Guesharim


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B''H

Y dijo el Faraón: Yo no conozco a (vuestro) D-s

El lugar del hombre en el Universo: cuando la ilustración no basta
Así como en el proceso natural de las cosas la conciencia de un niño
en sus primeros años es muy limitada, los seres humanos, mayormente
también como el niño, solemos ser bastante poco conscientes de nosotros
mismos y de nuestro entorno.
Nuestra conciencia, que crece durante los años de nuestra formación
como adultos, requiere no obstante de una constante revisión de nuestras
elecciones y formas de vida. La formación de un individuo no es un ciclo cerrado que termina al comenzar lo que llamamos adultez, sino que, por el contrario, requiere de un permanente aprendizaje y crecimiento interior. Esto, que para muchos es algo evidente, deja de serlo cuando uno toma verdadera conciencia de su lugar en el mundo, y comienza a comprender qué es lo que evolutivamente se espera de él. Si tal como dice un viejo aforismo, “el hombre no es lo que es, sino lo que debería llegar a ser”, entonces, salvo que busquemos conscientemente un desarrollo interno y espiritual, el proceso de autocrecimiento llegará a una súbita detención, y nuestro espíritu ya conformado, y de alguna forma anquilosado, comenzará a envejecer sin haberse elevado. El nivel de existencia de cada individuo, y en este mundo, depende inexorablemente de su decisión de evolucionar cada día más. Tomando distancia del primate que todos llevamos dentro, con su voracidad, sus emociones primitivas y un descarnado materialismo, el verdadero lugar del hombre en el Universo debería estar en una instancia Superior.
De lo contrario, el ser humano pasaría a ser tan solo un animal ilustrado. Y no se trata de eso.

