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Periódico Judío Independiente
Consideraciones sobre la oleada misilística
Terrorismo y La Defensa del Uso de la Fuerza

Por Rab. Dr. Fishel Szlajen (x)
Evitando abordar el terrorismo islámico desde el judaísmo, por riesgo de parcialidad o encapsulándolo como problemática judía, se observa que el histórico uso del terror indica un patrón en su estrategia. Sun Tzu (s.VI a.e.c.) postuló “asesina a una persona y amedrentarás a diez mil"; Maquiavelo (1469-1527), instó a adaptar el método de combate al caso sin consideración de justicia o humanidad; Lenin (1870-1924) explicó, "el propósito del terror es aterrorizar" y Mao TzeTung (1893-1976) dijo, "golpea a uno y enseñarás a miles". Esto es, la coyuntura cambia pero no la psicología del terror desde hace más de 25 siglos. Por ello, la definición más aceptada de terrorismo refiere a los "actos violentos tendientes a intimidar o coercer a la población civil o a influenciar la política de un gobierno". En este contexto, AlQaeda, Hamas, Hezbollah, Yihad islámica, y el gobierno de Irán, son entre otros, la mutación actual del totalitarismo que usa al Islam como ideología, tal como las estructuras totalitarias usaron otrora el concepto de raza o lucha de clases.
Ahora bien, ¿puede justificarse la violencia para promover una aparente causa valiosa? Camus, en su humanismo existencial, afirmó que el problema central contemporáneo es el asesinato sistemático, y rechazó toda permisión de tal instrumento para todo propósito, sin importar cuán bueno sea éste o su lógica acorde a su contexto. Pero ante su ocurrencia ¿qué se hace? Los consecuencialistas conciben el terrorismo como efecto de los males de la cultura occidental, y la bipolaridad USA-exURSS, balanceando sus poderes. Así, excusan al terrorismo por una supuesta legitimidad libertaria, justificando sus sangrientos actos evadiendo toda condena a este fenómeno. El resultado es un mecanismo legitimador del terrorismo, deviniendo el criminal en miliciano libertario y resbaladizamente en líder político en función del éxito de sus crímenes reivindicados retrospectivamente con consignas políticas. Metamorfosis que confunde guerra y terrorismo, a pesar que el último viola la jus in bello, atacando deliberada y criminalmente civiles, sean individuos o Estados.
Habermas, sobresaliente filósofo de la modernidad, interpreta en esta línea al terrorismo islámico como el rechazo al nihilismo y a la pérdida de ideales normativos del liberalismo separatista entre Estado y religión, reparando una consecuente degradación axiológica. Su solución consistiría en sobreponerse a los nacionalismos reforzando la institucionalidad internacional, concentrada en la ONU, determinando multilateralmente lo tolerado en función de la igualdad de derechos. Pero Habermas idealizó al ciudadano internacional confiando excesivamente en aquellos organismos, ya que éstos demostraron que lo tolerable ha sido siempre funcional a sus propias preferencias. Ejemplo de ello es la pasividad y falta de sanción efectiva por parte de éstos a un presidente de Irán que niega la Shoá e invita a caricaturizarla, pero que insta a la destrucción y a emitir sentencias de muerte a quien caricaturiza su islamismo; sus impunes promesas de destrucción del Estado de Israel y lo fácil que logra tecnología para armamento nuclear. Un Estado de Irán que amenaza impunemente a fiscales argentinos por el atentado contra la AMIA, también impune, y que ahora ha devenido de Estado terrorista a negociador válido, burlándose de la justicia y las víctimas argentinas, de Interpol, etc. Y así, la confiable ONU de Habermas transgrede todos sus principios afianzando con su indulgencia la metamorfosis de criminales en líderes políticos, sin sancionar eficazmente a los países que son santuarios económicos, logísticos y políticos de grupos terroristas; y cobijando en su seno la membresía de jefes de regímenes dictatoriales atroces que públicamente sentencian a muerte a otros ciudadanos del mundo, financian grupos terroristas internacionales y declaman abiertamente la destrucción de otros Estados.
