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Periódico Judío Independiente
Crece la violencia de género
Los dueños de la prepotencia

Por Susana Grimberg. Psicoanalista y escritora
“Es más difícil cargar de cadenas a la gente que sacárselas si las cadenas dan alguna consideración”.( Bernard Shaw)

A raíz de las últimas noticias que dan cuenta del accionar violento del marido hacia su mujer, también del novio hacia su compañera, sadismo que muchas veces culmina con la muerte de ella, decidí buscar la etimología de la palabra pareja.
Según el diccionario etimológico de Joan Corominas, pareja deriva de par y par, significa igual o semejante, aunque, también conlleva la idea junto a.
En verdad, pocos aspiran a que los integrantes de cada pareja sean iguales, idénticos entre sí, porque de lo que se trata es poder disfrutar de las diferencias y con esto me refiero no sólo al orden sexual sino a las diferencias de criterios que pueden darse entre los miembros de una pareja.
En realidad, lo que ha ido sucediendo a través de la historia, es que la sumisión de la mujer aparece como la mejor forma de asegurar la paz, una paz entre comillas, dentro del matrimonio.
La violencia contra la mujer por parte de su pareja o de su ex-pareja, está generalizada en el mundo, sucede en todos los países y es independiente de la extracción social y del nivel cultural. Si bien es difícil de cuantificar, se sabe que un elevado número de mujeres sufren o han sufrido algún tipo de violencia. Por otra parte, las víctimas, mayoritariamente, ocultan que de alguna manera sufren actos de violencia por parte de la pareja.
Marcas imborrables
En todas las parejas así como en las relaciones humanas en general, surgen situaciones conflictivas. Las discusiones fuertes, pueden formar parte de la relación de pareja, incluso pueden surgir peleas y llegar a la agresión física entre ambos. Pero, el maltrato es otra cuestión porque aunque adopte las mismas formas (agresiones verbales o físicas), es unilateral: siempre es la misma persona la que recibe los golpes.
Unas de las consecuencias de la violencia doméstica, además de los daños físicos, es la depresión. Las mujeres que sufren la violencia de parte de su pareja, corren un mayor riesgo de caer en el estrés. Muchas veces, la mujer, al no ser plenamente consciente de que está siendo constantemente amenazada y de que se le están vulnerando sus derechos más fundamentales, puede ser conducida al suicidio.
Como lo exprese anteriormente, los intentos del hombre por dominar a la mujer son una cuestión histórica. Si a esto le sumamos no sólo la baja estima sino el desprecio que determinados hombres tienen de las mujeres, podemos entender que sólo desean instaurar su poder y que, por medio de amenazas y golpes, logran generar una situación de dominio y control total sobre su pareja.
En una investigación realizada recientemente por la OMS, las estimaciones de la prevalencia de violencia física y sexual se obtuvieron preguntando a las entrevistadas, acerca de sus experiencias concretas. Los más comunes eran los de haber sido abofeteada o que le arrojaran algún objeto que pudiera herirla; también, golpeada con el puño u otra cosa que pudiera herirla, además de los intentos de estrangularla o quemarla a propósito o de amenazarla con una pistola, un cuchillo u otra arma. La violencia sexual se revelaba como ser obligada a tener relaciones sexuales en contra de su voluntad u obligada a realizar algún acto sexual que considerara degradante o humillante.
“La ira en el hogar es como un gusano en una planta”. Talmud.
¿Asesinos por naturaleza?
Vienen a mi memoria, las violentas escenas de la película “Toro salvaje”, Raging Bull (1980), dirigida por Martin Scorsese. El protagonista, Jake La Motta, interpretado por un brutal Robert de Niro y ganador del Oscar a mejor actor por esta película, es un boxeador de peso mediano, cuya rabia sadomasoquista, celos sexuales y brutal apetito exceden los límites del cuadrilátero y lo llevan a destruir la relación con su esposa y su familia.
