Algunos palestinos celebraban en Gaza las noticias del infarto de Ariel Sharon con la señal de la “V” de la victoria, disparos al aire y dulces.
El Schadenfreude es el tema recurrente de la vida palestina. Algunos también celebraron los ataques del 11 de Septiembre repartiendo
dulces. Muchos palestinos han celebrado atentados suicidas, incluyendo hasta madres alegrándose de las muertes de sus propios
hijos. Demasiados palestinos sólo parecen felices cuando muere un israelí judío, incluso si tiene que morir uno de sus propios hijos en algún atentado.
Gran parte de esto, por supuesto, se deriva de una cultura que celebra la muerte. Como afirmaba el jeque Ikrimeh Sabri, un muftí de
la Autoridad Palestina: “Les decimos, tanto como amáis la vida, los musulmanes amamos la muerte y el martirio. Existe una gran diferencia entre el que ama el otro mundo y el que ama este mundo. El musulmán ama la muerte y el martirio”, el motivo de la glorificación como héroes de los terroristas suicida.
Incluso esa glorificación y celebración de la muerte, además, está enraizada en una cultura de odio: los terroristas suicida son héroes
no porque se suiciden, sino porque matan infieles a la vez. Vale la pena celebrar el 11 de septiembre y la enfermedad de Sharon porque
representan más de lo mismo: la derrota y la destrucción del enemigo.
La cultura de muerte y odio no se limita a los palestinos: en Egipto, el jeque Atiyyah Saqr, de Al-Azhar , explicaba en el 2004 que “la cobardía y el amor a esta vida mundana son trucos
indiscutibles [de los judíos]”. En el Líbano, Hassán Nasralah, de Hezboláh, concurría: “Hemos descubierto cómo dar a los judíos donde
son más vulnerables. Los judíos aman la vida, así que es lo que les vamos a arrebatar. Vamos a ganar, porque ellos aman la vida y nosotros amamos la muerte”. El jihadista afgano Maulana Inyadulah declaraba: “Los americanos llevan vidas decadentes y temen a la muerte. Nosotros no tememos a la muerte. A los americanos les
encanta la Pepsi Cola, a nosotros nos encanta la muerte”. En la mayor parte de los lugares del planeta y la mayor parte de las épocas a lo largo de la historia, el que ama la muerte ha sido
considerado como poco, desequilibrado. En lugar de alegrarse de la mala fortuna incluso de sus enemigos, los americanos reconstruyeron Alemania y Japón tras la Segunda Guerra Mundial. Los israelíes no repartieron dulces cuando murió Arafat; tampoco celebran
la muerte de palestinos inocentes. La camaradería personal entre contrincantes públicos ha sido durante siglos un rasgo de
civilización: de hecho, incluso los ayudantes del líder de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbás, desearon buena salud a Sharon.
Gesto de la oficina de Abbás aparte, la cultura palestina de muerte y odio arroja sombras sobre el futuro de toda la región. Las perspectivas de un acuerdo negociado y una paz duradera son nimias para todos cuando tantos de un bando odian tan abierta y racionalmente al otro y se alegran de su desgracia. Pero aún así, la
comunidad internacional generalmente ha cerrado los ojos. Aunque profundamente consternada por el concepto políticamente manipulador de “islamofobia”, anunciado hasta en la sopa, la ONU ha prestado una atención escasa al fenómeno del terrorismo suicida de hecho, la crítica al terrorismo suicida ha sido silenciada en la ONU de Ginebra por los delegados islámicos.
Este tipo de inconsistencia manifiesta que la opinión mundial exige un estándar moral más alto a Occidente del que exige al mundo islámico. Si fueran los americanos o los israelíes los que
repartiesen dulces y disparasen al aire por la enfermedad o la muerte de un líder musulmán, el reproche internacional sería rápido y estaría garantizado particularmente desde los portavoces izquierdistas que ven todos los conflictos entre el mundo islámico y Occidente como causados por los ultrajes occidentales.
Existe en esto una capa de etnocentrismo no reconocido. Los medios internacionales y organismos de gobierno parecen asumir que los
palestinos y los demás musulmanes simplemente no son capaces de sostener los estándares morales y cívicos a los que están sujetos
los occidentales.
Se espera menos de ellos. El personal militar americano que comete crímenes en Abú Ghraib y demás es condenado con saña por la opinión
mundial y procesado: crímenes inmensamente mayores de los grupos musulmanes del terror son simplemente una reacción a las provocaciones occidentales — véase la cita post-11-9 príncipe Alwalid bin Talal bin Abdulaziz Alsaud cuando entregaba 10 millones de dólares al municipio de Nueva York. Pidió que EE.UU. “reexamine sus políticas en Oriente Medio y adopte una posición más equilibrada hacia la causa palestina… nuestros hermanos continúan siendo masacrados a manos de los israelíes
mientras el mundo pone la otra mejilla”.
Rudolph Giuliani, al devolver el cheque del príncipe, condenó la noción de que algo pudiera justificar los ataques del 11 -9 pero las opiniones del príncipe están desafortunadamente
extendidas en Occidente .
Nadie parece molesto por el hecho de que al tolerar la celebración entre los palestinos por la enfermedad de Sharon y la cultura de muerte en general, las autoridades internacionales
posponen, quizá para siempre, cualquier posibilidad de que tantos palestinos y musulmanes se deshagan de sus armaduras y adopten los estándares morales y éticos sostenidos por el resto del mundo. Al
continuar esperando menos de ellos, Occidente se garantiza recibir menos de ellos. Como resultado, el conflicto global, alimentado como
está por este odio difundido tan enérgicamente entre los musulmanes extremistas hoy, sin duda no sólo continuará creciendo, sino escalando.
(x) Fuente:El Reloj.com
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