La Voz Judía


La Voz Judía
Rezo de una madre por su hijo

La madre de Gilad Shalit le ha escrito esta carta para su hijo. Por favor, hágala circular.

Este es mi hijo.
La primera vida que yo he creado. Una prte de mi cuerpol de mi alma y de mi amor.
Yo he oido su voz durante 20 años. Desde el momento en que llegó a este mundo hasta nuestra última conversación telefónica: “Madre, estoy volviendo a casa. ¿Me puedes escuchar?”.
Yo escuché su voz tan claramente como escuché su primer llanto cuando era bebé. Aún puedo oir su llanto en la noche mientras era niño.
Gilad, tú nunca me diste paz para poder dormir de noche. Yo solía tenderme a tu lado, tratando de tranquilizarte. La primera vez que te enfermaste estaba tan preocupada por ti! Yo te llevé el primer día a la escuela y tú me hiciste prometer que yo volvería para llevarte a casa. Y así te lo prometí. Yo nunca he roto las promesas que te hice.
Yo tengo todos tus dibujos pegados sobre la heladera y las paredes de la cocina para que tu sepas que este es tu hogar, rodeado de tus dibujos y los recuerdos sobre ti.
Tú creciste demasiado rápido, ante mis ojos viejos y cansados.
En tu Bar Mitzva yo vi de repente cuán rápido habías crecido. Yo me sentía la madre más orgullosa del mundo.
Tú creciste y te convertiste en un muchacho exitoso, inteligente y encantador. Este es mi hijo, pensé entonces; este es mi hijo. Cuando empezaste a salir con tus amigos, una parte de mi se hubiera ido contigo. Yo solía abrazarte y pedirte que te cuides mucho.
“No te preocupes, mamá, yo ya soy grande”. Yo solía despertarme de noche y miraba mi reloj, y pensaba, ¿dónde estás?, te estoy esperando en casa a que vuelvas. Todo lo que yo quería era que volvieras a casa sano y salvo. Sólo entonces yo podía irme a dormir tranquilamente.
Cuando obtuviste tu licencia de conducir, yo solía rezar para que viajaras bien, y llegaras bien a tu destino sin chocar con otro auto. Yo prefería que no manejaras si no tenías la obligación de hacerlo.
Tú nunca me defraudaste. Siempre fuiste muy responsable y muy feliz.
Siempre me encantó ver tu sonrisa, aún cuando me pasara muchas noches sin dormir preocupándome por ti. Cuando recibiste tus primeros papales de llamada del ejército, mi corazón latió con fuerza. Sólo tenías 17 años. Tú volviste lleno de orgullo y de felicidad, con un gran luminoso brillo en tus ojos. Yo hubiera preferido que no fueras al combate y que no te hubieran llamado para ir a una zona tan peligrosa.
Tú sólo querías proteger a tu país. Pero no fue este país el que te crió; fui yo quien lo hizo.
El día que cerraste la puerta tras tuyo y te fuiste para hacer el servicio militar, yo comencé a contar los días hasta que tú volvieras a casa.
Yo decidí en ese momento que tenía que ir a la sinagoga a agradecerle a D”s y a pedirle que mi hijo volviera sano y salvo. En lugar de ir a pasear, yo lavaría tus uniformes y prepararía comida para cuando volvieras a casa.
En el momento en que escuché que golpeaban con fuerza a la puerta del frente de casa, yo supe que algo estaba terriblemente mal. Yo abrí la puerta rogando no ver lo que vi. Dos hombres con uniforme del ejército y un médico del ejército. Uno era tu comandante y sostenía con fuerza el picaporte. No hacía falta que yo escuchara lo que me estaba diciendo. Se me hizo todo oscuro y la sangre se detuvo en mis venas, y yo entendía que había pasado algo terrible.
En las noticias muestran tu fotografía. Yo voy a la sinagoga y rezo. Yo rezo todo el tiempo; incluso mientras duermo, yo sigo rezando.
Este es mi hijo.
Mi hijo que fue secuestrado en Gaza.
Mi hijo, que probablemente nunca vuelva.
Por favor, ¡ayúdenme en mis ruegos!

 

La tribuna Judía 45

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Una voz que ahonda en las raices judías

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