El Faraón egipcio
La ilusión del poder terrenal
Y esto mismo es lo que le sucedió al Faraón en su primer encuentro con Moisés y Aharón. Cuando los hermanos se presentaron ante el Faraón para pedirle que dejara ir a Israel al desierto para adorar a D-s, éste les dijo, altivamente: “yo no conozco a (vuestro) D-s ni dejaré ir a Israel”. Y en este no conocer, o peor aún, ni siquiera querer comprender algo diferente por ser genuino, se encuentra la raíz misma del vacío de sentido en la vida. Así como el Faraón, muchos son los seres humanos que caminan por la vida con ciertas ilusiones de grandeza, poder o dinero. Tal como la realidad de un niño, sus roles, sus ficciones y sus juegos, no son más que una mera ilusión para aquellos poseedores de una conciencia más elevada.
Y si bien en los niños es natural y positivo la actividad de jugar, porque el juego es también aprendizaje, en los adultos, en cambio, a veces los juegos toman características verdaderamente retrógradas y peligrosas. El común de la gente, así como el Faraón, toma demasiado en serio sus “juegos” de prestigio, poder, dinero, o efímeros placeres Guesharim Nisan del 5770 Marzo de 2010 3
terrenales, sin percatarse de que cada día que pasa es un día perdido. Para
estas personas, la verdadera realidad espiritual se manifiesta como demasiado
perturbadora. Y como el Faraón, que no conoce ni quiere conocer, darse
cuenta de que esta Realidad de lo Trascendente existe, hace que el poder
terrenal aparezca como lo que realmente es: pura ilusión. Aferrado a su trono
temporal y a la ilusión del poder, entonces al Faraón no le queda más remedio
que disfrazar su miedo de descreimiento. Y es así, que conscientemente, el
Faraón decide vivir en la ilusión del poder, antes que soportar el proceso de
verse en el espejo de su propia finitud y mortalidad.
Tiranos y tiranizados
Encaramado en su propia ignorancia, en su soberbia, y frente al miedo de
no ser nada, el Faraón apuesta así al ilusorio poder terrenal, tiranizando y
esclavizando a otros, para compensar su falta de trascendencia. Pero en este
juego del poder hay dos puntas. Para que haya tiranos, primeramente es necesario
que exista gente dispuesta a someterse, porque en ese sometimiento
también encuentran refugio a su vacío de sentido. Basta ver los movimientos
socio-políticos del último siglo para darnos cuenta. Desde Stalin a Hitler, y pasando
por cualquier demagogia de masas, el sufrimiento causado es inconmensurable.
Y esta es la lógica faraónica: negar la existencia de D-s (yo no
conozco...), para poder, ilusoriamente, querer ocupar Su lugar.
No es extraño que en la suntuosa corte del Faraón hayan pululado tantos
magos e ilusionistas. Para subyugar la conciencia de individualidad y la responsabilidad
de los propios actos, hace falta algo más que un mero truco. Es
necesario crear un verdadero sistema de mitos (como la inmortalidad del gobernante
egipcio), y una cosmogonía engañosa donde la espiritualidad es nada,
y el poder lo es todo. Por ello, en la Hagadá de Breslav, se nombra al Faraón (y
a todos sus acólitos posteriores), como el gran Constrictor de la Conciencia, o
el Señor de la Ilusión.
Engaño y esclavitud
Cada uno de nosotros debe pasar en esta vida por su “Mitzraim personal”.
Todos tenemos nuestras mentiras y todos tenemos nuestras esclavitudes. Cada
uno de nosotros es un microcosmos de tiempo y espacio, donde la historia
refleja una y otra vez la condición humana. Aquello que nos parece propio de
un remoto pasado, no obstante se presentifica en nuestras vidas, a lo largo de
los tiempos, como un recurrente suceso atemporal. Para un hombre atento,
todo aquello que sucedió y que ocupa un lugar en la Torá, es porque ello esta
sucediendo ahora mismo, ya sea en la realidad exterior como así en el interior
de cada uno. Pero al final, y tal vez sea éste el Objetivo Superior del ser humano, todos dejaremos, libres y conscientes, a Egipto y sus pueriles esclavitudes.
Al respecto, también es necesario destacar aquí el aspecto engañoso del monarca egipcio. Para Nuestros Sabios, el Faraón representa a la “serpiente
primigenia1”, la cual era la Constrictora Primordial de la Conciencia Humana y la gran señora de la Ilusión.
Engañando al hombre en primera instancia con la mera curiosidad, la serpiente luego termina por inducirlo a lo que los cabalistas llaman una experiencia
de Falta de D-vinidad. Mediante un proceso de constricción, o limitación
de la conciencia, el hombre termina auto-expulsándose del paraíso al
expulsar, desde dentro de sí mismo, la certeza de la Presencia D-vina que lo rodeaba. Y es así como expulsando, ilusoriamente, a D-s de su interior, al hombre no le queda más remedio que volcarse (o revolcarse) en el mundo de la aflicción de la materia (con el sudor de tu frente ganarás el pan).
El Faraón interno
El gran constrictor de la conciencia.
Pero para hacerse acreedor a un nivel existencial más elevado, ello no comienza sino sólo una vez que estamos libres de las ilusiones y constricciones del Faraón, pues ilusiones y constricciones tenemos todos y existen en todo nivel. Evolucionar, lo que se llama evolucionar y ser mejor persona, comienza con el proceso mismo de superar nuestro Faraón interno (tan artero que la mayoría de las veces no lo vemos), y con nuestro constante esfuerzo por elevarnos a niveles cada vez más elevados de Conciencia, tal vez logremos llamarnos
verdaderos seres humanos.
Pero a veces, y como superar la ilusión lleva su tiempo, es así que el Faraón
tampoco debe ser tomado muy en serio. Está aquí sólo para tentarnos y para que no nos demos cuenta de lo que realmente podemos ser. Si en el pasado habíamos decidido escuchar al Faraón que nos dice “Yo no conozco, (ni me interesa)”, ahora podemos responderle “¡Yo sí sé quien eres y sí quiero estar consciente!”. Y, si hasta ahora hemos vivido nuestras vidas sumidos en el dolor de la falta de fe y la ignorancia, entonces, sin culpa ni remordimientos innecesarios, debemos hacer ahora lo que debemos hacer: liberarnos de la ilusión viéndola como tal.

