La Voz Judía


La Voz Judía
¿Flexibilidad laboral?
Por Rabino Daniel Oppenheimer

“¡Hola, Sandra! ¿cómo estás?” “¡Bien, Jacky, sos una ídola, gracias por llamar! ¿y vos, cómo andás...? Justito te iba a llamar yo. Me acordé de vos anoche en la fiesta de Yanina, terminó retarde y estoy molida, me estalla la cabeza... llegué otra vez retarde al trabajo y no tengo fuerza ni ganas para trabajar... Y decime... ¿cómo van esos preparativos para tu casamiento?” “Me estoy volviendo loca, porque no doy abasto para hacer todo... el vestido todavía no está listo, el departamento no lo entregan, así que no sabemos dónde vamos a vivir, las tarjetas de invitación salieron mal y hay que hacerlas de vuelta, todo sale al revés... al trabajo voy día por medio y mi patrón no está de acuerdo que falte, porque dice que las cosas quedan hechas por la mitad...” “bueno, che, no es para tanto, él también tiene que entender que uno no se casa todos los días...” “...” “...” “Bueno, Jacky, chau, tengo una fila de gente esperando que la atienda y aparte necesitan el teléfono, mañana te llamo a esta hora, ¡un beso!”

¿Malas intenciones? ¿Hablar a espaldas de otros? ¿Lashón Hará? Puede no serlo. Hay otra dificultad aquí que está relacionada con la honestidad. Es la ética del empleo. ¿Tienen Sandra y Jacky derecho a estar conversando sobre sus temas particulares en la hora del trabajo desde el teléfono del lugar de trabajo? ¿Pueden acostarse tarde de noche y que “la cabeza le esté estallando al día siguiente”? ¿O “faltar día por medio por sus preparativos para el casamiento”? Seguramente no. Es verdad. No son las únicas que lo hacen. Lo cual no significa que esté bien. Aparte de todo... ¿quién es el empleador para quejarse del hecho que ellas se tomen unos minutos para refrescarse y despabilarse? ¡Si quiere ser honesto, pues entonces que comience consigo mismo! ¡que pague puntual, que cumpla él con todo lo que prometió! Nunca faltan excusas para no cumplir diligentemente con las obligaciones laborales.

¿Tenemos de quién aprender? Sin duda que sí. De nuestro patriarca Ia’acov. Este llegó a la casa de su tío Lavan escapándose de su hermano Eisav su intención era cumplir con la orden de su padre Itzjak de casarse con una de sus primas. Después de un mes de trabajar con su tío en forma voluntaria y gratuita, éste le ofreció el pago. Ia’acov propuso entonces trabajar siete años para casarse con Rajel, su prima. El tío aceptó sin titubear. Era un buen negocio el hecho de no tener que brindar dote y que le trabajen por casarse con su hija. Al cabo de los siete años, engañó a Ia’acov y lo casó con Lea, su otra hija. ¿Rajel? No había problema. Se la daría por el trabajo de otros siete años. Ia’acov, aun así, aceptó. Uno hubiese pensado que los segundos siete años impuestos por su tío-suegro, los hubiese trabajado con menos ahínco que los primeros que habían sido sugeridos por él mismo. Sin embargo, los Sabios comparan ambos períodos: “así como los iniciales fueron con lealtad, igualmente lo fueron los últimos”

Pasaron otros siete años. Ia’acov ahora quiso regresar con la familia a casa. Lavan no estaba deseoso de perder un empleado tan eficiente y le ofreció una remuneración. Cuando ya se pusieron de acuerdo y Ia’acov prosperó, el tío no toleró que a su yerno “le vaya bien”, lo engañó y le modificó las condiciones de pago decenas de veces. Ia’acov igual siguió su camino y cumplió su tarea con honestidad. Su vida nos queda como ejemplo.

Acerca del modo de trabajar, nos dice el Shuljan Aruj: “Debe el empleado trabajar con toda su dedicación, tal como la Torá refiere respecto a Ia’acov, nuestro patriarca (cuando le dice a sus esposas que quiere volver a casa): ‘pues con toda mi fuerza trabajé para vuestro padre’. Es por eso que Ia’acov recibió su recompensa también en este mundo, tal como está escrito: ‘Y se expandió el hombre (Ia’acov) mucho’. Y mira hasta qué punto los Sabios fueron puntillosos en este tema, que hasta lo liberaron (al empleado) de la cuarta bendición del Bircat HaMazón (que a diferencia de las primeras tres es de orden rabínico y que se recitan después de comer - cuando se alimentó durante sus horas de trabajo)” – para que no distraiga del tiempo de su jornal.

Existen más citas de los Sabios al respecto, p.ej.: “más severo es el robo a un particular que el robo al Santuario...” Sin duda, el detalle de estas leyes es más complejo que lo que pueda abarcar esta gacetilla, pero es bueno saber que estas leyes existen y que, así como la Torá protege los derechos del empleado (de cobrar su sueldo puntualmente, poder comer de lo que está produciendo, indemnización en caso de despido, etc.), también es muy estricta respecto a su trabajo honesto”, con toda su dedicación”.

Muchas de estas normas dependen de las leyes y costumbres del lugar y de aquello que se pactó al comenzar la relación laboral. En caso de diferencias entre las partes, deben acudir a un rabino competente en estos temas para resolver la disputa. Pero más allá de eso, el empleado, como Ia’acov Avinu lo demostró, no debe mermar del rendimiento óptimo de su capacidad. No debe, de manera unilateral, tomar un trabajo adicional que le quite fuerza y la concentración de un empleo previo. No debe llegar tarde al trabajo ni dedicarse a asuntos particulares cuando le están pagando para que se dedique a la empresa del empleador. No debe llegar cansado ni en ayunas al trabajo. Debe cuidar los recursos y la mercadería que se le dan para no malgastarlos y cuidar que el producto sea bueno. Las huelgas no siempre están permitidas, y menos, el cobro de haberes por los días no trabajados. Peor aun son las huelgas “de brazos caídos”, pues es difícil cuantificar el daño ocasionado, más así, cuando la falta de dedicación de un empleado impide que otros, que dependen de su accionar puedan seguir trabajando adecuadamente.

Rav Iosef Henkin sz”l fue por muchos años el administrador de “Ezrat Torá” (una organización de caridad de Nueva York). Llevaba escrupulosamente un cuaderno en el cual anotaba los momentos que “quitó al trabajo” para atender un llamado particular y así no recibir sueldo por esos minutos...

Puede ser que no seamos aun ni Ia’acov Avinu, ni Rav Iosef Henkin sz”l y que nos falte mucho para serlo. Sin embargo, decimos ser honestos. Honesto es más de lo que pensamos. La Torá es exigente al respecto y, si no somos Ia’acov, aspiremos a serlo.

 

La tribuna Judia 18

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