Como en esta película, los agresores son sujetos que se caracterizan por falta de control sobre su ira. Por otra parte, detrás de la violencia física, ocultan un profundo desprecio por la mujer. Incluso, en situaciones extremas como las que venimos escuchando a diario, ciertos hombres descargan su odio asesinándola sin sentir culpa alguna.
Sin llegar a este extremo, hay que tener en cuenta los maltratos de baja intensidad, los maltratos psíquicos. Los mismos van socavando la autoestima de la mujer, y son los que mayoritariamente se dan. Por otra parte, el agresor sabe perfectamente el efecto de parálisis e indefensión que genera, y la mayoría de las mujeres que están en esa situación, insisten en no interrumpir la relación quizás con la ilusión de poder salvar el matrimonio.
Un aterrorizado es, como dije en otras oportunidades, un paralizado. La palabra aterrorizado deriva de terror y también de enterrado, caído a tierra. No hay una receta general para salir de ese lugar impuesto. Sin embargo, la salida está al alcance de cualquier mujer que se vea sometida a la constante violación de sus derechos, salida que sólo puede hallarse por la vía de la palabra, de poder hacer uso del valor de saber decir un “No” a tiempo. También, de atreverse a cortar, a optar por el divorcio, clara solución que está en el Talmud, jurisprudencia sobre la que se sostiene el pensamiento judío.
Luis Hornstein, en su libro “Autoestima e identidad. Narcisismo y valores sociales” (Fondo de Cultura Económica) enseña que “todas las personas, aun las menos dadas a la introspección y a observar a los demás, tienen idea de lo que es la autoestima. En la autoestima participan no sólo sentimientos, sino también pensamientos y actitudes”. Por otra parte, Hornstein señala que la autoestima es una importante fuente de motivación que permite, entre otras cuestiones, “afrontar situaciones adversas, porque posibilita la cicatrización rápida de las afrentas al amor propio. Todo fracaso es, desde el punto de vista emocional, doloroso”.
La prepotencia de lo actual
Pese a que Sigmund Freud nos enseña que el malestar es estructural, los modos nuevos de subjetividad que se nos plantean en la clínica, son inquietantes. A las estructuras clásicas, (neurosis, psicosis, perversiones) se agregan nuevas formas del malestar subjetivo.
¿Qué le pasa al sujeto contemporáneo?, ¿qué podemos decir de su violencia? En los últimos años nos encontramos con un empuje hacia una hegemonía del goce sobre lo simbólico.
Asistimos a una brutal caída de las referencias simbólicas, como consecuencia de una devaluación de la Palabra y de la Ley. Esta devaluación da lugar a choques pasionales, violentos, feroces, sin código alguno, estructuraciones perversas que recusan la Ley, ya sea a través de un desafío, ya sea por la desmentida de la diferencia sexual anatómica; con ello se infiltra la convicción del valor de cualquier orden de elección erótica. En estas situaciones estructurales, la violencia está servida.
También, cuando hay una estrecha ligazón del hombre respecto de su madre, es decir, cuando sostiene una relación edípica que linda con lo patológico, la violencia hacia su mujer, puede incrementarse con el paso del tiempo. “Cuando un joven se casa, se divorcia de su madre”, leemos en el Talmud.
Quiero agregar que muchas veces, el maltrato adopta la vía de negarle a la mujer el dinero necesario para el bienestar de los hijos tan sólo por el placer de torturarla. Por otra parte, es común escuchar cómo el marido la extorsiona sin motivo aparente, además de presionarla negándose a ayudarla con dinero, cuando se juega un logro importante para la vida personal de su mujer. Muchas carreras exitosas fueron malogradas por esa actitud del marido, de envidia y mezquindad, sustentada en “que el otro no tenga más que lo que yo tengo”.
Para concluir, elegí esta frase del Talmud: “El que honra a su esposa como a sí mismo, enseña a sus hijos caminos de perfección.”


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