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B''H

Humor judio
Cómo ser un judío sefaradí en una casa asquenazí y viceversa

Las diferencias culturales entre
sefardíes o “turcos” y asquenazíes
o “rusos” saltan a la vista y suelen
ser más que profundas de lo que parecen.
Incluso, hace algunas cuantas
décadas, un casamiento “cruzado”
era visto como algo muy cercano
a lo extravagante, y producía ciertas
controversias nada menores.
Hoy las cosas, gracias a D-s, no
son así de drásticas, por supuesto.
Sin embargo, ser sefardí y tener
como pareja a un asquenazí (o viceversa)
supone, entonces, un desafío
cumbre, culminante, y un paso
que determinará el éxito o el fracaso
de la relación: el instante en que
se ingresa en la casa de la familia
del otro. Lo que sigue es una serie
de consejos para sobrevivir la experiencia
de la mejor manera posible.
Para los asquenazíes que
ingresan en una casa sefardí
No se sorprenda por el hecho de
que todos hablan al mismo tiempo.
Ni siquiera intente seguir el hilo de
alguna conversación en particular.
Simplemente, póngase a hablar usted
también y cuente una historia
que le resulte agradable, al mismo
tiempo que todos los demás integrantes
de la mesa cuentan las propias.
Al final de la charla, se quedará
sorprendido al notar que todos los
asistentes están al corriente de la historia
que contó (y que usted, a su vez,
previamente le comentó a su futura
esposa), e incluso le podrán hacer
recordar algún detalle mínimo que usted
olvidó mencionar.
No se asuste porque la madre del
chico o de la chica le habla en un tono
un tanto alto. No está enojada con
usted ni se está peleando. Simplemente,
lo hace porque los decibeles
de la voz de una madre sefardí es un
par de puntos más altos que el de un
avión a chorro cuando despega.
No se sienta invadido por el hecho
de que el padre del joven o la
joven se le acerca mucho para hablarle
o no deja de palmearlo cada
vez que le dice algo. No es un psicópata
ni mucho menos. Sucede porque
al sefardí promedio la distancia
física entre uno y otro está en relación
directa con la estima y confianza
que le tenga.
No se le ocurra, bajo ninguna circunstancia,
realizar alguna acción
que pueda ser considerada como un
desprecio. Éste puede ser el punto
en el que la noche se va al demonio.
Por ejemplo, coma toda la comida
que le sirven en el plato. Aunque no
le guste y aunque sea tres veces la
porción que usted está acostumbrado
a ingerir. Si deja una almendra,
una sola almendra, luego de haber
comido cuatro kilos de mahúde de
papa, recibirá la mirada inquisidora
de todos y de cada uno de los miembros
de la mesa. Pero será la madre
del joven o de la joven la que se animará
a hacerle la gran pregunta:
“¿Qué pasa, no te gustó?”. Del mismo
modo, si esa familia le hizo llegar
algún regalo en los últimos tiempos,
úselo durante la visita. Si fue
una blusa o una camisa, póngasela.
Sí fueron dos blusas o dos camisas,
póngase ambas, una encima
de la otra. Si fue un jarrón, colóquele
flores y llévelo con usted (si agrega
algún comentario del tipo “es que
no puedo salir sin este jarrón”, ya
es ideal). Y así con cualquier otro
presente.
No comente que es vegetariano
o que come productos dietéticos. De
hacerlo, lo observarán como si acabara
de confesarles que usted tiene
un grave problema psicológico incurable
(excepto por la abuela de la
casa, que en su inocencia a lo sumo
le preguntará si está enfermo).
Para los sefardíes que
ingresan en una casa asquenazí
No ande preguntando “¿y ése
quién es?” ante cada cita que se realiza
de Nietzsche, Heidegger,
Spinoza o Martin Buber (en este último
caso, por favor no diga “yo conozco
a alguien que fue a ese colegio”).
A lo sumo, memorice un par
de nombres de los que se tiran durante
la charla, búsquelos en
Internet de regreso a su casa,
chequee un par de cosas que hayan
dicho y repítalas no bien encuentre
la oportunidad óptima en su
siguiente visita.
No vaya sin comer. Aunque no
lo crea, los asquenazíes sirven porciones
aptas para gente magra, por
lo que lo más conveniente es que introduzca en su aparato digestivo una grande de
muzzarella antes de dirigirse a su destino final (si usted
observa el kosher -como la mayoría de los sefaradim lo
hace- verifique previamente que en la casa a la que va
no hayan hecho carne; en ese caso, coma algo parve,
pero pídase algo, por favor).
Trate, dentro de sus posibilidades acotadas, de vestirse
con discreción. Le explico: existe entre los
asquenazíes la creencia (nadie puede determinar exactamente
de dónde surgió) de que los “turcos” (o los
“cotures”, para ser más precisos) suelen ser muy estridentes
para elegir su ropa y sus accesorios. Entre las
difamaciones que circulan por la colectividad asquenazí
y que, reiteramos, no tienen sustento alguno, figuran la
tendencia a usar sólo ropa de marca (y si las prendas
elegidas tienen algún cartelón que indique con claridad
el nombre de la marca, cuanto mejor), y también combinar
