Israel en Buenos Aires

Un dramaturgo judeargentino casi olvidado
SAMUEL EICHELBAUM
Lo ha contado varias veces, muy divertido, Alfredo Alcón: una fría mañana de 1959 tomó un tren en Retiro para ir a la filmación de la adaptación cinematográfica de Un guapo del 900, de Samuel Eichelbaum, que dirigía Leopoldo Torre Nilsson. De repente, se percató de que frente a él estaba sentado don Armando Discépolo. Se dio a conocer (era entonces un joven actor en franco ascenso) y el viejo maestro le preguntó adónde iba tan temprano. Alcón le contó y sin malicia, suponiendo sin duda que - a lo sumo- haría el galán, Discépolo le preguntó qué papel interpretaba. “Ecuménico, el protagonista” , le contestó Alfredo. Don Armando no dijo una sola palabra más en todo el viaje.
Aunque luego el guapo Ecuménico demostraría ser una creación asombrosa, una de las más logradas de la carrera de Alcón (y de Lydia Lamaison, memorable como su madre Natividad), la verdad es que la desconfianza de Discépolo estaba en parte justificada. El mismo había dirigido en 1940, en el Teatro Marconi, el estreno absoluto de la obra, con Francisco Petrone y Milagros de la Vega, y sabía muy bien que el protagonista de Un guapo del 900 es uno de los papeles más difíciles del repertorio nacional.
Difícil por lo que, a través de él, se había propuesto el dramaturgo Samuel Eichelbaum, nacido en Domínguez, provincia de Entre Ríos, el 14 de noviembre de 1894, nada menos que rescatar la figura del orillero finisecular de la espesa capa mistificadora del tango, la literatura, el teatro y el cine; disecarlo y proyectarlo en su contexto social y político real. Lo consiguió a medias : si bien no hay en la pieza una indagación profunda en el turbulento panorama de la Argentina de Yrigoyen y Alem ni en las concepciones políticas que llevaron al surgimiento de los clubes y sus clientes, de los caudillos y sus laderos; hay sí una acertada pintura de ambiente, hay constantes aciertos en un lenguaje económico y preciso y hay dos personajes centrales, el Guapo (Ecuménico López) y su madre (Natividad López), de excepcional carnadura dramática e inusual complejidad en su monolítica apariencia, que han servido al lucimiento de aquellos y otros muchos intérpretes , entre ellos China Zorrilla, Rodolfo Bebán y Jorge Salcedo.
“Un guapo del 900” fue en su momento, y sigue siendo hoy, la obra más celebrada y popular de Samuel Eichelbaum . Pero no fue la única ni siquiera, quizá, la mejor.
Fallecido en Buenos Aires el 4 de mayo de 1967, a los 72 años, don Samuel dedicó su vida a las letras, pero la repartió entre el periodismo - “Caras y Caretas” , “Noticias Gráficas” - (donde hizo crítica de espectáculos), la narrativa y el arte dramático. “Escribí para el teatro - dijo alguna vez - porque este fue el primer hechizo que me ofreció la vida. Con el correr de los años comprendí que ninguna incomprensión, ninguna injusticia pueden destruirlo, aunque puedan dar muerte al hechizado”. Bajo la influencia de la mejor novelística y el mejor teatro europeos (Dostoievski, Ibsen, Strindberg, Chéjov), Eichelbaum, que se definía como “un maniático de la introspección”, creó una obra donde los personajes solitarios y atormentados eran la regla general. Así se sucedieron en 1919: “La quietud del pueblo”, estrenada por Muiño y Alippi un año después; “La mala sed”, presentada por Angelina Pagano, y luego “El Judío Aarón”, “Nadie la conoció nunca”, “Soledad es tu nombre”, “El gato y su selva”, “En tu vida estoy yo”, entre otras muchas de una primera etapa que cubre hasta 1936.
A partir de “Un guapo del 900” y de “Pájaro de barro” (también de 1940), Eichelbaum evolucionó hacia formas más realistas y temas más locales que culminarían en “Un tal Servando Gómez” y en los guiones para los filmes “Arrabalera”, de 1950, y “El pendiente”, de 1951. Pero en una carrera que abarcó casi medio siglo, el dramaturgo siguió fiel a su afán experimentador y a su creencia de que el teatro es ante todo un “drama interior” producido por crisis morales conscientes o inconscientes y que la poesía dramática se nutre esencialmente de la psicología. De ello fueron testimonio “Dos brasas” (1955) y “Las aguas del mundo” (1957). Y también “Subsuelo”, que un año antes de su muerte cerró la producción de un dramaturgo no vastamente popular pero bastante apreciado por las minorías intelectuales. Precisamente él, que lamentaba siempre “carecer de las geniales dotes de un Lope de Vega para llegar al pueblo, a las masas... para ser comprendido en cualquier lugar de la Tierra y en todas las épocas”.
Cabe destacar que Samuel Eichelbaum fue también director escénico, director teatral y Agregado Cultural argentino en el Uruguay.


 

junio de 2006

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