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Periódico Judío Independiente
Después del tetazo
Por Susana Grimberg. Psicoanalista, escritora y columnista.
“Lo que mejor sienta a la juventud es la modestia, el pudor, el amor a la templanza, y la justicia. Tales son las virtudes que deben formar su carácter.”
( Sócrates )
Exhibicionismo - voyerismo.
La palabra “teta”, según el diccionario etimológico de Joan Corominas, alude a una voz común al castellano y al francés; es un vocablo infantil, de creación expresiva. El superlativo “tetazo”, a mi parecer, da cuenta de la violencia inherente al exhibir la teta, como si fuera un “trompazo” o una cachetada dirigida a la mirada de cualquiera de los transeúntes que circulaban por el lugar. Justo frente al obelisco, monumento a lo que a cualquiera se le puede ocurrir, lugar paradójicamente elegido para ostentar los pechos desprovistos del valor que representan por función de amamantar además del sensible valor erótico.
El diminutivo tetilla y el superlativo tetona, sólo aluden al tamaño pero, tetazo, es una trompada. Y eso fue lo que muchos, hombres y mujeres, sintieron frente al espectáculo que, en nombre de la libertad, dieron algunas mujeres, convencidas de que exhibir los pechos desnudos era en nombre de la libertad.
Acuerdo con lo expresado por la filósofa Diana Sperling en su nota: “La banalidad de las tetas”, señaló que afirmaciones como “mi cuerpo es mío, hago con él lo que quiero”, dan cuenta de lo banal e infantiles que pueden ser ciertas mujeres. Si se entienden literalmente tales expresiones, suenan al berrinche de un nene enfurruñado que se niega a compartir su juguete. “Igual que el niño con su chiche, hacen del cuerpo un objeto, no importa quién es el dueño”.
“El así llamado “tetazo” ofrece un espectáculo triste: es más un gesto de impotencia, de banal resentimiento y de pueril reivindicación, que una verdadera acción política. Que será, tal vez, menos espectacular –en el mal sentido, la fama mediática de quince minutos - pero deseablemente más efectiva”.

El mundo de la imagen
En un mundo donde la imagen prima por sobre todas las cosas, exhibir los pechos desnudos es igual a mostrarse desnudas, sólo que sienten que, en realidad, no lo están y no tienen NADA para mostrar. Por otra parte, en vez de “estos pechos son míos”, en el acto de exhibirlos, son de todos. Y no sólo son de todos sino que se los damos en pos de satisfacer el apetito del ojo, del ojo que espía.
Al verlas, la gente reía como si se tratara de una broma, pero era no sólo un chiste sin palabras sino la acción para expresar el descontento de algunas mujeres por ser mujer. Tener que usar un corpiño, que para muchas mujeres significa una comodidad, para las que bogaron para no usarlos, olvidaron que una operaria, para poder trabajar en libertad, el corpiño es necesario. También, en las situaciones en las que hay que correr. Por efecto de la ley de gravedad, los cuerpos caen, los pechos pesan y el corpiño, es un alivio.
Recuerdo el momento en que entrevistaron a una joven, militante de un partido de izquierda, ostentando sus pechos desnudos como si fuesen la bandera de la revolución.

Sobre el pudor
El pudor es un sentimiento valioso en sí mismo. La gente que se reía de la situación, grotesca para algunos, ridícula para otros; reían porque estaban frente a algo que no se sabía cómo expresar, siendo la risa el sostén, valga la paradoja, de lo insostenible.
Quiero destacar que, además, hay que tener en cuenta la cuestión generacional, porque hay una generación de la escucha y otra de la imagen. Por ejemplo: en la Segunda Guerra Mundial, el llamado para alistarse en el ejército, la propaganda, se hizo mayormente por la radio. No debemos olvidar que hubo una generación completa que se manejó, durante años, con ese medio, que entendía el mensaje, que estaba preparada para escuchar.
En los últimos tiempos, la gente ha sido preparada más para ver que para escuchar, siendo que escuchar al otro es, para la vida, esencial.
Es que hasta podríamos decir que se trata de rechazar toda cultura, palabra que proviene de culto, tomada del latín “cultivar, cuidar, practicar, honrar”. Por otra parte, en estos días en los que parece no haber otra cosa que lo actual, las mujeres que eligieron salir medio desnudas no sólo lo hicieron para exhibirse sino para poner en juego un espectáculo, sin dar lugar a la reflexión.
El efecto producido en muchos, fue que exhibir los pechos desnudos, era capricho colectivo. Es claro que la imagen, por su poder cautivante, produce una cierta parálisis para pensar, dándole al otro, el público, la oportunidad de espiar y lo que se espía es lo sexual.
La desnudez de los pechos como si no fueran pechos, desprovistos de su valor erótico, es lo que algunas mujeres se propusieron hacer. Como si fueran nenas pequeñas que van a la playa en “tetitas”, las que ofrecieron los pechos desnudos contribuyeron a ser observadas o espiadas, bajo el lema de la libertad, muy poco tiene que ver con la libertad. No es a eso a lo que se refiere Eric Fromm respecto de la libertad.
S. Freud nos enseña, al estudiar las perversiones, que el instinto sexual tiene que luchar contra determinados poderes psíquicos que se le oponen en calidad de resistencia: el pudor y la repugnancia. Aparece, pues, justificada la sospecha de que estos poderes participan en la labor de mantener el instinto dentro de los límites de lo considerado como normal.
Freud destaca la importancia de ciertos diques anímicos contra las extralimitaciones sexuales, que son, como mencioné anteriormente: el pudor, la repugnancia, la compasión, el respeto por el otro, la moral y el respeto por la autoridad, todas estas barreras son tiradas abajo por la práctica del exhibicionismo, alentada por los movimientos feministas y los políticos de turno.
La salida de este discurso que, paradojalmente, reniega del lugar de la mujer, dependerá de la situación del sujeto con el mundo simbólico y este mundo no es otro que el de la palabra. Siempre que sigamos hablando de estos y otros temas, siempre que la palabra circule, habrá una salida.
En los tiempos actuales, en que el pensamiento parece verse cada vez más arrinconado desde todos los flancos, cobra sentido la importancia de la palabra. El ataque al pensamiento, que observamos todos los días, se comprueba día a día en la exaltación de lo grotesco, lo superficial, incluso del engaño, como una característica que merece tener reconocimiento social y que se propone como un modelo posible de relación social. Eso lo vemos también en la permanente agresión verbal entre la gente, insultos, burlas y comentarios de pésimo gusto.
En sociedades como la nuestra, que debaten entre la violencia, la miseria y la falta de educación, salir semidesnudas, no sólo soluciona nada sino que colabora a incentivar la carencia de principios y la falta de respeto por la mujer.

Quiero concluir con estos versos del “Cantar de los cantares”:

“¡Qué hermosa eres, amiga mía!
(…) Tu cuello es recto y airoso como la torre de David.
Tus dos pechos son como dos cervatillos gemelos, que están paciendo entre blancas azucenas hasta el caer del día y el reclinar de las sombras.
Toda eres hermosa, amiga mía: ven y serás coronada.”


Número 616
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