La lectura de la Torá de la última semana nos habla de un tema que nos resulta conocido. El ser humano, ya en aquella época anterior a nuestros patriarcas, había caído en una corrupción generalizada y de una gravedad tal, que hasta los propios animales, que carecen de la facultad de discernimiento, fueron merecedores del castigo divino. D's decidió eliminar a todo ser viviente mediante un diluvio, salvo Noaj, su familia, y aquellas especies de animales que sobrevivirían a la catástrofe. ÀPor qué? Porque Di's buscó a los tzadikim a partir de los cuales poder re-crear el mundo, y sólo encontró a Noaj y su familia; ni siquiera llegó a reunir un minián.
Di's encomendó al propio Noaj la construcción del arca donde vivirían todos durante un año, hasta que pasase el diluvio y bajaran las aguas. Dicha construcción demandó ciento veinte años. ÀPor qué tanto tiempo? Porque Di's quería que el ser humano, viendo lo que Noaj hacía -y el castigo que vendría-, pudiera arrepentirse, hacer teshuvá. Más aún: una vez terminada el arca, Di's esperó una semana másÉ pero todo fue en vano.
Una vez arriba de la embarcación, la responsabilidad de Noaj fue alimentar a los animales durante el tiempo que permanecieran allí, para lo cual tuvo que aprender qué comía cada uno, en qué horarios, etc. El y sus hijos prácticamente no dormían. En una oportunidad, se demoró en darle su comida al león, y éste enfurecido le mordió una pierna. Es decir que, para borrar todo rastro de corrupción, el hombre dedicó su tiempo no a satisfacer sus propias necesidades -agreguemos que tampoco se podían mantener relaciones sexuales en el arca, ya que se trataba de un período de luto por la destrucción de todo ser viviente-, sino a servir al otro, en este caso a los animales.
Pensemos cómo se sentiría una persona si es elegida por sus cualidades para garantizar la supervivencia de la raza humana. Probablemente se considere poderosa, con dominio sobre lo que la rodea. Y es así. Sólo que esta Perashá nos enseña que ese poder no estaba destinado a estimular la soberbia, a obtener un provecho personal, sino que implicaba un compromiso ineludible de servicio con aquéllos sobre los que ejercía esa autoridad. Ello se traducía en la obligación de dar de comer a los animales.
En este sentido, no es difícil darse cuenta cuántos individuos dejan de lado esta premisa, y aún teniendo la más mínima cuota de poder, la emplean tiránicamente, abusando de ese supuesto privilegio que le otorga la posición en que se encuentran. Esto vale tanto para el dirigente, el funcionario, como a un simple empleado que reparte turnos en una cola. Qué diferente sería si cada uno ejerciera su función con entrega y humildad al servicio de sus semejantes.
Y aún más: advertimos que la mejor forma de redimir la culpa que eligió Di's para el hombre fue que éste piense en el otro antes que en sí mismo, que pudiera dejar de lado su egoísmo, que no sólo se mirase en el espejo de sus propias preocupaciones, para ocuparse sin descanso en servir a los demás. Noaj era el más tzadik de su generación, no obstante lo cual pudo cumplir con su premisa, y así salvar a la humanidad.
Ejercer el poder con equilibrio y responsabilidad en beneficio de nuestros semejantes, y pensar en el prójimo antes que en uno mismo: dos de las tantas enseñanzas y reflexiones plenas de vigencia y actualidad que nos propone la Torá.
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