Otro destacado filósofo contemporáneo, Derrida, cambia la paternalista y caritativa tolerancia, por la igualitaria hospitalidad, sin invitar a un diálogo tolerante sino abrirse a un visitante sin encasillarlo en mi escala axiológica o cultural. Pero nuevamente fracasa por basarse en una quimérica Europa humanista. Una España de Zapatero quien se mostró vistiendo la kefiá faltando el respeto a sus propios ciudadanos masacrados en el atentado de Atocha, y permitiendo el incendio de la librería judaica de Toledo. Una Francia donde opera el integrismo islámico del Salafi, raptando, torturando y asesinando a franceses judíos. Una Inglaterra que sacó la Shoá del currículum escolar para no ofender a musulmanes que la niegan, sin importarle la real ofensa por los millones verdadera y sistemáticamente asesinados entonces. Una Rusia corrupta que vende armas al mejor postor, y el actual Papa, quien luego de su discurso en Ratisbona cuando integristas asesinaron a una monja, atacaron cuatro iglesias y amenazaron conquistar Roma, se disculpó prosternándose ante dichos crímenes. Más, en términos de hospitalidad, Israel, ante su renuncia a parte de su sueño en favor de cumplir el de un Estado Palestino; ante el tratado de paz de 1993; Camp David del 2000; desconexión unilateral de territorios ocupados; confianza en la promesa incumplida de Mazzen para desarmar a los terroristas en la población palestina; siempre la respuesta concreta fue evasión y más terrorismo.
Estos, no considerados por la modernidad, perfiles humanos plasmados en los líderes/activistas del integrismo islámico, encuadran con precisión clínica dentro de lo que ya Aristóteles (384-322a.e.c.) tipificó como malvado o perverso. Caracterizándolo por los excesos y lo contrario a la razón en la persecución de sus objetivos, habiente de un apetito iracundo y placer exacerbado convencido que la justicia y la moderación no son valores a tener en cuenta. Personas manejadas por sus deseos superlativos de dominación y tan altamente focalizadas en la consecución de sus objetivos como insatisfechos por su propia pleonexia y voluptuosidad. Por eso, en este mundo real y no en el imaginario de algún burócrata o pensador de escritorio, es vital entender que la capacidad para usar la fuerza es un elemento crítico en función de hacer efectiva cualquier capacidad de defender los derechos de integridad física y existencial de cualquier Estado y de éste para con sus ciudadanos, de la misma forma que un gobierno no puede cumplir sus decretos, sin una mínima y prudente fuerza judicial y policial. Esta tensión entre violencia y diplomacia ejemplificada en la política del Estado de Israel, único en el mundo que desde su nacimiento lucha por su supervivencia y necesita a diario justificar su existencia ante el mundo, es la razón por la cual muchos filósofos del derecho han tratado los límites de la legitimación de la fuerza en la justicia y su implementación.
El romano Cicerón (106-43), e incluso los patrísticos Agustín (354-430) y Ambrosio (340-397), enfatizaron el derecho de autodefensa y el deber moral de cada persona a proteger a su prójimo y a oponerse a cualquier intención de violar la paz establecida. El gran pacifista, Gandhi (1869-1948), dijo que ante la imposibilidad de captura, será benévolo el que elimine a quien espada en mano corre enloquecido matando lo interpuesto en su camino. Lévinas, el más importante eticista contemporáneo, aun con su filosofía de la alteridad y del “no matarás”, afirma la necesidad de la fuerza y que la doctrina de la no-violencia no sólo no ha frenado el curso natural de la violencia, sino que también es no tomar al mal en serio y que el perdón infinito invita al mal infinito desvirtuando la justicia, la cual no es sólo cuestión de apoderarse del malvado sino también de no hacer sufrir al inocente, i.e. la responsabilidad por el otro. Así, enfatizando la fuerza como el justificado motor punitivo para frenar la cadena de violencia, la determina como un elemento necesario de cualquier sociedad estable. En este escenario, el Estado de Israel como todos los demás está obligado a velar por sus ciudadanos, por sus propiedades y por su integridad como país soberano.
Ninguna de las utopías esbozadas, per se, han podido lidiar con la violencia que hoy se manifiesta por el terrorismo islámico, sino muchas veces han sido sus cómplices y promotores por indiferencia, interés o pusilanimidad. Por eso, Lévinas, basado en nuestra Torá afirma contundentemente que un Dios severo y un hombre libre preparan un orden humano mejor que una Bondad infinita para un hombre malvado (Difficile Liberté). Traduciéndolo a las arenas internacionales, se deberá reconocer que en esta guerra ideológica y geopolítica, una ley severa, su cumplimiento estricto y punición por parte de los organismos internacionales frente al hombre libre, preparan un orden mejor que una confianza, indulgencia, tolerancia u hospitalidad infinita frente al criminal. Caso contrario, el Estado, como el individuo, tiene el personalísimo derecho a la autodefensa por la fuerza.


Investigador, Asesor y Profesor en Filosofía Judía Aplicada
www.filosofiajudia.com.ar




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