Estamos transitando las tres semanas aflictivas que van desde el 17 de Tamuz hasta el 9 de Av, y existen reglas específicas que rigen nuestras acciones en estos dos días de ayuno como así también en los días intermedios, y en especial a partir de Rosh Jodesh Av, es decir desde el comienzo de dicho mes, e incluso hasta el día 10. En estas jornadas de gran tristeza para todo el pueblo de Israel, se observan algunas restricciones, que pueden variar según la costumbre ashkenazí o sefardí, y que tienen que ver con no alegrarse escuchando música o bailando, ni bendecir “Sheheianu” sobre frutas o estrenar ropas nuevas, ni casarse, cortarse el cabello o comer carne, ni lavar la ropa en la semana en que cae Tishá Be Av, y aún lavarse uno mismo de una forma diferente a la habitual. Cada actividad está regulada por la ley o la costumbre, tanto en la forma de llevarla a cabo, como para quién está o no está obligado en relación a cada una de ellas.
¿Cuál es el sentido de conocer, aprender, comprometerse con todos estos actos?
Muchos dicen ser judíos “de corazón”, “se sienten” muy judíos, pero lamentablemente ese judaísmo no se traduce en hechos concretos.
Pero el judaísmo es vivencia.
Nosotros notamos habitualmente gente que muestra signos de alegría, o que da señales de una gran angustia por padecer situaciones adversas. Y es relativamente fácil acercarse a ellas, e intentar saludar al que está en un buen momento, o compadecerse con el que está sufriendo. Lo verdaderamente difícil es sentir efectivamente lo que le pasa al otro. Para entenderlo mejor, vemos cómo una persona se moviliza por otra cuando un padre percibe y participa de lo que la pasa a su hijo, es decir, cómo se levanta de noche cuando el bebé llora, cómo corre y se preocupa cuando se enferma, o cómo celebra una buena nota en el boletín de calificaciones. Pero es difícil sentir por el otro, experimentar lo que pasa o le pasó al prójimo. Es más: siempre tendemos a pensar que las cosas siempre le ocurren a los demás, que a nosotros jamás nos podrían suceder. Hasta que se demuestra lo contrario.
Las reglas que se aplican en la vida judía nos permiten darnos cuenta que el otro, el prójimo, es uno mismo. Así como en Pésaj, cada iehudí debe sentirse como si él mismo hubiese salido de Egipto, lo mismo vale para el resto de las celebraciones y conmemoraciones. El ejemplo más claro de cómo un judío necesita de otro: si no hay “minián” en la sinagoga no se empieza el rezo ni se recita “Kadish”.
En Tishá Be Av, entre otras desgracias, se decretó sobre nuestros Patriarcas en el desierto que no entrarían a la Tierra de Israel por el pecado de los espías que incursionaron en la Tierra de Israel y luego intentaron disuadir al pueblo que no podrían conquistarla; se destruyó el Primer y Segundo Beit Hamikdash; cayó la ciudad de Betar en mano de los romanos y fueron asesinados miles de judíos; y Tornosropus el malvado destruyó el Ejal y sus alrededores. Y más cerca en el tiempo, el 10 de Av, fue volada la sede de AMIA.
En definitiva, ¿cuál es el fin último de nuestros actos, de la observancia de las reglas y formas que rigen estos días de tristeza?
Como dijo Rambam, despertar los corazones y abrir los caminos de la Teshuvá, para recordar nuestras malas acciones y las de nuestros antepasados que provocaron tantas desgracias, tanto a ellos como a nosotros, y así podamos volver al sendero correcto.
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