A modo de introducción.
Intentando buscar una adecuada presentación para quien es el eje sobre el cual gira nuestro encuentro, pensaba cómo definir la presencia –aún en nuestros días -, de una figura que desafía, tan sólo con la mención de su nombre, desde el alegato sobre autoridad hasta la sensación de pequeñez y diminutez en nuestro propio ser, y ante casi -¿por qué no decirlo?- una rara sensación de satisfacción e impotencia a la vez...
Era difícil encontrar palabras propias – y debo reconocer que al genio cordobés lo llevo en la sangre heredada de mis ancestros sefardíes-, y es por ello que decidí aliviar tamaña carga y recurrir, una vez más, a las fuentes originales, aquellas que ya fueron dichas y que de una u otra manera, nos permiten refugiarnos en el saber generacional que no es más ni menos, que el saber de los hombres.
Entre los investigadores y estudiosos que se dieron cita al Primer Congreso Internacional sobre ida y Obra de Maimónides, realizado en Córdoba en el año 1985, me permito extraer –literalmente- y haciendo mías sus palabras, aquellas que pronunció uno de los más conspicuos conocedores del sabio, así como uno de sus más delicados traductores al español de parte de su obra, David Gonzalo Maeso.
Prologaba Maeso y decía:
“Rabí Moshé ben Maimón, conocido en sigla hebraica por RaMBaM, o el más generalizado patronímico helenizado Maimónides, el excelso escriturista, científico, sabio y filósofo, talmudista y yatrólogo cordobés, por su patria nativa, el sefardí, apelativo que tenía a gala ostentar como glorioso blasón, desde su asentamiento en Oriente, o más concretamente en Egipto, uno de los doce genios de mayor prestancia –por fijar una cifra- en la historia de la Humanidad, se nos presenta como uno de los personajes más ilustres que han brillado en el mundo de las ciencias, honra inmortal del judaísmo y astro de primerísima magnitud en el cielo de la cultura, con el sello religioso y la verdadera grandeza...
Contemplar la imponente figura de Maimónides, sobre todo con el siempre loable pero arduo propósito de investigar alguna de las múltiples facetas de su egregia personalidad, equivale a situarse ante un monumento o espectáculo de imponderable magnitud, en que no se sabe cuál sea más digna de destacar –todas lo son-, y por otra parte, la inconmensurable bibliografía maimoniana, a lo largo de ocho cumplidas centurias levanta una barrera de difícil acceso, al par que de seductoras perspectivas..."
Es por ello, estimados amigos, que elegir un tema para disertar sobre Maimónides nos presenta una innegable dificultad, fundamentalmente, por la riqueza misma de su personalidad, mayor cuanto más se la estudia, y en segundo lugar, porque por lo profuso y vasto de lo ya escrito, parece estar ya todo dicho...
Sin considerar esto como un descargo, me permito ingresar en uno de los universos intensamente recorrido por el sabio maestro, el campo de las artes médicas –porque en Maimónides todo se transforma en arte- y que llevó a un poeta de sus tiempos a inscribir en las rimas de su poesía, el siguiente canto:
“El arte de Galeno cura solamente el cuerpo,
pero el de Maimónides cura el cuerpo y el alma.
Con su sabiduría es capaz de curar la enfermedad de la ignorancia.
Y si la luna apelara a su arte, de sus manchas las libraría,
de todos sus defectos crónicos habría de despojarla:
hasta la curaría de su palidez en la época de la conjunción...” [1]
Visto así, podríamos afirmar ciertamente, aquello dicho que “la vida de Maimónides parece ser más plausible como leyenda que como hecho histórico...Las obras que vieron la luz entre los años 1135-1204 resultan tan increíbles, que caso sentimos la tentación de creer que Maimónides fue el nombre de toda una academia de eruditos y no el nombre de un solo individuo”. [2]
Los pilares del saber.
Maimónides fue el médico más destacado de su época –al decir de su biógrafo -: “Tanto en el dominio de la teoría como en el de la práctica, Maimónides fue el médico más grande que hubo en su tiempo”; aunque también el erudito rabínico más creativo del milenio. El sabio Rabí Saadiá Danán[3] dijo que “de no ser por su obra talmúdica (‘Mishné Torá’), no habríamos comprendido para nada el Talmud”. Y agregaba en otra oportunidad: “Tras la luz de Maimónides fue todo el pueblo de Israel, desde Oriente hasta Occidente”.
