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Periódico Judío Independiente
El rumor en la política
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
La palabra rumor, según el Diccionario Etimológico de Joan Corominas, deriva del latín, rugido, que vulgarmente tomó el sentido de estruendo. Y, en verdad, lo que va circulando de boca en boca, casi un susurro, finalmente produce un estruendo.
Tiene lo que caracteriza a las habladurías, al chisme, pero más prestigio aunque carezca de sujeto. En el “se dice que… “, no hay primera persona, no hay Yo. Eso posibilita que nadie sea responsable del rumor, es decir, de lo dicho.
Es interesante investigar como el rumor se inserta en la sociedad de hoy a través del ambiente periodístico. Se entiende como un fenómeno social para el que se precisan, al menos dos personas para crearlo y una sola para poder difundirlo. El rumor sirve para cuestionar la veracidad de relatos que circulan en una sociedad. Muchas veces, sirve para desviar la atención del público de los centros de verdadero interés social. Si bien puede ser el producto de una mentira, también es un modo de interrogar una verdad.
Un rumor es una proposición que se pasa de persona a persona, por lo general oralmente, sin medios probatorios seguros para demostrarla. Al pasar un rumor, pese a que se supone que se está transmitiendo un hecho cierto, produce incertidumbre.
El rumor provoca en la gente, un fenómeno misterioso: vuela, corre y se difunde hasta esparcirse en todos los ámbitos. El efecto que tiene sobre los hombres se parece al de la hipnosis: seduce y altera a la vez.
Llamamos rumor a la información que proviene de "fuentes no oficiales", de origen indefinido, es decir, se desconoce su procedencia. Tiene la característica de que todo el mundo cree poder reconocer un rumor cuando lo tiene enfrente, pero nadie es capaz de dar una definición satisfactoria de él. Por otra parte, no hay ningún consenso para delimitar con precisión dónde comienza y donde termina.
“A un asno se lo reconoce por la longitud de las orejas; a un tonto, por la de su lengua” (Dicho idish)

Implicancia del sujeto en la propagación del rumor

S. Freud en su trabajo titulado “De la guerra y la muerte. Temas de actualidad” (1915), sostiene que los pueblos están más o menos representados por los Estados que ellos forman y, estos Estados, por los gobiernos que los rigen y, agrega que el ciudadano particular puede comprobar, no sin horror, algo que en otras ocasiones ya había creído entrever: que el Estado prohibe al individuo acudir, a la injusticia (lo subrayo), no porque quisiera eliminarla, sino porque pretende monopolizarla.
Aunque disguste, Freud da cuenta de que la gente no sólo no se interesa por la justicia sino que clama por la injusticia. Leí varias veces el párrafo hasta que pude entender que si ciertas cosas suceden, esto ocurre porque hay algo en el sujeto humano que lo posibilita: el rechazo, incluso el odio, por el prójimo.
El sujeto no sólo se vale de la astucia permitida sino de la mentira, además de acudir al fraude deliberado contra los que considera, arbitrariamente, enemigos.
Por otra parte, Freud sostiene que el Estado exige de sus ciudadanos la obediencia y el sacrificio más extremos y, al mismo tiempo, les impone una violenta censura en las comunicaciones. ¿Por qué? Porque la censura paraliza, somete intelectualmente al sujeto e inhibe cualquier atisbo de respuesta frente a situaciones desfavorables o cualquier rumor antojadizo.
Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Pero, ¿por qué el individuo acepta someterse a la censura? La acepta porque, por regla general, al individuo le parecen desventajosas tanto la observancia de las normas éticas como la renuncia al ejercicio brutal de la violencia, mientras que, el Estado rara vez se muestra capaz de premiar al individuo por el sacrificio que le ha exigido.
Más adelante, Freud aclara que cada vez que la comunidad suprime el reproche, “cesa también la sofocación de los malos apetitos y los hombres cometen actos de crueldad, de perfidia, de traición y de rudeza que se habían creído incompatibles con su nivel cultural”.
Podemos pensar que lo que describe Freud es, justamente, lo que ocurrió en la Alemania nazi. Sin embrago, puede ocurrir en cualquier país que, al sostenerse entre otras cuestiones por la política del rumor, se aparta de los principios básicos, propios de una convivencia razonable.
Quiero concluir este desarrollo con la idea de que el sujeto, incluso el más preparado, puede quedar un tanto desorientado en un mundo que se le ha hecho ajeno, destruido el patrimonio común, envilecidos los conciudadanos.

La política del rumor
El rumor no sólo se expande en todos los ámbitos sino que seduce, intriga y hasta excita al que lo difunde. Nunca es sin consecuencias y llega a destruir como un arma letal.
Si tiempo atrás se hablaba de la correveidile o del chismoso, ahora podríamos llamar al que traslada un rumor de un extremo al otro, como aquél que sabe ejercer la política del chisme. Bien llamado ejercicio, no sólo para la lengua que no se cansa de repetir la misma gimnasia sino para el portador del rumor que no ceja con sus inventos y mentiras. Y, ya que aludí a las mentiras, les recuerdo un dicho idish que en otras oportunidades mencioné:
“Con mentiras se puede llegar lejos pero no se puede volver”.
Al rumor, también, podemos equipararlo al juego del teléfono descompuesto, juego que al ir de boca en boca, el mensaje va perdiendo contacto con el mensaje original hasta llegar, en la mayoría de los casos, tergiversado, desvirtuado. La gente se ríe del disparate pero cuando no es un juego, pero se pone en juego la vida real, el desmoronamiento del sujeto implicado en el rumor, es más que previsible.
En la vida cotidiana, muchas veces somos testigos de cómo, por la vía del rumor, se desacredita a una persona, se la descalifica o se inventan hechos que poco y nada tienen que ver con lo que esa persona es en la vida privada. Los despechados, los resentidos y los mediocres son piezas fundamentales para propiciar que un rumor se difunda.
Quiero concluir con estas palabras del Talmud, que pueden senos útiles para reflexionar:
“El inculto no teme al pecado; la gente ignorante no es piadosa; el tímido no aprende; el colérico no es adecuado para enseñar; quien se da excesivamente al comercio, no se hace sabio, y donde no hay hombres, esfuérzate tú por ser hombre”.


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