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Periódico Judío Independiente
Señora de la Escena y de la Vida:
RECONOCIMIENTO A NORMA ALEANDRO

Por Moshé Korin
El 18-10-06, en la AMIA y en el marco del IV Festival Internacional de Cine Judío (Ficja), que tiene lugar en los cines “Abasto” entre el 1° y el 5-11 , se ha hecho un acto de reconocimiento a tres destacadas figuras del cine argentino: Juan José Jusid, Daniel Burman y Norma Aleandro, por su aporte al arte y a la diversidad cultural. Esta nota quiero dedicarla al reconocimiento de una de estas personalidades: la muy querida y admirada Norma Aleandro.

Cuatro voces
Recordemos que la cultura argentina se constituye con el aporte y la comunicación de las diversas colectividades.
Y que el arte, el teatro y el cine en particular colaboran en el conocimiento y el enriquecimiento mutuo de las distintas tradiciones culturales.
La labor artística de Norma Aleandro es un símbolo y un puntal de esa comunicación en la diversidad.
Cuenta una leyenda remota que cuando el mundo aún era demasiado joven, no tenía libros. Necesitaba entonces que alguien le contara en voz alta, cuentos y leyendas; que le revelara la historia de sus mayores, que le enseñara a descifrar sus sueños y los misterios. Llegó un hombre y cantó: fue el poeta lírico. Luego vino otro hombre y narró: fue el poeta épico. Finalmente llegó un carro lleno de mujeres y hombres y, en vez de contar o cantar, hicieron vivir la palabra ante la multitud: fue el teatro, donde los seres humanos aprenden a verse. En cada generación, el rapsoda, el recitador, narraba; el juglar cantaba; el actor representaba. Una mujer extraordinaria, una vez se animó a narrar, cantar, actuar y dirigir. Las cuatro voces fueron una, para ofrecer al pueblo una poesía total. Esa mujer es Norma Aleandro.

Hace ciento treinta años en el escenario de la escuela rabínica de Zhitomir (Ucrania), se presentaba la obra teatral “Sérkele”, acerca de una mujer galitziana (región que abarcaba partes de Polonia, Rumania y Ucrania), de valor, de coraje. Se inauguraba allí el moderno teatro judío. Como era imposible introducir una mujer en la escuela rabínica, el joven Abraham Goldfaden, adaptador y director de la obra, encarnó a la protagonista. Goldfaden fue luego denominado “el padre del teatro judío moderno”. El teatro popular judío se iniciaba sin mujeres. Ya llegarían: Sarah Bernardt, Ida Kaminski, Molly Pikon —entre otras—, representantes también del teatro y la cultura del mundo.

Múltiple presencia
Una de esas mujeres, exponente del arte argentino, americano y universal, es Norma Aleandro. Esta actriz fue diversas mujeres y será muchas más en sus personajes. Quizá por eso hoy, Norma Aleandro es para nosotros una presencia compacta y visible, pero a la vez dispersa y múltiple: al verla a ella, también intuimos la presencia de sus personajes: todas aquellas mujeres que se han encarnado en su cuerpo, en sus gestos y en su voz para existir entre nosotros.


Todos los roles
La primera vez que la vi —hace ya aproximadamente cuarenta años— Norma Aleandro era una muchacha judía. En “El décimo hombre” de Paddy Chayeisky se presentaba la situación dilemática del hombre moderno ante un Dios cada vez más lejano. Sorprendía el patetismo de los ritos originados en una milenaria transmisión de antiguas escrituras y el baile del cabalista con los creyentes. Más tarde supe que el Rabino Marshall Meyer había estado acesorando a Oscar Fessler, director de la puesta.
Tiempo después, Norma Aleandro, para mí, fue Meg, la regente de una casa de tolerancia en la obra “El rehén” de Brendan Beham. Era notorio cómo esa pequeña muchacha judía ahora era la mujer veterana, de ilusiones agotadas, sensual, consistente, sabia y algo cínica.
Pero esta mujer no sólo representa. También cuenta, canta y dirige. El exilio no es un monopolio judío. Nuestro tiempo ha sido duramente pródigo en exilios diversos. En los años 1976/77 aparecían cuentos en los diarios montevideanos, cuya narradora era Norma Aleandro. Más tarde, Argentores premió una obra “para niños”: “Los chicos quieren entrar”. Los chicos forman parte de una orquesta, que quiere tocar. En los deslices de los grandes, cada vez que pueden, entran en escena, copan el escenario: los chicos quieren entrar y hacer su música. La obra, naturalmente, sólo se pudo estrenar más tarde, en el año 1989, en el teatro Payró.

Norma Aleandro no sólo fue diversas mujeres en diversas obras. También fue distintas mujeres en la misma obra. En “La señorita de Tacna”, de Vargas Llosa, fue una anciana centenaria que recuerda y a la vez, una veinteañera hecha de ilusiones; una mujer sin edad.

