La Voz Judía


La Voz Judía
Campo de trabajo Stanislawow, Galicia

Decidí encontrar el momento y el lugar para ponerme tefilin. Podía aprovecharme de la rutina del campo, ya que permitían pequeños cortes para las necesidades corporales cada dos o tres horas. No habían sanitarios; uno simplemente se distanciaba unos metros del lugar de trabajo. Entonces, unos veinte minutos antes del mediodía le pedí permiso al supervisor alemán para tomar “un descanso necesario”, y durante esos minutos me puse los tefilin.
Logré hacerlo durante un mes, hasta que un soldado comenzó a preguntarse por qué necesitaba el recreo justo a la misma hora todos los días. Decidió seguirme y ver qué sucedía.
Entonces un día, mientras estaba pronunciando Shema con mis tefilin puestos, vi al alemán de repente parado a mi lado y comenzó a gritar. “¡Trickster! Estas reduciendo tiempo de trabajo para ir a rezar, usando una excusa deshonesta para ello. ¡Te voy a enseñar una lección ahora mismo!” Y me dio dos fuertes golpes en la cara. Este gentil, fuerte como un oso, le pegó con sus manos a un judío flaco y pálido que estaba medio muerto de hambre. Casi me desmayé.
Hasta el día de hoy no puedo explicar lo que sucedió luego. Perdí el control; la sangre fluyó hacia mi cabeza y toda la amargura que había acumulado durante tres años salió afuera. Levanté la azada que usaba para trabajar y golpeé al alemán en la cabeza. Cayó y de su cabeza comenzó a brotar la sangre. Yo sólo me quedé parado ahí, confundido y mareado.
Un momento más tarde un grupo de soldados apareció. El supervisor, recuperándose les ordenó que me esposen y me encierren hasta la noche.
La costumbre era que durante el control nocturno, todo aquel que había violado las reglas del campamento era llevado a juicio ante el comando del batallón de trabajo. Su decisión, no importaba lo cruel que era, era final. En mi caso era obvio que el castigo sería la pena de muerte.
Mientras tanto el Dr. Diamant, líder de los académicos en el campamento, se enteró de lo sucedido. Quedó horrorizado. Pero su amistad conmigo era demasiado fuerte como para que no haga nada. Pidió una reunión personal con el comandante, y cuando fue admitido a la oficina, rompió en llanto como un niño, implorando al hombre que tenga consideración y no me sentencie a muerte.
Después de una breve discusión, el comandante anunció su decisión: llamaría al oficial supervisor que recibió el golpe en su cabeza y le informaría que el judío sería seriamente castigado mientras que a él le quitarían el rango, ya que como oficial debería haber luchado contra un ataque personal a toda costa.
El comandante estaba seguro de que su soldado tomaría muy mal esta noticia y haría una contra oferta: “Mire, sólo Usted sabe lo sucedido. Si anuncia esta noche que se golpeó por accidente, entonces el judío sería castigado por negligencia y podrá conservar su cargo.”
Una hora después el comandante llamó al Dr. Diamant y le dijo, “pienso que su plan es genial. ¡Ni siquiera tuve que hacer una contra oferta! Cuando le dije al oficial que le quitaría el rango, comenzó a llorar y me dijo, ‘¡Sr.! ¿Quién le dijo que el judío me golpeó? ¡Estaba solo ahí! Tropecé y caí, y así fue como me golpeé. ¿Eso es lo que piensa de mi señor, que un judío me podría dar un golpe como este?’ Entonces todo quedó arreglado”.
Entonces llegó la hora del control. El supervisor dio su nueva versión de la historia. Entonces el comandante se vio “obligado” de darme un castigo serio. Me colgarían de un lazo de estrangulación durante dos horas.
Incluso el hombre más fuerte perdería el conocimiento incluso después de quince minutos. En aquel momento los torturadores lo bajaban y le echaban agua para revivirlo. El doctor revisaba su pulso, le daba una inyección estimulante si era necesario, y esperaba hasta que la víctima se recupere.
Ni bien el hombre mostraba señales de recuperación lo colgaban de nuevo. Esperaban que se desmaye nuevamente, lo volvían a revivir, y luego lo colgaban otra vez, hasta que las dos horas de castigo terminaban.
Me desmayé sólo cuatro veces durante mis dos horas. De alguna manera, con la ayuda de D-os, sobreviví. Le agradezco a D-os todos los días por haber sobrevivido – y recuerdo al Dr. Diamant con gratitud.
Moshe ben Jaim Koenig, en Zajor 2:72

 

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