La Voz Judía


La Voz Judía
Persevera y triunfaras
Por Rabino Daniel Oppenheimer

“Querer es poder” - nos dijeron en alguna oportunidad, cuando nos enfrentábamos a un desafío difícil de superar. Era cuestión de aplicarse y poner empeño - y al final las cosas se materializaban tal como se quería - era el argumento.

¿Será tan así? En ciertas oportunidades, en verdad después de intentar arduamente conseguir cierto objetivo, este se logró. En otras, esto no sucedió. A todos nos gusta recordar los momentos exitosos de nuestra vida, en particular cuando hemos invertido mucho esfuerzo en una lucha que dio resultados.
El objetivo de esta nota es estudiar cuán conveniente es insistir con este lema.

En principio, todo esto suena muy bien. El que lo dice, se auto-convence que está incentivando a quien lo escucha a realizar una mejor “performance”.
Por otro lado, si analizamos el contenido de las palabras, percibiremos que estamos emitiendo un juicio moral acerca de los logros de cada individuo. Si todo resultado depende de la tenacidad y constancia en llevar a cabo un proyecto, entonces aquel que no alcanza los objetivos que se plantean estaría demostrando una falta de voluntad.
Para cualquier persona conciente, está bastante claro que - salvo que sucediera un milagro manifiesto - un ciego, aunque persevere en su deseo e intento de ver, no podrá llegar a hacerlo. A una persona escrupulosa, jamás se le ocurriría siquiera insistir en el tema, ni sugerirle posibles curaciones a un ciego por temor a herirlo y a crear falsas expectativas que terminarán por lastimarlo aun más.

Sin embargo, mostramos pocos escrúpulos en relación a las posibles limitaciones de nuestros hijos (o alumnos) a poder cumplir realmente con ciertos objetivos, que creemos que indiscutiblemente debieran poder alcanzar, “porque si todos lo pueden hacer - él no es menos”, y en otras oportunidades porque queremos que sea el mejor y se destaque por encima de sus compañeros. Ahora bien, en teoría mos que indiscutiblemente debieran poder alcanzar, “porque si todos lo pueden hacer - él no es menos”, y en otras oportunidades porque queremos que sea el mejor y se destaque por encima de sus compañeros. Ahora bien, en teoría sabemos claramente que todos los seres humanos somos heterogéneos, y la facilidad que posee uno en cierta área no la tiene el otro. Sin embargo, tratamos de igualar lo inigualable y de ejercer una presión que puede ser contraproducente. Insistimos en una estandarización del éxito, y participamos activamente de un mundo extremadamente competitivo, aun sabiendo que “las comparaciones son odiosas”.
La otra parte de este planteo está relacionada con la definición del “y triunfarás”. Más allá de la capacidad individual: ¿quién determina la precisión del éxito?

Cuanto más se limita el “blanco” de lo que se está intentando llevar a cabo, o sea, cuanto más se dé por satisfecha la expectativa solamente a aquel que logró la celebridad llegando a ser el campeón, tanto más difícil se torna alcanzar ese objetivo, y aun alcanzado, se vuelve dificultoso mantener ese nivel de éxito, pues en un mundo tan competitivo siempre existen otros que intentarán destronar al campeón para quedarse con la corona del éxito.
Si circunscribimos nuestro sentimiento de superación a que se logre todo lo que se desea de manera total, y no se aprecia el alcance paulatino y parcial, las huellas de frustración prevalecen ampliamente por sobre la satisfacción del avance.
Hoy, dada la facilidad que hay en las comunicaciones, nuestros éxitos y frustraciones se vuelven manifiestos de inmediato pues estamos expuestos continuamente a la comparación con el mundo. Esto sucede en el comercio, en el deporte y en todas las áreas. El “mundo” posee medios de medición muy precisos para evaluar y graduar a las personas. La presión a alcanzar cierto renombre en lo económico no escapa a casi nadie. La forma que debe tener el cuerpo para ser considerada “bella” está claramente estipulada.
Para que algo valga de verdad, necesita cobrar fama y notoriedad en ciertos ambientes.

