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Periódico Judío Independiente
Matar por unas zapatillas
Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
A fines del año pasado, cuando leí la noticia de que el 24 de diciembre la locura por unas zapatillas inspiradas en Michael Jordan provocaba violentos disturbios y arrestos en EE UU, pensé que la gente había tenido un rapto de locura. Y, de alguna manera, fue así. Porque sólo la locura por comprar el último modelo de las zapatillas de Nike inspiradas en el exjugador de baloncesto Michael, puede producir semejante batalla sólo por llevarse las codiciadas zapatillas Air Jordan, reedición de un modelo lanzado en 1996. Veinte años atrás, ya había sucedido lo mismo: asaltos e incluso asesinatos movidos por el robo de la primera versión lanzada por Nike en 1984.
Desde hace unos años, las zapatillas parecen ocupar un lugar privilegiado. Es interesante poder “escuchar” la letra de la banda Damas gratis: “Con un tiro en el tobillo/ Voy corriendo hasta el pasillo/ La parca y la gorra me quieren matar. Voy llegando a la casilla/ Rescato mis zapatillas/ Rescato mi guacho el 38/ Que martilla y brilla. Porque ahí viene ellos son/ Los policías en acción/ Hasta trajeron a la televisión/ Y si me agarran voy a la prisión/ Te quieren llevar / Te quieren matar/ Con un tiro en el tobillo/ Voy corriendo hasta el pasillo.”

Tengo que insistir que, como escribí en otras notas, es por la caída de la función paterna en el orden de la cultura, que los hechos de violencia en la Argentina y en el resto del mundo, han ido en aumento. Pero ¿qué es un padre sino aquél que sabe transmitir su deseo de vivir? ¿Qué es un padre sino aquél que transmite el respeto a la vida propia y a la vida de los otros?
Si hay algo del orden de la función paterna, es la transmisión de valores. Y, cuando digo función paterna, incluyo también a la madre pues ella, conforme a su propia historia, por haber tenido un padre, puede y debe ejercer esa función.
Esa función es la que pone en juego el No. El No como límite. Maravillosa prohibición que impide cualquier acto que conlleve la destrucción del otro. En eso se funda el “Amarás a tu prójimo”, fundamento esencial a toda cultura.
Se habrán dado cuenta que no escribí “como a ti mismo”, pues poco podemos decir sobre cuánto puede amarse una persona a sí mismo.

Ha dejado de ser noticia que en nuestras escuelas haya niños o jóvenes que se comportan agresivamente, que llevan armas, que venden y consumen drogas, que roban a otros estudiantes. Tampoco sorprende que los mismos maestros y profesores hayan sido violentados, golpeados, despojados del dinero que acaban de cobrar. Pero, el hecho de matar a un compañero o a un chico que circula por lo la calle, para robarle las zapatillas, es de una ferocidad inadmisible.
A raíz de que los hechos de violencia, vienen incrementándose desde hace algunos años, la pregunta ¿dónde están los padres?, es más que pertinente. Pareciera que los mismos padres han mostrado no sólo su impotencia al respecto sino que, en muchas situaciones, han colaborado para que ciertos hechos se produzcan.
La violencia es hoy un componente cotidiano en nuestras vidas y sucede en todos los niveles sociales, económicos y culturales. En la institución escolar, la violencia fue agravándose pese a haber sido negada y silenciada durante años.
Las tomas, por parte de algunos alumnos del colegio Carlos Pellegrini, más otros del Nacional Buenos Aires en solidaridad con los primeros, simplemente por querer hacerse cargo del café del mismo, son incomprensibles. Por otra parte, en mi opinión, la educación de los hijos no puede depender de lo que otros alumnos dispongan aún cuando el planteo sea valedero. Cualquiera fuera el motivo, son los padres los que deben tomar la iniciativa en los reclamos ante las autoridades y no depositar en sus hijos adolescentes esa responsabilidad.

