Se estrenó en “Maipo Kabaret” el unipersonal que, con gran solvencia, interpreta el actor Gerardo Romano. Su excelente interpretación trasluce una gran profesionalidad al tratar de introducirse en la piel del personaje. Son también de muy alto nivel la puesta en escena, el decorado, el sonido, la iluminación y la música y, por ende, la dirección artística.
El autor del libro, Charles Lewinsky, es judío, nacido en Zurich, Suiza, el 14 de abril de 1946, exitoso dramaturgo y director de teatro y televisión.
El soliloquio que constituye el meollo de la rama es el mea culpa que ocupa al personaje, Emanuel Goldfarb, al tener que participar voluntariamente de una clase de instrucción cívica de alumnos secundarios, en la Alemania actual y así tener la oportunidad de hacerle preguntas a un periodista y escritor alemán y judío, quien es hijo único de un comerciante que deja sus actividades en Londres para retornar a Hamburgo y se casa con una judía sobreviviente de los campos de concentración. Emanuel –hijo único- es el tardío fruto de ese matrimonio.
El mensaje resulta contradictorio: Emanuel se casa con una mujer católica y explica que su problema de pareja eclosiona porque no tiene una hija, sino un hijo, a quien hace circuncidar por cuestiones atávicas con la oposición de su mujer que, por tal motivo, se va de su vida. No deja de ser una contradicción evidente, puesto que un recién nacido de madre no judía, no es judío según la Halajá, aun cuando sea circunciso. Luego se saca la camisa para colocarse los tefilim en lugar de arremangarse la manga. Además, se coloca una talit sobre su dorso desnudo, cosa que es inverosímil dado que el propósito que tiene la manta ritual es ocultar las vestimentas para que todos los orantes sean iguales en la sinagoga y no hagan ostentación alguna.
La versión que se presenta tiene actualizaciones políticas disonantes con el original de 2005. Las menciones a Israel como conquistadora de tierras ajenas y el comparar y equiparar lo que los nazis hicieron con los judíos durante la Shoah con lo que los israelíes hicieron en Gaza resulta muy penoso. Es parte del relato que olvida que los ofrecimientos de paz siempre vinieron de la parte israelí, que el plan de partición de la ONU fue aceptado por Israel y no por sus contrapartes, que todas las fronteras provisorias desde entonces fueron producto de las guerras con líneas de cese de fuego y de armisticios y no fronteras reconocidas y seguras resultantes de tratados de paz. La Shoah no es comparable con ninguna otra aberración social ni tiene comparación.
En resumen: la obra fomenta, con su presente postura política, el estigma que pretende denunciar puesto que el antiisraelismo no deja de ser una versión moderna del antisemitismo.
Mario Czmerinski
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