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Periódico Judío Independiente
Luchando contra la negatividad.
¿Cómo saco de mi cabeza la mala onda?

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
“Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad, un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad.” Winston Churchill

Hace unos cuantos años, un alumno que se caracterizaba por protestar siempre, aún cuando no tuviera motivo alguno, el del clásico: “no se de qué se trata pero me opongo”, apareció con una remera holgada, de un azul celeste muy parecido al que usaban los Pitufos. Apenas entró a la clase, antes de que empezara a protestar, lo saludé con un ¿cómo anda el Pitufo gruñón?, que no sólo lo desconcertó sino que perdió el ceño fruncido que lo caracterizaba
No siempre se puede armar un chiste inspirado en un sujeto propenso a la mala onda. Iba a decir víctima de su propia mala onda que lo lleva a ver el mundo detrás de un vidrio empañado. Los conocemos: está el que destila odio, el que disfruta humillando al otro, el que avasalla, el que manipula con mentiras, el que arremete desvalorizando al otro para sentirse bien él, el que daña sin jamás proponer una reparación. Entre estas personas, sin tomar al que sufre por una depresión agravada por determinadas situaciones de la vida que por alguna razón no puede resolver, se encuentran tanto el autodestructivo, como el decididamente perverso.
La palabra persona, persôna, según el diccionario etimológico de Joan Corominas, deriva del latín: “máscara del actor”, “personaje teatral” (voz de origen etrusco) y pocos como el sujeto afectado por la mala onda, resuenan detrás de la máscara que oculta sus verdaderas intenciones.
El diccionario UTEHA, coincide. Persôna deriva del latín: “individuo de la especie humana. Hombre o mujer cuyo nombre se ignora o se omite. Personaje de una obra literaria. La voz persona fue aplicada en un principio por los romanos a la máscara resonante que usaban los actores en el teatro”.
Antonio Machado se refiere a estas personas nocivas con su "mala gente que camina y va apestando la tierra", pero ¿existe realmente la gente "tóxica"? Debo decir que sí. Son los que se molestan por el bienestar ajeno y lo destruyen, descalificándolo. Sin duda alguna, los políticos que sólo buscan ser escuchados y prometen lo que saben que jamás van a cumplir, aunque parezcan tener una buena onda, se suman a los de mala onda por el cúmulo de mentiras que suelen proferir. También muchos jefes, “magistrados de la verdad”, nunca están dispuestos para alabar al otro sino todo lo contrario.
El que mejor ha tratado este tema en la historia de la filosofía es Baruch Spinoza. Ya en sus tiempos, Spinoza habló de encuentros que potencian nuestras energías, además de darnos alegría y de los que las disminuyen y producen tristeza. Cuando dos cuerpos se con-vienen entre sí (el guión es mío), multiplican su potencia. Cuando no lo hacen, se produce un mal encuentro, semejante a una especie de envenenamiento.
Cuando la negatividad es un sostén.
Ernest Hemingway dijo que “la gente buena, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre gente alegre”.
También, Confucio decía que “si uno se topa con gente buena, debe tratar de imitarla, y si uno se topa con gente mala, debe examinarse a sí mismo". Es decir, el sujeto debe examinarse a sí mismo, porque quizás, se le juega algo de lo propio como para toparse e insistir, con los caracterizados por la mala onda o mala vibra, como se suele decir. Es que la mala onda es, a mi parecer, equivalente a la mala energía que produce una vibración desagradable en el que no es afecto a la mala energía.
¿Qué sucede con los pesimistas consuetudinarios? A mi parecer, pueden ser lúcidos, inteligentes y osados además de no estar afectados por la mala onda que, según muchos, termina siendo contagiosa.
El filósofo Santiago Kovadloff confiesa cruzarse a menudo con este tipo de personas y rogar que en ese instante alguien en el teléfono lo libere de la situación. Comenta que pone el acento en los vínculos más que en las personas, porque mucho depende de quien entable una relación con él. Por otra parte, al preguntarse sobre si la gente se cuestiona qué es lo que uno produce en el otro, se responde que él también puede irritar y ser muy aburrido en su vida pública. De todas maneras, ubica como rasgo dominante de la toxicidad "a las personas monologadoras y autorreferenciales y a aquellos que nos aplastan". El corolario es el tedio, el desinterés y la urgencia de alejamiento, dice. Y arremete contra los simuladores y contra aquellos vínculos cimentados a partir de una necesidad tramposa: "La de no relacionarse realmente".
