Comunidades


Periódico Judío Independiente
A 17 años del ataque a la embajada
El Atentado en Primera Persona

Por Luciano Stilman, especial para Comunidades
Jorge Cohen y Luis Czyzewski fueron convocados por Comunidades para hablar acerca del primero de los dos atentados que abrieron una herida latente en Argentina: el atentado contra la Embajada de Israel.
El 17 -03-92 era un día como cualquier otro. El sol con su calor golpeaba la ciudad, el verano estaba dándole paso al otoño y la gente comenzaba a retomar el curso normal de su vida luego de las vacaciones.
17 años más tarde, Jorge y Luis dialogan con Comunidades. Ambos sufrieron y tuvieron que pelear para poder seguir con sus vidas. Jorge fue víctima del atentado contra la Embajada mientras que Luis perdió a su hija Paola en AMIA.
“Era un día con calor y había refacciones en la Embajada, por lo tanto había escombros en la puerta",dice Jorge. Llegué a media mañana y había un grupo de personas frente al consulado, un día como cualquier otro. Al mediodía había un almuerzo en la AMIA, al que no fuí, con un representante de la mesa de paz de Madrid, y también había una reunión en el Sheraton, por lo tanto en la embajada, cerca del almuerzo y en vacaciones, no estábamos todos. Recuerdo haber hablado con Marcela Doblas dos minutos antes de la explosión; ella también estaba en el segundo piso. Después me acuerdo el momento que escuché la explosión y no me acuerdo casi nada".
A las 14:50 horas de aquel día, volaba la embajada.Muchos se acercaron a colaborar. Luis fue uno de ellos. "Me llamaron y me dijeron `explotó algo cerca de la embajada de Israel´, y como en la oficina no tenía televisor, llamé a mi señora y como no estaba llamé a mi hermano y le pedí que prenda el televisor y era todo una confusión. Lo que primero se me ocurrió hacer fue ir a la AMIA y cuando llegué era un desastre mayúsculo con noticias de teléfono descompuesto. En ese momento había gente que gritaba lo que se necesitaba para ayudar”.

