Nueva York (CJL-OJI) – En la noche del 14 de nisán del calendario judío , correspondiente este año al sábado 23 de abril en el almanaque general, se celebra el Primer Seder de Pesaj.
La reflexión que se inserta a continuación - enfocada en que cierta práctica del Séder que comúnmente es considerada un mero juego para esparcimiento de los niños, tiene en realidad un significado profundo para los adultos - fue formulada por el rabino Harold Schulweis, quien ejerce en Encino, California, y difundida por el servicio “My Jewish Learning”. Ha sido traducida al español por el director del Informativo OJI.
Yo tenía cinco, quizás seis años de edad cuando devolví la matzá que mi abuelo había colocado en una servilleta de hilo y yo ocultado en el dormitorio. Mi vista había estado fija en el abuelo desde el momento en que efectuó la ceremonia de iajatz, quebrando la matzá del medio en dos partes desiguales y devolviendo la parte más pequeña a su posición original. Cuando mi abuelo retornó a la mesa, yo ya había escamoteado el pedazo faltante. Sabía, igual como lo sabían todos mis primos sentados alrededor de la mesa, que aquel que lograse ocultar y luego presentar el trozo mayor separado por mi abuelo – el afikoman – podía obtener, a cambio, del mismo un interesante rescate.
Ese Séder de Pesaj fue inusualmente largo y yo me había quedado amodorrado debido a las copas de vino que había bebido según el ritual y a lo tardío de la hora. Yo había ocultado el trozo faltante de matzá envuelto en la servilleta de hilo, escondiéndolo debajo de la almohada de la cama. Muy poco tiempo después me venció un sueño profundo. Recuerdo haber sido despertado por mi mamá, quien con cierta perentoriedad me urgía a que devolviera la matzá escondida, de modo que el Séder pudiera ser completado. Así lo hice, presintiendo en mi mente infantil que no se trataba de un juego de niños, que detrás de aquel esconder y encontrar yacía un significado más profundo. Los adultos tenían semblantes serios y yo, que sabía dónde se hallaba el trozo separado, percibí que estaba dotado de un cierto poder.
Al paso de los años, yo sentí más y más el misterio de la acción del iajatz. Todos los demás gestos rituales del Séder estaban precedidos por una bendición – sobre la copa de vino, por el lavado de las manos, sobre el perejil, sobre las matzot, sobre las hierbas amargas mixturadas con el jaróset. Pero no había berajá (bendición) alguna sobre el iajatz, ni siquiera una explicación al respecto como sí se la da antes de comer el emparedado de Hilel.
Eruditos rabinos también tuvieron la sensación de la rareza que consiste en recitar un motzi (bendición por el pan) sobre un trozo roto de pan no leudado. También se preguntaron la causa de que la matzá del medio y no las dos otras matzot era la que había que partir y por qué esa rotura tenía que hacerse en dos partes desiguales, con la porción mayor preservada para servir de afikoman. Las explicaciones que formularon fueron mayormente legalistas, basadas en las opiniones sustentadas por el Rambam (Maimónides), el Rif (distinguido erudito talmúdico que nació en Fez y enseñó en Marruecos y España, legando el “Sefer Halajot”, fuente clásica de cuestiones legales del judaísmo) y por otros sabios eminentes. Para otros, el “robo” del afikoman fue introducido con la intención pedagógica de mantener a los niños atentos, brindándoles un pasatiempo. Pero ninguna de las explicaciones llegó a satisfacerme. Como en el caso de abrir la puerta para el ingreso del Profeta Elías, yo me daba plena cuenta que en aquello había mucho más que entretener a los chicos.
Quererlo todo, pero sin poder alcanzarlo.
