El enviado del Cuarteto y expresidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, es conocido por ser un buen negociador. Uno de los acuerdos que hizo en calidad de enviado del Cuarteto a la región fue la compra por parte de judíos americanos de los invernaderos propiedad de los judíos que iban a ser expulsados de Gaza el pasado verano, y su transferencia como regalo a los palestinos. Desafortunadamente, mientras que los invernaderos sí que fueron abandonados por los judíos mientras el ejército les expulsaba de su tierra, y sí que fueron transferidos a los palestinos, los judíos esperan aún recibir su dinero. Según los granjeros, el Banco Mundial ha deducido el valor de la propiedad robada, los invernaderos, en sus pagos tras abandonar Gaza.
La historia es una de las muchas que nunca se contaron como consecuencia de las expulsiones. Esas expulsiones, y la retirada de las fuerzas del ejército que les siguió, han permitido convertir Gaza en la nueva base de operaciones de la jihad global. Pero al margen de las consecuencias estratégicas predichas de la retirada de las fuerzas del ejército de Gaza, las expulsiones han causado un desastre humanitario a la sociedad israelí. Centenares de familias llevan viviendo en habitaciones de hoteles de Jerusalén los últimos tres meses. El mayor grupo de refugiados - unas 350 familias, con otras 150 de camino - reside en la ciudad temporal de Nitzán.
Cuando una entra a Nitzán, a primera vista parece una historia de éxito. Los caminos están pavimentados en gran medida. Cada familia vive en una casa prefabricada de techo rojo con césped artificial alrededor. Pero basta con cavar ligeramente en la superficie y ves que estás en un campamento de refugiados. Las paredes de fibra de vidrio de las casas pueden ser partidas de un balonazo. Los niños juegan en barrizales junto a bulldózers en funcionamiento. El alcantarillado discurre a cielo abierto entre las casas. Y esas casas - 60 metros cuadrados para las familias de cinco miembros o menos, y 90 metros cuadrados para las familias con más de tres hijos - son diminutas y se caen a pedazos. La mayor parte de las familias de Nitzán vivía en casas que construyeron en Gaza de una media de 200 metros cuadrados.
Cuando llegaron a Nitzán, muchos de los refugiados se dieron cuenta de que su mobiliario no era apropiado y por tanto se vieron forzados a comprar muebles nuevos. Aunque los enseres de cada familia fueron almacenados en contenedores, no se ve ningún contenedor en Nitzán. El Ministerio de Defensa, que administra el campo, permite que la gente disponga de sus contenedores solamente durante diez días. Cualquiera que no vacíe su contenedor después de diez días es multado. Y de todas maneras, el calor del verano combinado con el almacenaje nada profesional de los contratistas del Ministerio de Defensa arruinó el contenido de alrededor del 20% de los contenedores.
Las comunidades de Gaza eran independientes. La mayor parte de los residentes trabajaba donde vivía. El 80% de los residentes de Nitzán que cultivaba, enseñaba en escuelas, poseía tiendas y trabajaba en los consejos municipales, está en el paro hoy. El desempleo masivo, junto con el trauma de haber sido desahuciados de sus comunidades, se ha cobrado su precio sobre los residentes. Las tasas de divorcio están disparadas. Los padres, que pasan la mayor parte del día viendo televisión y subiéndose por las paredes, han perdido el control de sus hijos.
Los niños refugiados de Gaza son quizá los más perjudicados por las expulsiones. La violencia entre los jóvenes es elevada y crece. El abuso de las drogas, que era insignificante en sus comunidades de Gaza, está al alza. Dos casas prefabricadas vacías fueron precintadas después de descubrir que contenían material para drogarse. Así que la fiesta se mudó a otra parte. Nitzán es el principal territorio de beneficio rápido para los narcotraficantes.
Los niños y los jóvenes tienen un temor casi psicótico a la policía y los soldados. “Cuando ven soldados o policía, estos niños comienzan a temblar sin control y a ponerse histéricos”, explica Eliya Tzur, jefe de la organización voluntaria One Heart que está ayudando a los residentes a restablecerse.
