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Periódico Judío Independiente
La " rieta" en torno a los Derechos Humanos
Esos otros demonios

Por Por Lina Szwarc, socióloga
Durante los últimos por lo menos 10 años vivimos el resurgimiento de una mirada maniquea de la realidad. El relato kirchnerista se encargó de interpretar la realidad de un modo binario y escueto, de buenos y malos, propios y traidores, progres y cipayos, nac&pop y buitres y todas aquellas versiones de la antinomia fundamental con la que creían comprender el mundo.
Llegaron al poder y se encargaron de difundir, promover y educar, tanto a través de los medios de comunicación como incluso en las escuelas, ese modo rudimentario y peligroso de ver el mundo en el que es fácil caer del lado “equivocado” de la línea divisoria con tan sólo disentir.
Aquellos que aún insisten con que la grieta no existió, o se acostumbraron o se sintieron cómodos en ella. Es que la simpleza del paradigma esquemático brinda certezas que permiten moverse con tranquilidad en el mundo, siempre y cuando no recaiga sobre uno la sospecha de enemigo.
Sin embargo, es necesario decir que este paradigma interpretativo no nació en nuestra historia nacional con el kirchnerismo sino mucho antes. El origen quizás se remonte a unitarios y federales, devenidos luego en peronistas y antiperonistas. Pero lejos de hacer una genealogía histórica de nuestro maniqueísmo, puede ser útil remontarnos a la historia reciente heredera de aquellas otras antinomias pasadas, que nos persiguen de manera irresuelta y problemática.
Con el regreso de la democracia y la llegada de Alfonsín al poder, se planteó la famosa teoría de los dos demonios respecto al pasado inmediato. Era necesario comprender lo que había sucedido. Con dicha teoría se intentaba por primera vez romper la tradición maniquea mediante una visión paradójicamente tripartita y complejizada de la realidad. La mirada maniquea propone como es harto sabido, un amigo y un enemigo, representantes en la tierra de un Dios y un Demonio. La imagen que se avizoraba en ese momento en cambio planteaba Dos demonios, observados y juzgados por un tercero, la ciudadanía que reclamaba democracia y estaba cansada tanto del terrorismo de Estado de la dictadura militar como del terrorismo de los montoneros y demás grupos políticos iluminados.
La teoría de los dos demonios en tanto paradigma interpretativo es intrínsecamente democrático, dado que complejiza a la realidad al instalar un escenario político donde hay más que dos, y en el que se agota el totalitarismo de la teoría schmittiana del amigo enemigo y renace la diversidad del tercero que es asimetría y disenso.
No casualmente los peronistas de izquierda y ex montoneros inmediatamente se encargaron de denostar ese paradigma, atribuyendo el concepto de terrorismo sólo al Estado y evitando hacerlo con la subversión. Para ellos el único terrorismo posible y criticable era y sigue siendo el llamado terrorismo de Estado, mientras el terrorismo liso y llano, el que hoy padece el mundo entero de la mano del fundamentalismo islámico del que son afines y socios, deja de ser terrorismo y pasa a ser poéticamente llamado “movimiento de liberación”.
La tarea de desvalorización del paradigma tripartito de los dos demonios y un tercero tuvo lugar principalmente en el plano de las palabras y los discursos. Los montoneros pasaron a ser “los monto”, casi en un intento por hacer sonar familiar a personajes violentos. Pero el principal modo en que se manipuló simbólicamente a la nación fue a través del concepto de “desaparecido”.
Sin negar que los desaparecidos fueron el resultado trágico de una política nefasta que en vez de combatir al terrorismo en el marco de la ley lo hiciera por fuera de ella, se vuelve necesario afirmar que –y quizás por responsabilidad compartida con los dictadores militares- la identidad del desaparecido subsumió a la identidad del terrorista y con ella, hizo desaparecer una parte innegable de la realidad. Si bien no todos los desaparecidos eran terroristas, muchos sí lo eran, ya que creían –y siguen creyendo- en la violencia como herramienta política legítima dentro de un Estado de Derecho, poniendo bajo cuestión el monopolio de la violencia legítima que caracteriza a dicho Estado (como sucedió durante el gobierno de Isabel Perón), lo que se expresaba en la conformación de ejércitos paralelos organizados y armados, que ejecutaban atentados, con bombas y secuestros.
Referirse a la identidad del subgrupo terrorista dentro del universo de desaparecidos aludiendo sólo al modo en que fueron asesinados y no al modo en que asesinaban o estaban dispuestos a hacerlo, significa no ser fieles a la verdad, e injustos no sólo con las víctimas de los atentados sino con nosotros mismos. Para ello es necesario antes comprender que la gravedad del terrorismo no surge de comparar la cantidad de asesinados de unos y otros como lo hacen quienes pretenden minimizarlo o exculparlo, ni surge de comparar los objetivos de unos y otros. La gravedad del terrorismo radica no sólo en sus víctimas concretas y reales, y en el clima de terror que generan, sino sobre todo en el hecho de habilitarlo como algo posible e incluso deseable para una sociedad.
Quienes triunfaron en esta pugna simbólica no sólo se encargaron de denostar al paradigma de los dos demonios sino que incluso buscaron elevar al status de héroe que resistió a la dictadura a quienes paradójicamente querían establecer su propia dictadura “proletaria” a la que referían como patria socialista mediante el terror, lo que explica treinta años después volvieran al poder.
Pudimos impugnar al terrorismo de Estado pero fracasamos en hacer otro tanto con el terrorismo, acertamos en juzgar a los primeros pero fallamos en premiar a los segundos. Es hora de completar la tarea, de recuperar el paradigma de los dos demonios que en realidad es tripartito, y de deslegitimar todo tipo de terrorismo, incluso al terrorismo mismo, para por fin poder construir una conciencia política realmente democrática, que sólo es posible cuando se llama a las cosas por su nombre y se es fiel a la verdad.

Número 601
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