Obviamente, esto ayuda a crear un mundo de seres fracasados, pues siendo tan limitada la posibilidad de cumplir con todas las exigencias de una sociedad intolerante y ávida de degradar al prójimo para ascender y encumbrarse uno mismo, son escasos los momentos de satisfacción.
El resultado de todo lo expuesto, es que la norma de vida actual está regida por una cadena ininterrumpida de estrujes con obligaciones y plazos a cumplir. La mayoría de nosotros no ha aprendido a vivir bajo presión, no tenemos mucha “cintura” para situaciones complicadas, y una muy baja tolerancia a la frustración
Uno de los ámbitos en los que más sentimos lo destructivo de la presión desmedida es en la vida de los niños. Las personas que vivimos cerca de los niños también padecemos de apremios y apuros que debemos cumplir continuamente, y desengaños por esperanzas que no se concretan - ni qué hablar de los temores que surgen por la inseguridad y el sentimiento de víctimas que percibimos por la impunidad de lo que creemos injusto y no podemos resolver.
Cuando los niños viven estas circunstancias continuamente en su hogar y en todo su entorno, las agresiones se multiplican y los ataques causados por su frustración se reproducen y se potencian entre ellos. Lejos de calmarse por “habérselo sacado afuera”, se convierten en parte de un círculo vicioso interminable y difícil de parar. “Herguel naase teva”: la costumbre se convierte en naturaleza, y se vuelve cada vez más difícil erradicar.

El Rabino Arye Levin sz”l (conocido como “el tzadik de Ierushalaim) estaba parado afuera de la escuela en la que enseñaba, observando a los niños durante el recreo. Junto a él, estaba su hijo R. Jaim, quien también se desempeñaba como maestro en la escuela.
“¿Qué ves?” - preguntó R. Arye a su hijo.
“Nada fuera de lo común: solamente hay niños jugando” - respondió el hijo.
“Dime algo de lo que observas en ellos” - insistió R. Arye.
“Bien, David está allí cerca de la puerta con las manos en los bolsillos - seguramente no tiene vocación de atleta… Moshé, está jugando de manera agresiva - debe ser indisciplinado… Ia’acov, está soñando o analizando el movimiento de las nubes, supongo que no lo invitaron a jugar…, pero en general: solamente hay niños jugando”.
R. Arye lo miró y exclamó: “No - mi hijo - no sabes observar a los niños.”

“David está cerca de la puerta con las manos en los bolsillos, porque no tiene pullover. Sus padres no tienen los medios para adquirirle ropa de invierno. Moshé es agresivo, porque su maestro lo reprobó y se siente frustrado. Ia’acov está abatido, porque su madre está enferma y carga con la responsabilidad de su casa”.
“Para ser maestro, debes conocer las necesidades y limitaciones de cada niño a fin de brindarle la atención debida e intentar cubrir esas necesidades.

Pensemos por un momento en una silla de cuatro patas. Si una de ellas está floja, no se sostiene. Los niños están rodeados por los padres, los docentes, los compañeros y los medios externos. Ni los padres (aun si nos ponemos de acuerdo), ni los docentes (aun si trabajamos en consonancia con los padres) somos omnipotentes como para proteger a los niños de estar expuestos y ser partícipes de una carrera competitiva, al margen de las demás contrariedades que cada uno sobrelleva, pues la influencia les llega también a través de sus compañeros. Aun si todos los padres de una institución sumáramos esfuerzos para crear un microclima comunitario, tendríamos que lidiar con la rutina nociva e poderosa de los medios de comunicación, letreros publicitarios, etc.

Cada época tiene sus desafíos y los cambios suceden más con mayor rapidez y de manera más solapada de lo que los percibimos. Hoy en día, nos toca encarar este flagelo como objetivo central de nuestro esfuerzo por educar una nueva generación que crea en la bondad y en la generosidad, en lugar de ser miembros de un “ring” de peleas. Y si perseveramos en este punto - todos juntos con la ayuda de D”s - espero que triunfemos…

 

La tribuna Judía 37

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