Las personas "tóxicas" influyen en la salud tanto física como psíquica del otro. A esas personas se las controla quitándoles su poder, escapando de ellas o no permitiéndoles acceso a nuestra intimidad. Si se debe convivir con ellas, en la familia o en el trabajo, hay que abstraerse mentalmente de su presencia y acciones.
El mal humor se ha convertido, a nuestro pesar, en el paradigma de la vida cotidiana. La falta de sosiego o tranquilidad, me recuerda al gran escritor portugués Fernando Pessoa, con su “Libro del desasosiego”, en el que describe la angustia detrás del malhumor, producida por un extrañamiento hacia la vida y a la realidad que rodea. Esto último es lo que produce la mala onda o mala vibra que, muchas veces, es un extrañamiento respecto al mundo, sensación que deviene de una civilización ajena a nuestras necesidades.
Lamentablemente, los seres humanos ya no somos los que establecemos nuestras propias reglas de convivencia dado que los parlamentos y los gobiernos acaban haciendo las leyes a su gusto. El mal humor es una de las manifestaciones que produce esta sensación extraña e inquietante. Un humor sádico que se descarga sobre el más débil, chivo expiatorio de prejuicios y frustraciones. La burla y el sarcasmo aparecen como una agresión franca sobre el otro, además de ser una de las muestras de la verdadera cara del poder.
¿Por qué, en la cultura actual, prevalece el mal humor? Freud plantea que la cultura está atravesada por un malestar que deviene de la condición pulsional del ser humano. Se manifiesta en los límites para alcanzar plenamente la felicidad del individuo dentro de la cultura. Por ello, señala que desde tres lados amenaza el sufrimiento: 1) El cuerpo propio, cuyo organismo está destinado a morir. 2) El mundo exterior que puede destruir al sujeto. 3) La relación de éste con los otros seres humanos en la familia, el estado y la sociedad. Si las dos primeras fuentes del sufrimiento las considera inevitables, la última es inadmisible, ya que no se puede entender por qué las normas que nosotros hemos creado no pueden protegernos y beneficiarnos a todos.
Frente a un entramado social dañado, la degradación de los valores e ideales y la importancia del éxito, los analistas debemos dar cuenta de las transformaciones en la subjetividad. Me refiero a patologías en las que aparece un agujero, el vacío, la nada, un destino trágico del funcionamiento psíquico y el pasaje al acto. Las pasiones del ser humano no son ni puras ni simples. Es Spinoza quien nos revela que están compuestas de amores y odios, de alegrías y tristezas aunque siempre una afección es más fuerte que las otras.
Freud, da cuenta de estos fenómenos a través del estudio del chiste, lo cómico y el humor. El chiste, y la risa consecuente, establecen que la subjetividad se realiza en la intersubjetividad. Es la más social de todas las funciones psíquicas que producen placer y se comparten. Compartirlo, posibilita la comprensión de que somos seres finitos, además de crear una esperanza sostenida en una razón apasionada. Una política de las pasiones alegres que enfrente a las pasiones tristes: el miedo, el odio, la resignación y la apatía. En este sentido el humor puede ser uno de los instrumentos para que el dolor se ilumine en esperanza ya que, como decía Nietzsche “el animal de la tierra que sufre más fue el que inventó la risa”.
Quiero concluir por la vía del humor, pues el chiste es un modo de decir lo que de otra manera no se puede decir, además de ser contrarrestar la negatividad:

“Yo solía pensar que era pobre. Pero entonces me dijeron que yo no era pobre sino necesitado. Luego me dijeron que era auto denigrante pensarme como necesitado. Yo era un cadenciado. Luego me dijeron que ese ya era un término gastado. Yo era desaventajado. Hoy sigo sin tener un centavo. Pero tengo un vocabulario riquísimo.” Jules Feiffer

“El agente matrimonial ha asegurado al novio que el padre de su futura esposa no vivía ya. Después de los esponsales averigua el prometido que su suegro vive, pero que se halla en la cárcel cumpliendo condena y reprocha el engaño al intermediario. “No; no te he engañado -responde éste - ¿Acaso es eso vivir?”. S. Freud. “El chiste y su relación con el Inconsciente”



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