Luego fue María Callas, una voz que cantó durante trece años para vivir eternamente. Pero Norma Aleandro es una Callas ya retirada de los escenarios. En “Master Class”, la voz de la diva ya se había quebrado por las duras exigencias a las que la había sometido el afán perfeccionista. Ya no es la voz: ahora sólo puede enseñar. Norma Aleandro, representando a María Callas, es una maestra dura, irónica, impecable. En la transmisión es necesario el esfuerzo para alcanzar la emoción. El esfuerzo es un puente hacia mayores alturas espirituales.


Historia oficial
La noche en que los argentinos dejamos de sentir que la ceremonia del “Oscar” era frivolidad, vimos a una mujer que abría un sobre: se premiaba “La historia oficial”.
Norma Aleandro había sido una profesora de historia en “El País del Nomeacuerdo”, complicado aún por la muerte de Mariano Moreno. Pero fue sobre todo la madre salomónica en el sentido estricto de la palabra, de una hija de origen sospechoso…

La volví a ver en la pantalla; nuevamente era judía. Premiada en San Sebastián y La Habana por “Sol de otoño”.
Son memorables sus actuaciones —por nombrar sólo algunas— en “La fuga”, de Eduardo Mignogna; en “Mi querido mentiroso”; junto a Adriana Aizenberg en “Las pequeñas patriotas”, de Tritek; en “El círculo de tiza caucasiano”, de Bertoldt Brecht; en la aclamada “El hijo de la novia”, de Juan José Campanella, junto a Héctor Alterio y Ricardo Darín; y, en la que creo que es su última intervención en la pantalla, “Cama adentro”, presentada en San Sebastián y por la que ya ha recibido varias distinciones internacionales como “Mejor Actriz”.

La autora, la directora y reconocimientos
Norma Aleandro es autora —entre otras obras— de “Los herederos” (historia y guión cinematográfico originales) y de la pieza teatral “De rigurosa etiqueta”.
Asimismo, en teatro, ha dirigido entre otras obras: “Prisionero de la Segunda Avenida”, de Neil Simon; “Hombre y Superhombre” de Bernard Shaw; la citada “De rigurosa etiqueta”, de su propia autoría; y ha realizado el inolvidable montaje de un “solo” para el bailarín Julio Bocca sobre “Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejía”, de Federico García Lorca, recitado por Alfredo Alcón.
Norma Aleandro ha sido declarada “Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”, por voto unánime de los miembros del Honorable Concejo Deliberante de nuestra Ciudad; y “Maestra del Arte”, por la Secretaría de Cultura del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.



La mujer, un noble gesto

Aparte de sus dotes de actriz, su don de gente y su gran sensibilidad, en ella hay una mujer generosa, cálida, ejemplar. Hay un hecho que la pinta de cuerpo entero, y que quiero aquí recordar.
Tras el vandálico atentado de julio de 1994 contra la AMIA, nuestra entidad seguía firme en la prestación de ayuda y la asistencia social, como en el servicio escolar. Pero se originó en el país —y en particular en nuestra comunidad— una justificable sensación de miedo. Este miedo se acentuaba cuando se trataba de ingresar a una institución judía, y en particular a la AMIA, que tenía su sede provisoria en la calle Ayacucho 632.

La convicción de todos los que estamos en el quehacer comunitario era la de recuperar también para la AMIA la realización de actividades recreativas y volver a ser el centro de la vida cultural; con ese fin, intentamos varias vías de aproximación de la gente a nuestras iniciativas de este tipo.
Era difícil y la convocatoria no resultaba fructífera. Fue entonces —a mediados de septiembre de 1994—, que con el fin de lograr derribar esa barrera que se había formado y poder acercar a la gente a las iniciativas culturales, que la hemos citado a Norma Aleandro. Le propusimos que organizaríamos una actividad de homenaje a ella, que a la vez serviría para volver a atraer al público, y terminar con el miedo. Después de todo, ésa era la principal batalla que librábamos contra los terroristas: no se saldrían con su objetivo, no paralizarían la vida judía de nuestro “ishuv”. Norma Aleandro aceptó sin titubear.
Así fue que en los primeros días de octubre de 1994 se le hizo un homenaje con la presentación de actores —entre ellos, Jorge Luz—, músicos, cantantes —entre otros, el Dúo Mogilevsky-Lerner—… ¡la sala rebalsó de gente…!
Y fue como un punto de inflexión. Norma Aleandro nos ayudó a poder clamar públicamente —como lo hicieron los judíos en los difíciles días del gueto y de la “Shoá”—: “¡Mir zainen do!” (¡Aquí estamos!). Fue un hermoso gesto, que se le agradeció públicamente, y que quiero hoy —personalmente— volver a hacerlo. Por esto y por todo lo que te brindás, ¡te queremos mucho, Norma! “Lejaim” ¡Por la vida!

Respuesta
A más de doce años del atentado, también queremos seguir dando la misma respuesta a los maquinadores del odio y la muerte. Por ello, apoyamos y organizamos la mayor cantidad posible de actividades recreativas, sociales y culturales por la continuidad, la hermandad, por la solidaridad y por la vida. Éstos son los factores que coadyuvan para que la reconstrucción del edificio de la AMIA, no sólo sea de tipo material, sino también espiritual.




Número 405
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