cuatro o cinco de estas marcas (así, usted se vería,
siempre según esta alocada teoría, como ese menjunje
de carteles publicitarios que se encuentran en cualquier
shoping de Buenos Aires). Así que... ¡vaya a cambiarse
de inmediato y no confirme estas teorías!
Bajo ningún punto de vista tome partido sobre temáticas
como el sionismo, la situación de los palestinos o
las cuestionables bondades colectivistas del kibutz, porque
ganará enemigos hasta el día de su muerte, momento
en el que se dirigirán hasta su lecho no para darle
un último adiós, sino para recordarte lo equivocado que
estuvo usted aquella primera noche. A lo sumo, si nota
que todos están de acuerdo en algo, súmese a eso.
Esas cositas que se repiten en ambos mundos
Existe un aspecto que se repetirá, indefectiblemente,
tanto en una casa sefardí como en una asquenazí:
en ambas querrán saber, con lujo de detalles, su árbol
genealógico. Así que si a usted nunca le interesó (o jamás
se puso a buscar la información) quién había sido
su tatarabuelo, allá en Polonia o en Siria, es mejor que
se ponga a revisar con extrema urgencia las cajoneras
de la casa de su familiar más anciano o que se dirija con
urgencia a la embajada
de Polonia o de
Siria a tramitar documentos
antes de su
primera entrada, porque seguro, pero seguro, que tendrá
que responder no sólo cómo se llamaba, sino también
a qué se dedicaba, si era religioso y qué tanto le
gustaban las comidas típicas.
Tanto en la casa sefardí como en la asquenazí, la
“comisión de investigaciones” (un órgano especial compuesto
por el padre del joven o de la joven, que se
refuerza, en el caso de los hogares de una dama, con
un hermano celoso y malicioso) iniciará su cuestionario
de esta manera:
-Y vos... ¿qué apellido tenías? (esto lo dice el padre,
arqueando una sola ceja y dejando la otra recta en paralelo
al ojo. El uso del verbo aquí es correcto, no dice
“tenés”, sino “tenías”, como si se tratara de una coartada
que el invitado lanzó en el pasado y que ahora debe
confirmar).
Usted aquí no puede mentir, porque la “comisión” se
dará cuenta rápidamente del engaño. De hecho, la “comisión”
ya sabe su apellido, simplemente, quiere oírlo
de su boca. Por eso, es que usted dirá: Sued (si es sefardí).
Lebowski (si es asquenazí).
La segunda pregunta cae de madura:
Y, ¿de qué origen sos? (Léase: de dónde vienen tus
abuelos).
Aquí usted debe soltar todos los datos que tenga al
respecto, aunque sea, a lo sumo, que los cuatro llegaron
de Damasco, Siria, o de Galitzia, Polonia.
Aquí los caminos de la conversación se dividen en lo
que se conoce como “bifurcación
de género”. Si
usted es mujer, probablemente
dejen de indagarla
(a lo sumo le preguntarán
por sus dotes
como ama de casa o si
es partidaria de seguir estudiando y trabajando una vez que
tenga chicos). Ahora, si usted es hombre,
éste es tan solo el principio del recorrido.
Porque la “comisión” tiene lista
la siguiente consulta:
¿Y sos algo de los Sued de Barracas
o los Lebowski de Villa Crespo?
Si usted no tiene idea de que existen
Sueds en Barracas o Lebowskis en Villa
Crespo, limítese a contestar “no, pero
seguro que mi papá los conoce” y tírele
la pelota a su progenitor para cuando
ocurra la reunión de consuegros.
En este momento, justo cuando usted
pensaba que el exhaustivo interrogatorio
había terminado, aparece la segunda
bifurcación, conocida como “bifurcación
de origen”. A partir de este
punto, las preguntas de los asquenazíes
se orientarán hacia detectar su posición
social, cuánto gana (y no “más o menos
tanto”, la serie de preguntas, sutiles pero
directas, terminarán cuando usted diga
“X pesos por mes, libres de impuestos”)
y cuáles son sus intereses en la vida.
Las preguntas de los sefardíes, en
cambio, se orientarán a develar si las dos
partes son parientes y establecer relaciones
de parentesco con todos los
miembros de su familia (estén vivos o
no). Entonces, al final de la noche, y luego
de responder cientos de preguntas
sobre tíos que usted ni siquiera conocía,
le dirán: “Viste, al final somos todos
hermanos, resulta que sos el sobrino de
la cuñada del hermano del suegro del
tío de la segunda esposa de mi hermano.
Impresionante, el mundo es un pañuelo”.
Al final del cuestionario, tal vez le quede
una vaga sensación de que sus
ancestros estaban en lo cierto y que a
usted, que es sefardí, le conviene una
pareja sefardí, mientras que a usted, que
es asquenazí, le viene como anillo al
dedo una pareja asquenazí. No se deje
vencer tan fácilmente y persevere. Piense
que si las cosas le van bien en su
relación cruzada, todavía le quedan muchas,
pero muchas, visitas para hacer a
la casa de su nueva familia política.

Extraido del libro “Manual del Buen Judío”
Ed. Sudamericana 2007
Septiembre 2010 / Elul 5770

Revista de historia y cultura judía. Publicada por A.I.S.A. Asociación Israelita Sefaradí Argentina

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