En el esquema del ritual del Séder, la división de la matzá del medio – iajatz – se realiza tempranamente, antes de pronunciar la solemne declaración de “Este es el pan de aflicción”. La ingesta de la matzá recuperada viene después que se les paga su rescate a los niños, cuando el Séder va finalizando. El ritual de comer el afikoman se denomina “tzafún”, lo que significa “escondido”. Este trozo también es comido en silencio, sin bendición alguna, antes de la medianoche. Después del afikoman no se ingiere comida ni bebida excepto las dos copas de vino finales. En algunas Hagadot se incluye una devoción en arameo que anuncia lo siguiente: “Yo estoy preparado para llevar a cabo el mandamiento de comer el afikoman a fin de unir al Santo, bendito es, con Su Divina Presencia, mediante el oculto y secreto Guardián que protege a todo Israel”.
Ruptura es un símbolo de lo incompleto. La vida no está plena. Pesaj mismo no está completado. El Pesaj que nosotros celebramos tiene que ver con la redención antigua de nuestro pueblo de su esclavitud en Egipto. Esa redención es un hecho histórico y nos conforta, porque mediante su evocación sabemos que nuestra fe en la redención futura no es una fantasía. Ya sucedió una vez y para nuestro pueblo entero, un pequeño pueblo esclavizado que testimonió el poder de una Divinidad Suprema para quebrantar las pesadas cadenas que nos amarraban las manos y para romper el yugo puesto sobre nuestros cuellos. No fue un mero sueño la redención aquella. Sucedió. Y en el Seder relatamos el testimonio de aquel suceso.
Pero es hacia el Pesaj del Futuro que son dirigidas nuestras memorias. La redención no es algo pasado. Hay miedo y pobreza y enfermedad. Hay temblor sobre la tierra. Alrededor nuestro tenemos las plagas de la polución e imágenes de ardientes explosiones nucleares en las nubes, nada semejantes a la nube de gloria y el pilar de fuego que condujeron a nuestros antepasados a través del páramo. La matzá rota le habla a nuestra época, nos sacude los hombros y nos grita a nuestros oídos: “No entierres tu espíritu en la historia. No pienses que la misma ya pasó y está completada, que el Mesías ya llegó, y que tú no tienes nada que hacer salvo esperar, orar y creer”.
El Pesaj del futuro.
La historia de nuestra liberación no es para regocijarse por el pasado sino para la confirmación de nuestras esperanzas. Incluso si recuperáramos el pasado,
tenemos el futuro ante nosotros. Nosotros comenzamos el relato de nuestra aflicción pasada con un llamado al socorro en el presente y con la mirada posada en el futuro. Tres dimensiones de tiempo están mencionadas en el párrafo de apertura del ritual del Seder: “Este es el pan de aflicción que nuestros antepasados comieron en el país de Egipto. Todos los que tienen hambre, que vengan y coman; todos los que estén en necesidad, vengan y celebren el Pesaj. Ahora estamos aquí, el año próximo en Israel. Ahora somos súbditos, el próximo año seremos personas libres”.
El silencio que se guarda antes del quebrantamiento de la matzá del medio y antes de la ingesta del afikoman, sugiere que algo secreto es expresado en la ceremonia. Sabemos que la idea de una era mesiánica fue considerada una amenaza por los regímenes para los que no había Mesías sino un emperador, no había un Redentor sino había Roma. La ensoñación de una era de paz, una cancelación de la esclavitud, es una crítica revolucionaria al status quo, al estado de cosas existente. Los judíos disintieron entre ellos mismos acerca de quién sería el Mesías o cuándo el Mesías llegaría, pero había un punto que todos sabían. No se trataba del Mesías, ni del advenimiento de la Era Mesiánica. En silencio, sin bendición previa – porque no se bendice lo que todavía no sucedió – ellos quiebran la matzá escondida entre las otras dos matzot enteras, anticipando su recuperación y, al comerla, afirman su convicción en el Pesaj del Futuro.
La porción de matzá que se oculta es la parte mayor. La promesa del futuro es mayor que los logros del pasado. No se trata de un juego para mantener despiertos a los niños. Detrás de este secreto se encuentra la visión de los tiempos mesiánicos, en pos de los cuales nosotros vivimos y luchamos. Despierten a los niños de su sueño. Sin que ellos encuentren el trozo faltante, el Seder no puede ser completado. ◊
(Traducción del original en inglés: Pedro J. Olschansky).
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