La matzá:
El Conocimiento Superior
Tal vez, el elemento más representativo de la festividad de Pesaj sea la matzá (el pan ácimo). ¿Pero que simboliza exactamente la matzá? y ¿por qué es tan importante? Respondiendo a estas preguntas, Nuestros Sabios afirman que Adán, el
primer hombre, comió del Árbol del Conocimiento, y su fruto de hecho no era
una manzana sino un cereal común. Pero el simple hecho de que D-os lo prohibiera, hizo de él el “árbol prohibido”. Como expresa la Guematria (el método matemático-cabalístico), el valor numérico de JaMeTZ (el pan leudado), junto con SeOr (la levadura) es 639. Y por otra parte, la suma del valor numérico de las letras del ETZ HaDAaT (el Árbol del Conocimiento) también asciende a 639. Y de ello Nuestros Sabios concluyen que cuando Adam HaRishon (el primer hombre) probó de él, entonces comió directamente el pan ya leudado.
Entonces es así como Adam obtuvo el sabor de la nefasta experiencia de la «Falta de D-os». Experimentando lo que él vio como un mal en sí mismo, Adán
terminó obnubilando su conciencia cayendo en la separación primigenia de la
Presencia D-vina. A partir de ahí, y en su interior, Adán ya no sería parte de un Cosmos armonioso inmerso en la Presencia D-vina, sino que se constituiría
como un ser separado cuyo centro sería el mismo. El yo como centro del Universo:
una perspectiva egocentrista carente de todo asidero. Por ello, mientras el pan fermentado simboliza el yo individual con su arrogancia, y por extensión la separación de la Shejiná (la Presencia D-vina), la matzá, en cambio, simboliza
la perfección del Conocimiento Superior Místico y la unidad con el Cosmos bajo la Presencia D-vina. Y este es el conocimiento más íntimo de la Conciencia Humana: el de la experiencia de la Gracia D-vina.
Por ello, si bien en Pesaj comemos matzá, también debemos asegurarnos de que al “comer” matzá estamos incorporando una porción del Daat (conocimiento) Superior. El conocimiento místico, perfecto y totalizador. Y al hacerlo así, entonces rectificamos en nuestro interior mismo, aquel error primigenio que significó la caída de Adam y su expulsión del paraíso (es decir, el ocultamiento
de la Presencia D-vina).

Pesaj y las voces internas
Y si tal como afirma Nuestra Torá, de que estas festividades son a “Proclamación
de la Santidad” (Levítico 23:4), entonces la mesa del Seder es el lugar exacto donde cada individuo se enfrenta con sus voces internas. Tal como lo habremos comprobado en innumerables ocasiones, el Seder de Pesaj es un verdadero disparador de diferentes posturas (tal como lo describe la Hagadá son básicamente cuatro), y donde cada uno elige la voz que va a escuchar.
Están los escépticos, que con mayor o menor sorna, escuchan y repiten la voz
del Faraón diciendo: ¿que son estas costumbres suyas? (suyas y no de él), y
deambulan una y otra vez por el camino de la tentación fácil, la ilusión, y en
definitiva de la constricción de conciencia. También están aquellos que escuchan
una voz de curiosidad. Adán era curioso, y también lo somos todos nosotros.
Y si está en la naturaleza del niño el ser curioso, entonces nada malo debe
haber en ello. Pero, ¿de qué somos curiosos? Nuestros Sabios afirman que el
origen de esta curiosidad nace del presentimiento que nos hace sentir que algo
muy básico está faltando. La búsqueda de algo y el no saber qué sea, eso es lo
que nos muestra que nuestras vidas se han extraviado. Y es la Voz Superior que
cada individuo lleva adentro, la que nos recuerda que es tiempo de volver a D-os
y reencontrarnos con nuestra mismísima, y verdadera, esencia interior. Ya hemos
sido lo suficiente curiosos durante mucho tiempo y hemos corrido infructuosamente tras del Faraón, preguntándonos una y otra vez, cómo es vivir sin D-os.
Y Pesaj es el tiempo exacto para dejar esta cacería de sinsentidos y cambiar la
dirección de nuestra curiosidad.

Jag Kasher Vesameaj
Marzo de 2010 / Nisan del 5770  Año 9 Nº 33

Revista de historia y cultura judía. Publicada por A.I.S.A. Asociación Israelita Sefaradí Argentina

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