Especial para Comunidades
A menos de sesenta días para el inicio del programa de desconexión de la Franja de Gaza y partes de Judea y Samaria, podemos preguntarnos como luce el panorama en las zonas autónomas palestinas. La respuesta es sombría, pues allí reina una completa anarquía. Matones armados atacan la casa del primer ministro, estaciones policiales y hasta hospitales. Jueces son intimidados, sospechosos de colaborar con Israel asesinados. Terroristas lanzan misiles contra poblados israelíes e intentan infiltrar a sus propios enfermos para llevar a cabo ataques suicidas. Y todo lo que el presidente palestino, Mahmmoud Abbas, es capaz de hacer es repetir su mantra de que él no permitirá semejante comportamiento.
Hace poco, una joven estudiante palestina intentó fallidamente infiltrarse a Israel para efectuar un atentado en el mismo hospital donde anteriormente ella había recibido tratamiento. Su condición de enferma le daba un pase especial a Israel por consideraciones humanitarias; luego de ser apresada, confesó que quería matar cerca de cincuenta israelíes. Otros terroristas palestinos también han procurado abusar de los gestos humanitarios de Israel en el pasado. Uno dijo que era un donante de riñón, cuando su objetivo era en realidad llevar adelante un atentado suicida. Otro alegó que tenía cáncer y requería tratamiento médico en Israel, pero el propósito era matar judíos. Otros presentaron informes médicos falsos acerca de su condición física para ganar acceso a Israel, y, una vez allí, hacer descarrilar un tren.
La existencia de precedentes de otros tantos ejemplos de bestialidad terrorista palestina –utilizar a mujeres embarazadas, oligofrénicos, y niños para efectuar atentados contra israelíes- puede a esta altura habernos inmunizado un poco respecto de hasta que niveles pueden ellos descender en su inhumanidad; no obstante, ello no debería dejar de alertarnos a propósito de la gravedad de la amenaza a la seguridad que los israelíes aún enfrentan.
Desde el anuncio del celebrado “cese de fuego”, ha habido una reducción transitoria en los atentados, pero no un fin total. Solamente en el pasado mes de abril hubo 250 incidentes terroristas y 55 alertas de seguridad, y se espera un aumento en los ataques en coincidencia con la implementación del programa de desconexión. Estos datos lucirían más coherentes si los israelíes estuvieran acentuando su presencia en territorio disputado, pero dado que éstos están prestos a abandonar porciones de dichos territorios, resulta a priori menos fácil interpretar la conducta palestina. ¿No querían ellos, acaso, una Gaza libre de judíos? Entonces ¿por qué obstaculizar la retirada israelí con nuevos ataques y más atentados?
Porque la enfermiza motivación que los anima no es liberar Gaza solamente, sino toda Palestina. Del Río Jordán al Mar Mediterráneo. Hasta el último granito de arena. Igualmente de ilógico era para Yasser Arafat rechazar en Camp David cinco años atrás una oferta israelí que incluía Jerusalém Este como capital, la Mezquita de Al-Aqsa bajo control palestino, y un estado independiente sobre gran parte de los territorios reclamados. Pero el hecho es que el liderazgo palestino repudió esa oferta y lanzó la última intifada.
La próxima se esperaría para esta segunda mitad de año. En algún momento desde la retirada israelí de Gaza y hasta fin de año (cuando finalice la falsa “hudna” o “cese de fuego” al que han suscripto las agrupaciones terroristas), el nuevo “levantamiento” palestino surgiría, estiman analistas de seguridad. Y así como durante la primer intifada el símbolo fueron las piedras, y durante la segunda lo fueron los atentados suicidas, durante la tercera lo serían los morteros y los misiles lanzados desde la “liberada” Franja de Gaza y parte de Judea y Samaria. O al menos esto es lo que creen varios en la comunidad de inteligencia, estratos militares, y elite política israelí, y el hecho de que esté siendo planeada una segunda barrera de seguridad alrededor de Gaza, otra en el mar, y la construcción de sistemas anti-misiles en la zona, parecería confirmar su convicción.
Este pesimismo, aún si no fuera a resultar corroborado, es necesario. A pesar de consistir en una retirada territorial, el programa de desconexión no es una continuación del proceso de Oslo, sino una consecuencia de las realidades creadas por ese programa fantasioso. Lejos de ver a los palestinos como pacifistas con los que asociarse, dicho programa los ve como enemigos de los que separarse. Su objetivo es proteger a los israelíes de la animosidad palestina. Por eso debe continuar, independientemente de protestas o agresiones palestinas; sin que esto implique no responder, o incluso no anticiparse, a estas últimas.
Ahora bien, uno podría preguntar lo siguiente. Aceptado, este programa, a diferencia de Oslo, no promete paz, sino seguridad. Pero ya estamos viendo que la situación de seguridad no mejorará necesariamente luego de su implementación. Ergo, ¿para que seguir adelante? La respuesta la encontramos al considerar el hecho de que el Estado de Israel enfrenta una amenaza demográfica, además del desafío a su seguridad. Actualmente la población judía de Israel es de 5.5 millones, de los cuáles unos 300.000 son inmigrantes rusos cuya identidad judía es cuestionada. En conjunto, los árabes-israelíes y los palestinos de los territorios suman alrededor de 4.8 millones. Vale decir que ya hay casi paridad en las cantidades poblacionales. Según estimaciones de reputados investigadores israelíes, de mantenerse la posesión de los territorios con la población palestina, en cuestión de unas pocas décadas la población judía de Israel pasaría a ser minoritaria frente a la árabe/palestina. A la luz de esa realidad, la desconexión no parece ser tanto una opción política o militar, sino un imperativo nacional.
Es importante resaltar las diferencias entre el programa de desconexión y el proyecto Oslo para evitar desilusiones futuras. Aquí no hay panacea prometida, ni utopía soñada, ni era de paz mesiánica a punto de arribar. La desconexión es el paso más coherente, si bien doloroso, que los israelíes pueden adoptar en las circunstancias presentes para contener –más no resolver- los desafíos de seguridad y demográficos que el estado enfrenta. Mañana podrá ser otra la realidad, y otra la actitud a tomar. Pero hoy por hoy –como dice una conocida frase hebrea- ze ma she iesh (esto es lo que hay) y con esto se ha de lidiar.
Ni paz ideal, ni siquiera seguridad total, y con un costo territorial alto. Parecerá una locura, pero no lo es. En la coyuntura presente, el programa de desconexión surge como el paso más sensato que Israel pueda dar.
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