También como filósofo que marcó hitos en la historia, un matemático notable, un erudito en ciencias naturales y en jurisprudencia, una autoridad y un precursor en el campo de la religión comparada, un maestro excelso y quizás el mejor estilista de la lengua hebrea desde los tiempos de la Biblia, el consejero de su propia comunidad, así como de las comunidades de muchos países lejanos; también tuvo la paciencia de responder a numerosas consultas especializadas que le enviaban.
A este respecto, permítasenos mencionar, a fin de ejemplificar la señera figura y tamaña responsabilidad que le cupo a nuestro gran maestro en el destino de las comunidades judías por doquier, así como su compromiso vital con cada una y una de ellas, la confección de una extensa respuesta elevada a la comunidad judía del Yemen llamada “Igueret Teimán” o “Petaj Tikva”, la ‘Carta de Yemen’ o ‘La Puerta de la Esperanza’, escrita originalmente en árabe, puesto que era el idioma hablado por las multitudes.
Maimónides contaba entonces con 37 años (año 1172) y recibió una pregunta que le formulaba el jefe de aquella comunidad, Rabí Iaacov ben Netanel Al-Fayyuní, en la cual describía el aprieto en que se hallaban los miembros de la comunidad yemenita, y la desesperación que se había apoderado de todos frente a la duda en cuanto a la existencia del pueblo de Israel en un futuro inmediato, a raíz de los edictos de conversión que se hacían cada vez más frecuentes y sobre el mesianismo, problema que habían sufrido recientemente como consecuencia de la aparición en el país de un falso mesías, hecho que les había ocasionado una serie de persecuciones por parte del gobierno.
Esta carta constituye un documento biográfico de capital importancia, que denota el cuidadoso enfoque de Maimónides hacia los acontecimientos cruciales de su época, su amplia concepción sobre la visión mesiánica[4], del fin de los días[5], y por sobre todo, su profundo amor por sus hermanos oprimidos.
Visto así, parece emerger delante nuestro una figura serena y dispuesta, quien alcanzó su posición intelectual en etapa temprana de la vida.
Sin embargo, detrás de esta fachada, se ocultaba en realidad una vida llena de dramatismo.
En palabras del sabio contemporáneo –de bendita memoria- A.J. Heschell: “Arquitecto de sistemas intelectuales, modelo de una vida bien planificada, maestro de la organización del estudio así como hombre consagrado a la acción social, su vida interior estaba llena de búsqueda, indagación, esfuerzo y autocuestionamiento. Fue esta lucha interior lo que debió haber precedido al cambio dramático de su forma de vivir en los últimos diez años de su vida...
Su vida había sido fecunda en logros; sin embargo, aún le faltaba alcanzar muchos objetivos, concretar importantes proyectos concebidos y estudiados durante largos años. Un comentario sobre todas las homilías del Talmud y de otras fuentes, la traducción al hebreo de las obras que había escrito en árabe, la conclusión de los comentarios sobre Talmud Babilónico ya comenzados, así como su trabajo sobre el Talmud Jerosolimitanio –todos estos fueron planes que abandonó en aras de otro objetivo. La ardiente y apasionada dedicación al estudio y a la erudición que lo habían dominado desde los días de su juventud y que dieron lugar a obras inmortales, dejaron paso ahora a otra dedicación exclusiva: la curación de los enfermos, el alivio momentáneo del sufrimiento del hombre mortal”. [6]
El Tiempo de la Medicina.
Maimónides no se dedicó a la medicina práctica hasta los últimos años de su azarosa vida; evidentemente sus contactos con esta ciencia se habían realizado mucho antes. Parece ser que hay que remontarse al período de su estancia en el Magreb, tras la salida forzosa de al-Andalus y antes de su marcha a la Tierra de Israel y su posterior establecimiento en Egipto. En su propia obra se recogen datos sobre las influencias recibidas de otros médicos, como Abú Yusuf ibn Mu’allim[7], médico judío, o la familia Avenzoar[8].
Sus primeros conocimientos básicos sobre medicina los recibió de su padre, Maimón y de algunos médicos del Magreb.
El hecho de que Maimónides se dedicara al ejercicio práctico de la medicina se debió a muy diversas circunstancias: la más determinante fue la ruina familiar que acaeció a raíz del accidente, en el Índico, que costó la vida a su hermano David, por lo que Moshé hubo de hacerse cargo del mantenimiento de toda la familia, haciendo de la medicina su medio de vida. Corría por entonces el año 1169.