“De lo que pasó después no me acuerdo casi nada –continúa narrando Jorge con la voz entrecortada y con un sentimiento muy fuerte que todavía sigue en él-, no puedo dar demasiado detalles. Me llevaron a una ambulancia donde me pararon la sangre, que tenía mucha por todos lados, y me vendaron. La ambulancia arrancó y ahí yo tomé conciencia de lo que había pasado. Estaba en la camilla, y cuando la ambulancia arrancó recogí los pies y los tiré para adelante, abrí la puerta y me tiré de la ambulancia, no se cómo ni con que fuerzas, pero yo no sabía quien manejaba. Y a partir de ahí yo dije que no iba a ningún lado”.
En Pasteur la gente seguía llegando para poder ayudar en este fatídico momento: “Gritaban lo que necesitaba: agua oxigenada, vendas. La gente corría, era un desorden monumental. Escucho que se necesitaban baldes y barbijos, y yo tenía un cliente que vendía artículos de seguridad industrial, y se me ocurre llamarlo. Le dije que estaba en la AMIA y acá se necesitaban esas cosas, no sabía si se lo iban a comprar o no, pero le dije `si tenés baldes tráelos´. A lo único que me dediqué fue a decirle que venga y que vaya a tal lugar. Fue lo único que pude hacer en un desorden fenomenal"..
Recordando los momentos posteriores a la explosión, Jorge continúa un relato con desesperación y angustia: “Me acuerdo que me encontré con Daniel Hadad, con mi papá que lo abracé y con Eduardo Mirabeli que trabajaba en Reuters y me pone un teléfono y escucho a alguien del otro lado llorando y era Marcelo Cantelmi, que pensó que ya no estaba más y que había quedado debajo de los escombros. Pude recuperar algunas cosas a través de terceros: Daniel Hadad me dice que me dio una mano para salir de los escombros. Recuerdo que yo no me quería ir, estaba loco, obviamente no podía estar bien, no me quería ir porque estaban mis compañeros debajo de los escombros”.
Luis, tras el relato de lo sucedido el 17 de marzo, contó cómo le quedó grabado ese día: “Fui a mi casa e hice lo que después del atentado a la AMIA me cuestioné muchísimo: prender el televisor y mirar. Mi lugar no era el de espectador desde un sillón. Después del 18 de julio de 1994, esa fue una de las cosas que me cuestioné a mí y a la comunidad en general, porque sentí que hizo lo mismo que hice yo. Lo único que hicimos fue pensar que esto era la importación de un conflicto ajeno, y no nos dimos cuenta que sucedió a 15 cuadras de mi casa”.
“Me marcó para toda mi vida, hay un antes y un después –relata Jorge con lágrimas y pensando cada palabra y cada detalle, como si las imágenes de esos días fueran a su memoria-. " Estuve en reposo absoluto 4 o 5 días y me llamó el embajador que estaban todos los medios del mundo, y no sé de dónde saqué fuerzas y me fui a trabajar. Estuve un mes atendiéndolos, primero en el Apart Hotel de la calle Suipacha trabajando 20 horas por día. Pasaron tantas cosas, como que en la calle pensaba que me seguían. Pero fundamentalmente trabajando y tratando de entender lo que había pasado, que era difícil, y lo que me había pasado a mí. Tuve como consecuencia los primeros 2 o 3 años haber soñado y haberme desperado invariablemente todos los días a las 3 o 4 de la mañana, gritando y con el colchón absolutamente empapado. Además, tuve que
ir al entierro de mis compañeros en La Tablada y tuve que ir a reconocer el cuerpo de David Ben Rafael que era el ministro consejero y así lo podían llevar a enterrar a Israel. Llegamos y me encuentro con el cuerpo de David que estaba todo quemado.Me senté a llorar media hora."
Mientras tanto, para quienes no habían sentido en piel el atentado la vida continuaba casi sin mayores problemas: “La comunidad no lo percibió con miedo y ese es uno de los cuestionamientos –asegura Luis-. Creo que la comunidad y todos los argentinos pensamos que esto era la importación de un conflicto y que este no era un tema argentino, hasta los diario titulaban el conflicto árabe israelí”.
“Nunca pensé que podía haber un atentado, pero en ese momento me di cuenta claramente, cuando salgo de la ambulancia veo que la Embajada no está más, veo sólo los escombros. Me costó muchos años recuperarme ;hice 5 años de terapia, aunque no creo que esté recuperado, pero de poco uno se da cuenta que la vida sigue. Luis lo sabe, y para mi él es admirable y lo digo en serio y emocionado –mirándolo a los ojos -, te pasó esto y vos seguís adelante y estás fuerte. A mi me pasaron muchas cosas, a los 20 días, había unas bolsas negras gigantescas donde habían puesto lo poco que se había salvado y encuentro un sobre color madera con unos textos semi chamuscados, con piedritas. Yo estaba escribiendo unos textos de ficción y Marcela Droblas, mi secretaria, lo pasaba a la computadora, los imprimía, le ponía los acentos y le hacía comentarios y dibujitos. Entonces saco eso y veo los dibujitos de Marcela y me da un escalofrío, me dije: `lo guardo y nunca más lo abro´. Hasta que me di cuenta que tenía que dejar de ser una víctima para pasar a ser un testigo. Abrí el sobre, saqué los textos, los completé, y me dije que esto tenía que ser un libro de cuentos. Le dediqué el libro a Marcela y edité `Cuentos bajo los escombros´, donde me doy cuenta que aparecen personajes como cómplices, asesinos, jueces, que intentan hacer lo mismo que los personajes de la realidad. Editar este libro fue una cosa muy importante, ya que a partir del mismo empecé una etapa de mi vínculo con el atentado, fue un antes y un después”.
Marcela Doblas tenía 27 años cuando perdió la vida y Jorge la recuerda con mucho cariño: “Yo tenía más relación con Marcela y con Mirta, pero todos los muertos fueron importantes. Marcela tenía un montón de proyectos, estaba de novia, y contenta”.
La charla llega a su fin. “La gente percibió que pasó algo acá como podría haber pasado en otro lado o es algo que no nos concierne. Nunca tuve esa sensación y con lo de la AMIA nos dimos cuenta. Evidentemente la comunidad y el resto de la sociedad pensaban lo mismo, como muy bien dice Luis, hasta en los títulos de los diarios”, contó Jorge.
“Fue una reacción hasta entendible –retomó Luis-. Si este es un tema mio, me tengo que hacer cargo, si es un tema de afuera se tiene que hacer cargo otro, y es de tal magnitud que yo no estoy en condiciones de hacerme cargo. Ninguno estaba en condiciones de hacerse cargo. Estaba tan fuera de las posibilidades que hasta humanamente es entendible la actitud de decir que esto es de afuera y se tienen que hacer cargo los de afuera”.
“El 18-07-94 ya no pudimos decir más este es un problema de otro –asevera Jorge- porque ya era la segunda vez. La pregunta es ¿Qué hubiera pasado si pasaba por segunda vez? ¿Qué estaríamos pensando? Estoy totalmente convencido que seguiríamos pensando como entre los dos atentados”.
Hace 17 años comenzaba una historia que aún no terminó gracias a una pésima investigación. 22 muertos , 350 heridos y toda una sociedad esperan una respuesta. Igual que Jorge y Luis.

Número 456
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