Aprender a ser libres
Dije en otras oportunidades que la mejor manera de limitar a un hijo, es no ponerle límites. Los padres han confundido autoridad con autoritarismo. Lo que ha venido sucediendo desde hace más de cuarenta años, es que, por no poder decir NO, por rehusarse a reprimir, por tratarse de un acción asociada a la dictadura militar aún cuando sería necesario hacerlo, se ha ido educando de un modo tal que se han formado aprendices de dictadores.
Por temor a caer en lo autoritario, los padres se han refugiado en un “laissez faire” que los han puesto de rodillas frente a los hijos. Esa actitud, conduce, inevitablemente a la violencia. Una violencia que excede la agresividad constitutiva del sujeto.
Freud nos enseña que al comienzo de la vida, el odio (la más antigua de las pasiones humanas), es previo al amor. Este odio, indisociable del miedo, es esencialmente, también un miedo de sí. Miedo y odio comparten la misma raíz, y se arraigan en la fragilidad e indefensión del individuo. Esta incapacidad de elaborar este miedo y este odio respecto de sí mismo hace que se los proyecte afuera. Es más, Freud dice que lo odiado coincide con el mundo exterior porque suelen compartir lo displacentero. Por este mecanismo surge una configuración de la realidad muy particular: el mal está afuera, en el otro, siendo por esto que puede adjudicarse al otro el estado de desorden, de confusión, de desasosiego que el mismo sujeto puede sentir.
Como escribí en otras oportunidades, el ser humano se constituye como in-dividuo en un campo social. La relación madre-hijo es una masa de dos y, es por la puesta en acto de la función pater¬na, que este paraíso de completud se quiebra. Es por el No, es decir, por la prohibición del incesto dirigida tanto hacia la madre (No reintegrarás tu producto) como al hijo (no te acostarás con tu madre), que la civilización, puede ser posible. ¿Por qué? Porque posibilita el pasaje de la endogamia a la exogamia, que es el pasaje a la civilización.

Lo que el psicoanálisis nos ense¬ña es que, con respecto a la propia muer-te, nuestro inconsciente descree de ella, por la imposibilidad misma de representación de la propia muerte. En esto se funda el heroísmo, pues el héroe al desdeñar el peligro, la pro¬pia muerte le es ajena, claro riesgo para los chicos de hoy. Sin embargo, que no haya representación de nuestra propia muerte, no hace que nuestro inconsciente no deje de desearla: " que se muera" y otras frases parecidas, revelan el deseo de pequeños asesinatos.
En la Escuela Iniciática de Pitágoras se enseña: "Se buen hijo, justo hermano, tierno esposo y buen padre. Como amigo elige a quien lo sea también en la virtud".
Entonces, en el sujeto humano existe desde que nace un lugar para el mal, está allí, en él, y no afuera. Mal contra nosotros mismos y contra el otro. El primero puede conducir al suicidio, que es un crimen contra sí mismo y el segundo al homicidio. El mal que nos habita no lo podemos erradicar, solamente podemos apaciguarlo, tranquilizarlo.
El ser humano convive con el mal, pertenece a su naturaleza. Sin embargo, se pueden encontrar formas más armoniosas de vivir con él. Estas formas se basan en la tolerancia: respeto al otro, al distinto, al que no tiene ni el mismo color de piel, ni la misma sexualidad, e incluso, que tiene otro lenguaje. Esto supone un gran trabajo sobre sí, una regulación interna de la relación con el mal que es constituyente.
Es importante reconocer constantemente, que los seres humanos no estamos hechos de una sola pieza. Una enorme virulencia nos habita, y es necesario regularla. Cuando la libido se concentra en este punto de odio, el sujeto busca un chivo expiatorio: el otro, que es diferente de mí, que no me permite desarrollarme.
“Matar a otro por unas zapatillas”, pone en juego el siguiente concepto de justicia: que el otro no tenga lo que yo no tengo. Esto nada tiene que ver con la pobreza. En el país hay muchísimos pobres y no son asesinos. Los que lo son, son aquellos a los cuales no se les transmitieron valores, respeto por el otro, ni amor por la vida, ni la propia ni la ajena.
Como lo hice en otras oportunidades, vuelvo a recordarles Deuteronomio 30, Palabras, versículo 19: "La vida y la muerte puse ante vosotros, la bendición y la maldición. Tú escogerás la vida, para que vivas tú y tú simiente...".
Esa es la ley del padre.


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