“Es la desgracia más grande que he tenido jamás. Me dejó su hija de corta edad y su viuda. Durante un año entero estuve en cama atacado de fiebre y desesperación. Muchos años han transcurrido desde entonces y todavía lo lloro, porque no hay consuelo posible. Él jugaba sobre mis rodillas; era mi hermano y mi discípulo; atravesaba mares y comerciaba para que yo pudiera permanecer en casa y continuar mis estudios; estaba bien versado en la Biblia, en el Talmud y era un humanista ejemplar. Mi única alegría era verle...pero se ha ido a su mansión eterna y me ha dejado en un país extraño. Cada vez que encuentro algo escrito por él o alguno de sus libros, mi corazón se entristece y mi aflicción renace. Yo habría muerto de pena si no fuese por la Biblia, que es mi deleite y por la filosofía, que me hace olvidar el dolor...” se desgarraba en el relato escrito e íntimo ante su amigo, Rabi Iafet de Acco, desnudando la delicada trama humana que habitaba en la intimidad e inmensidad del sabio.
Parafraseando a un rabino contemporáneo, lo que hace a la humanidad en general en cuanto al eje cartesiano de “pienso, luego existo” –bien aplicable al mundo de la razón -, no lo es en cuanto al mundo judío –ya sea medieval o moderno - y su razón de existencia: “dolorem ferre, ergo sum...”; sufro, luego existo...Tal presupone ser el eje vital que cruza los días de Maimónides. Y por ser sabio, lo escribe, lo denuncia, en una muestra cabal no de su debilidad, sino y por sobre todo, de su digna y noble dimensión humana...Y creo humildemente, que por ello es grande. “Ashré maskil el dal...” cantaba el rey David en su salmos[9]: ‘Feliz aquel que en la razón reconoce su pobreza...’. Aquí la felicidad de Maimónides.
En un tiempo relativamente corto alcanzó merecida fama, lo que atrajo a El Cairo a conocidos médicos árabes; tal es el caso de ‘Abd –al-Latif[10] que viajó hasta El Cairo desde Bagdad con el sólo propósito de encontrarse con Maimónides. En 1171, Maimónides es designado médico de cabecera de la corte del Sultán Saladino y luego de su hijo cargo que desempeñará hasta su muerte y heredarán su hijo y descendientes. Al mismo tiempo atendía a todos los cortesanos egipcios. Pero su consigna invariable de servir a todos los hombres por igual, trascendía las fronteras de cortes y palacios. Maimónides no era solamente médico de reyes y sultanes; era médico de hombres porque él también eran un hombre
...
[1] Ibn Abi Usaybi’a, médico y bibliógrafo, perteneciente a una familia médica. Nació en Damasco (1194). Su fama se debe a la obra en la que recoge 380 biografías de un valor inapreciable para la historia de la medicina. En la biografía escrita sobre Maimónides, incluye un poema que le dedicó al sabio el poeta Said Ibn Sina’ al-Mulk (Avicena) (Cairo, 1155 –1211)
[2] A. J. Heschell, “La Democracia y otros ensayos”: ‘Los últimos días de Maimónides’
[3] África del Norte, Siglo XV, en su libro: “Amor oculto”.
[4] “Iemot haMashíaj” en hebreo. Véase en el Libro de Profeta Isaías, Cap.XI, al respecto como punto de partida de esta concepción, pilar del pensamiento judío.
[5] “Ajarit ha-iamím” en hebreo. Concepto sustentado por las mayoría de los Profetas de Israel, que se refiere a las postrimerías de los siglos, cuando según la tradición judía debe llegar la ‘redención mesiánica’ o ‘gueulá’ y reinar la paz en el mundo entero. Véase también el Libro del Profeta Isaías, Cap.II, 2 y ss..
[6] A.J.Heschell, “Democracia...”: ‘Los últimos días de Maimónides’.
[7] Médico judío sevillano del siglo XI.
[8] Abu Marwam ‘Abd al-Malik ibn Zuhr, latinizado como Avenzoar, nación en Sevilla, entre los años 1092-95. Junto a su padre fue médico de cámara de los príncipes almorávides.
[9] Salmo (Tehilím) 41
[10] Bagdad, 1162-1231. Trató en sus numerosos escritos casi todos los campos de conocimiento de su época.
|
|
|
|
|
|