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Periódico Judío Independiente
Los daños de la impunidad
El valor terapeutico del castigo

Por Pablo Nachtigall – Psicólogo clínico
El 17 de marzo de 1992 se produjo un atentado terrorista contra la embajada de Israel que produjo 29 muertos y 242 heridos. Dos años después sobrevino un cruento atentado contra la AMIA que dejo un saldo de 85 personas muertas y 300 heridas. El 31 de agosto de 1999, aconteció la tragedia aérea del Boeing de LAPA, que causó un incendio que generó 70 muertes y 17 heridos. En tanto que el 13 de Septiembre del 2011, se produjo un accidente ferroviario, producto de una mala maniobra de un chofer de colectivo y el mal estado del paso nivel y la falta de personal idóneo para cuidar ese cruce en aquel momento delicado. Por último y no menos importante, el reciente desastre acaecido el 23 de febrero del 2012, cuando un tren chocó contra un paragolpes en la estación porteña de Once, causando uno de los accidentes más trágicos de Argentina , con un saldo de 50 muertos y 675 heridos.

¿Qué tienen en común todos estos casos? Aparte de ser hechos trágicos y lamentables que se cobraron victimas humanas y que pudieron haber sido prevenidos bajo diferentes medidas de seguridad y control, todos ellos hasta el día de hoy, brillan por la ausencia de esclarecimiento y medidas de castigo para los supuestos responsables y culpables. No solo eso, sino, que estas tragedias se han dado bajo un escenario de poco cuidado, control escaso por parte de las autoridades políticas y en un contexto donde las fallas graves, la negligencia y el encubrimiento no son penados ni castigados en función de su gravedad.

El castigo es una palabra interesante cuyos efectos positivos suelen ser desestimados en la actualidad socio-política argentina. Según la Real Academia Española la palabra castigo tiene múltiples significados, entre ellos, pena que se impone a quien ha cometido un delito o falta, así como también consejo, reprensión, ejemplo, advertencia o enseñanza. El castigo es un concepto que en el imaginario del inconsciente colectivo argentino tiene connotaciones negativas. Solemos asociarlo al momento que nos descubren haciendo una “piolada” o “avivada”. Pocas veces reflexionamos que el castigo es una advertencia para no continuar por un camino que puede dañarnos y perjudicar a los demás. El valor terapéutico del castigo es inmensamente valioso. Pensemos en una familia cuyos hijos se comportan inadecuadamente en la escuela, insultando y maltratando a sus compañeros y maestros. ¿Qué sucedería si esos chicos no fueran amonestados y reprendidos por sus propios padres y autoridades escolares? El castigo es uno de los tantos medios que ejercido en forma adecuada y apropiada, sirve para generar conciencia, corregir un rumbo errado y promover conductas adecuadas y necesarias para convivir en forma armónica. Tal ha sido el caso de dos adolescentes italianos que fueron encontrados en setiembre del 2011, responsables de haber dibujado dos cruces esvásticas en un cementerio judío en Venencia. Frente a ese hecho, las autoridades locales reaccionaron con presteza condenando el suceso. Pero lo más interesante fue la actitud del padre de los adolescentes quién se disculpó y se comprometió en forma publica que estos chicos sufrirían castigos adecuados a su falta y tendrían que leer diversos libros relacionados con el Holocausto. Esta conducta de aceptación de la falta cometida, sincero arrepentimiento y expresión de las medidas correctivas, delante de miles de personas, mereció el reconocimiento y felicitación por parte de las autoridades italianas y otros medios mundiales. En este como otros casos, el castigo bien aplicado puede ser una medida sagrada de sanación y corrección.

¿Cuáles son las consecuencias de no aplicar un castigo adecuado?
Frente a una falta cometida o conducta inapropiada que perjudica a otras personas, la ausencia de un castigo puede resultar en tremendo perjuicio psicológico para la persona y su contexto familiar y social. Reflexionemos lo que viene sucediendo a nivel social y político en Argentina. En los últimos 15 años se han venido aconteciendo hechos políticos obscenamente corruptos de encubrimiento, omisión y malversación de fondos. El trasfondo común es que al no haber responsables claramente señalados, no se les castiga. Y si los hay, existe una manipulación encubierta del poder político de turno que se encarga de desviar la atención pública de manera que los verdaderos responsables no sean sancionados o la causa judicial en la que están imputados prescriba. La falta de castigo por otra parte, alienta a que se sigan generando diferentes hechos delictivos y comportamientos indisciplinados que afectan la convivencia ciudadana. Un ejemplo cotidiano, lo constituye el viajar en subte, donde miles de pasajeros están expuestos a ejércitos de “pungas” que han sido identificados en diversas oportunidades por personal policial. Sin embargo estos ladrones saben que pueden operar impunemente porque no se los castiga ni sanciona en forma debida. Son llevados a la comisaría y a los pocos días salen tranquilos por la puerta principal para volver a delinquir. A nivel psicológico colectivo, esta falta de sanciones firmes que no son aplicadas por las autoridades políticas, tienen un efecto muy negativo en la población ya que generan desaliento, angustia, sentimientos de desprotección e impotencia. Cuando una persona vive en una ciudad o nación donde se hace respetar de alguna manera clara y coherente sus leyes y normas, esto le genera respeto y amor por su país, lo cual puede promover conductas positivas y disciplinadas. Por el contrario, si continuamente abundan hechos de descuido, falta de sanciones claras y manipulación política que protege hechos presuntamente delictivos, la persona se siente abandonada a su suerte, por ende puede recurrir a comportamientos indisciplinados, violentos y contrarios a la ley.

Es importante comprender y aclarar que el castigo no es la única manera de corregir y enseñar. Generar conciencia y autocrítica es la otra pata indispensable para lograr un marco de respeto y cuidado perdurable. Por otra parte, el castigo ha sido aplicado muchas veces en forma abusiva y autoritaria. Esto es algo que podemos constatar a diario cuando observamos lo que ocurre en países latinoamericanos como Venezuela, Ecuador, Bolivia o Nicaragua. Lamentablemente Argentina parece seguir esos pasos dando al castigo un uso negativo y prepotente hacia aquellos medios de prensa, instituciones, entidades o personas que no concuerdan con el discurso presidencial.

El castigo puede tener un valor sagrado ya que al ser bien empleado puede contribuir a advertir y enseñar que toda conducta desatinada y dañina tiene sus consecuencias. En estas fechas próximas a Pesaj conviene recordarlo para comenzar a ejercer nuestra ciudadanía con responsabilidad y sabiduría, tal como judíos libres del yugo del faraón que somos.


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