“El Cuerpo de Educación del ejército quiso enviar oficiales a las escuelas para hablar con ellos. Advertí que no lo hicieran”, explica Tzur, estudiante de 24 años procedente de Jerusalén. “Dijeron que no temían hostilidades. Les expliqué que no era la hostilidad lo que me preocupaba, sino la violencia. Estos niños avistan soldados y ven tiranos. No sé qué hacer o cuánto tiempo llevará cambiar esto”.
El gobierno ha tratado con indiferencia todos estos problemas. El Ministerio de Trabajo tiene por montar aún una oficina de empleo en Nitzán. Solamente hay un trabajador social asignado a la ciudad Potemkin. Gran parte de la propiedad del consejo regional de Gaza fue desembolsada a otras comunidades. 400 libros procedentes de la biblioteca de Gush Katif están apilados y encerrados en una de las casas prefabricadas. Aún no hay mikve. No existe tienda de comida. Los autobuses pasan dos veces al día y un viaje en taxi a la tienda cuesta alrededor de 100 NIS. Absurdamente, cuando los residentes llegaron, había una torre de vigilancia del ejército a mitad de construir sin ningún motivo. Hay torres de vigilancia en las cuatro esquinas, pero sin personal. El hurto campa a sus anchas.
One Heart organizó talleres de todo, desde búsqueda de empleo a resúmenes escritos para enseñar a los padres cómo afianzar su autoridad sobre sus hijos. Sus voluntarios peinan las ciudades circundantes de Ashkelon y Ashdod con el fin de intentar animar a las empresas a contratar a los residentes. Los voluntarios, que duermen en colchonetas de un centro escolar de tarde que organizaron para los niños de la escuela elemental, también organizaron un centro comunitario y clubs para adolescentes. Cuando intentaron meter una casa prefabricada para una pizzería, el Ministerio de Defensa rehusó permitirlo. Solamente los contratistas del Ministerio pueden meten casas prefabricadas - aun cuando cada casa prefabricada, por ningún motivo aparente, cuesta al contribuyente 400.000 NIS, y la casa prefabricada que One Heart quiso introducir solamente costaba 120.000 NIS.
Mientras los residentes se hunden en la pobreza, aparentemente alguien se está enriqueciendo en Nitzán. Sería interesante saber cómo se adjudicaron las contratas.
La in competencia por si sola no explica el tratamiento por parte del gobierno Sharon-Peres a la población de refugiados que generó sin sentido. Los refugiados quieren aún hoy, por encima de todo, construir nuevas comunidades que les permitan permanecer juntos con la gente con la que llevan viviendo todas sus vidas. Pero mientras Sharon y Peres y Ehud Olmert debaten planes a bombo y platillo para desarrollar el Negev y Galilea, estas personas, que quieren desarrollar las dos, son empujadas a un lado y abandonadas a la desintegración.
En su demonización y criminalización de los israelíes de Gaza que precedieron a sus expulsiones, el gobierno parecía pedir a gritos que estas personas - que soportaron heroicamente alrededor de 6000 ataques de mortero y misil, miles de tiroteos y centenares de tentativas de infiltración en sus comunidades a lo largo de los últimos cinco años - hicieran algo que mostrara su derechismo despreciable. Cuando estos patriotas se fueran pacíficamente, decidiendo no desconectarse de su país, Sharon y sus satélites se quedaron por mentirosos. La brutal indiferencia con la que los refugiados son tratados hoy parece teñida con bastante hambre de venganza.
“Quizá lo más terrible de Nitzán”, dice Tzur, “es que nosotros, en One Heart, tengamos tanto que hacer. Sólo somos un puñado de estudiantes. ¿Por qué somos necesarios?”
Pero ahí está la cuestión. Durante los últimos 12 años, los gobiernos de Israel han estado jugando al póker con nuestras vidas y bienestar entregando tierra, armas y legitimidad a terroristas. Lo único que ha impedido que este país se fuera al traste es el hecho de que el pueblo israelí ha rehusado venirse abajo.
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