Especial para Comunidades
Al observar los desarrollos recientes dentro de la sociedad norteamericana en torno al debate sobre la situación en Irak, uno debería ser perdonado por suponer que la elite mediática y política estadounidense parecería estar decidida a sabotear los esfuerzos del gobierno en las áreas de la seguridad nacional y la política exterior. La infundada acusación de Newsweek de que el ejército norteamericano había profanado un Corán, la publicación por parte del Washington Post de una noticia reveladora acerca de la existencia de una red de prisiones secretas administradas por la CIA en Europa, la denuncia del New York Times a propósito de un sistema de monitoreo de las comunicaciones dentro y fuera de EE.UU. de sospechosos de terrorismo, el procesamiento del jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney por la filtración a los medios de la identidad de un agente secreto, y la decisión del senado de limitar las atribuciones del “Acta Patriótica”, son algunos de los casos salientes que atestiguan acerca de una gigante ofensiva moral en el campo de la opinión pública norteamericana respecto de la política de defensa adoptada por la administración republicana luego del 11 de septiembre de 2001.
El epicentro del debate sobre los ejemplos arriba indicados ha girado en torno a las virtudes o defectos de la conducción de la guerra contra el terror. Existe, sin embargo, un cuestionamiento mucho más profundo a la totalidad de la empresa norteamericana en Irak que yace ya no en lo relativo a la manera en que la guerra está siendo librada, sino que impugna los motivos que gestaron esta guerra en primer lugar, a saber: la noción de que el presidente George W. Bush le mintió al pueblo norteamericano -y al mundo entero- al afirmar que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva y que estaba dispuesto a usarlas contra ciudadanos norteamericanos. Con todo lo escandalosas que las filtraciones de la prensa anteriormente citadas puedan ser, ellas empalidecen en gravedad al compararlas con la seria acusación de que el presidente Bush envió a la muerte a miles de jóvenes soldados a una tierra lejana detrás de una falacia deliberada. Si esto fuera cierto, es decir, si Bush efectivamente hubiera mentido para precipitar a su nación hacia el abismo de una guerra innecesaria y en consecuencia evitable, entonces el sustento moral de toda la estrategia político-militar estadounidense sería severamente dañado.
Es por esto que es tan importante poner las cosas en claro en este sentido. Y nadie lo ha hecho mejor hasta la fecha (al menos hasta donde yo sé) que el prestigioso observador político Norman Podhoretz, cuyo brillante exposé -publicado en la edición del presente mes de diciembre de la influyente revista Commentary- da por tierra con esta falsa invención al demostrar que no solamente el actual presidente republicano creía que el dictador de Bagdad tenía armas de destrucción masivas, sino que la creme de la creme del establishment demócrata y de la prensa liberal norteamericana también creía firmemente en ello; en algunos casos, aún con anterioridad a que Bush asumiera la presidencia.
Así, el entonces presidente William Jefferson Clinton dijo a fines de 1998: “Por más pesado que sea, el costo de la acción debe ser pesado contra el precio de la inacción. Si Saddam desafía al mundo y nosotros fallamos en responder, enfrentaremos una amenaza mucho mayor en el futuro. Saddam golpeará nuevamente a sus vecinos. Hará la guerra contra su propio pueblo. Y marquen mis palabras, él desarrollará armas de destrucción masivas. Él las desplegará y las usará”.* Su Secretaria de Estado, Madeline Albright, dijo esto también en 1998: “Irak está lejos, pero lo que allí sucede importa mucho aquí. Dado que el riesgo de que líderes de un estado agresivo usen armas nucleares, químicas o biológicas contra nosotros o nuestros aliados es la más grande amenaza de seguridad que enfrentamos”. Sandy Berger, el asesor de seguridad nacional de Clinton, sentenció que Saddam “usará esas armas de destrucción masiva de nuevo, tal como lo ha hecho diez veces desde 1983”. Al año siguiente, en 1999, un grupo de senadores demócratas instaron a la presidencia a “tomar las acciones necesarias (incluyendo, si fuera apropiado, golpes de misiles y aéreos contra sitios sospechosos iraquíes) para responder efectivamente a la amenaza que presenta el rechazo iraquí a dar por terminado sus programas de armamento de destrucción masiva”. Nancy Pelosi, hoy la líder del Partido Demócrata en el congreso, dijo: “Saddam ha estado involucrado en el desarrollo de tecnología de armas de destrucción masiva, lo que es un amenaza a los países de la región, y él se ha burlado del proceso de inspección de armas”. En octubre de 2002, la senadora Hillary Rodham Clinton afirmó: “En los cuatro años desde que se fueron los inspectores, informes de inteligencia muestran que Saddam Hussein ha trabajado para reconstruir su stock de armas químicas y biológicas, su capacidad de disparar misiles, y su programa nuclear. Él también ha dado asistencia, cobijo y santuario a terroristas, incluso a miembros de Al-Qaeda”. El mismo año, Al Gore (contrincante de Bush en la primer contienda electoral para la presidencia) dijo: “El procuramiento de armas de destrucción masiva por parte de Irak ha resultado imposible de disuadir, y deberíamos asumir que continuará en tanto Saddam permanezca en el poder”. También ese año, John Kerry (contrincante de Bush en la segunda contienda electoral para la presidencia) coincidió: “Yo votaré para darle al presidente de los EE.UU. la autoridad para usar la fuerza -si fuera necesario- para desarmar a Saddam Hussein porque yo creo que un arsenal mortal de armas de destrucción masiva en sus manos es un amenaza real y grave para nuestra seguridad”.
En cuanto a la prensa liberal, cabe traer a colación a los dos diarios más prominentes y más críticos del presidente Bush. Ya durante la presidencia de Bill Clinton, el New York Times estaba convencido de la existencia de armamento no convencional en Irak: “...sin más intervención externa, Irak podría reconstruir armas y plantas de misiles dentro del año y futuros ataques militares podrían necesitarse para reducir el arsenal nuevamente”. Por su parte, el Washington Post saludó la inauguración de la presidencia republicana en el 2001 diciendo que de todos los errores dejados atrás por la saliente administración demócrata, “ninguno es más peligroso -o más urgente- que la situación en Irak. A lo largo de los años, el Sr. Clinton y su equipo tranquilamente evitaron lidiar con...esfuerzos para aislar el régimen de Saddam Hussein y privarlo de reconstruir sus armamentos de destrucción masiva”.
Ahora, finalmente, podemos ver que la creencia del presidente Bush de que Saddam Hussein poseía armamento no convencional era una creencia ampliamente compartida por los líderes del partido demócrata, los diarios elite, y tantos otros que hoy convenientemente olvidan ello en pos de la promoción de una agenda política adversaria. Al hacerlo, ponen en jaque su seguridad nacional, la imagen internacional de su patria, y su propia credibilidad: después de todo, están bastardeando a la verdad. Lo cuál es bastante irónico, dado que si mal no recuerdo, esto era supuestamente lo que tanto les fastidiaba del presidente Bush.
* Salvo esta cita que he tomado de un editorial del Wall Street Journal, el resto de las presentadas en esta nota pertenecen al artículo de Norman Podhoretz.
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