en territorio del país de Edom (Talmud, Macot 12 A).
El extinto sabio, Rab Moshé Tzví Neria cita, en su libro ‘Ner la Maor’ la precisa definición del Gaón, autor del ‘Jidushé haRí’m’ (Primer Gran Rabino de la descendencia de Gur) el sentido de las “Ciudades Refugio” que habla nuestra Torá (en nuestra perashá, precisamente): ‘el hombre que asesinó, aún accidentalmente, no tiene lugar en el mundo, “y a la tierra no le será perdonada la sangre que fue derramada en ella, sino es con la sangre de aquel que la derramó” Cap.35:33).
Explica el sabio que El Todopoderoso se apiadó de aquel que mató y “que sabe que no tiene un lugar en el mundo a partir de tamaño pecado que incurrió al quitar una vida”, y entonces dispuso para él de un lugar – “ya que no fue premeditado…y Habré de poner un lugar donde escape” (Exodo 21:13).
De modo tal, estimado lector, deducimos que aquel que asesinó a mansalva y premeditadamente, no dispone de un solo lugar en el mundo, y un famoso legista de Aschkenaz dictaminó que todo aquel que haya asesinado con alevosía y fue muerto por el familiar del difunto –“goel hadam”-, “gabra ketila katalu, veein lo damím”, ‘ha matado a un hombre asesino y violento, por lo cual no tiene culpa alguna’… “¿Y qué imunidad y protección estatal le corresponde a un asesino”? pregunta casi con dolor el sabio Rab Neria Z”L.
Creo humildemente que hoy, muchos de nosotros nos hacemos idénticas preguntas. Mientras las ciudades refugio bíblicas –seis en total- dejaron de ser, hoy se erigen países refugios, estados terroristas, llenos de sangre, ávidos de más…
Cain sigue encontrando a Hebel por doquier, y lo sigue matando. Lleno de odio, sin palabras que medien… Y a la hora de recibir su sentencia, expresa su temor de ser muerto por quien lo encuentre…¡Que´paradoja mi querido lector! ¡Qué tristeza paradojal me produce leer el llanto de Cain! Llanto amenazante, cobarde y calculador.
Y así Maimónides, cuando enseña acerca del asesino a mansalva, a quien no cabe refugio alguno, sentencia: “El asesino, debido a la enormidad de su crimen, no podría a ningún precio obtener el perdón, y no se debe aceptársele ningún rescate. La tierra no puede ser expiada por la sangre derramada en ella sino por la sangre de quien la derramó” (Guía de los Perplejos III:41).
Y finaliza nuestra última perashá ‘Mass’é’ al respecto, con un versículo que dice: “Por lo tanto no contaminaréis la tierra donde residiereis, en medio de la cual Yo habito…”.
Rab Shimshon Refael Hirsch Z”L nos deja su apreciación: “En el momento en que D´s permitió que Noaj y sus hijos pisaran la tierra que se les acababa de dar, puso el mundo vegetal y animal a su disposición. Proclamó el principio de la suprema dignidad del ser humano por medio de su semejanza con D´s como condición de ‘regalo’. ‘Sin embargo (vuestra sangre) vuestra vida, os pediré en cuenta; al hombre que ha abatido a su hermano le volveré a pedir la vida del hombre. Aquel que vierte la sangre del hombre, por el mismo hombre será vertida; porque el hombre ha sido hecho a imagen de D´s”.
Y concluye el sabio explicando que en el momento en que D´s le entrega la Tierra Santa a Israel como base de su desarrollo bendito, El especifica “la tierra no puede ser expiada por la sangre derramada en ella sino por la sangre de quien la derramó”. ‘El renueva ante Israel la proclamación del respeto humano como condición para la posesión de su país bendito y lo extiende ahora por medio de la institución de la ciudad refugio para el asesino involuntario”.
Final del Libro. Jazak, jazak venitjazek se escucha. Que seamos fuertes y nos fortalezcamos. Hoy Israel necesita más que nunca de la fuerza. La física y la espiritual. Cain salió de su refugio otra vez y mata a mansalva. Es hora de identificarlo. Muchos parientes de víctimas quieren dar con él…Que no halle refugio en la impunidad y complicidad de las naciones como hasta hoy…
¡¡Shabat Shalom uMeboraj!!
En plegaria por la paz y la quietud en nuestra casa,
Mordejai Maarabi
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