Las declaraciones del Papa Benedicto XVI citando palabras de un emperador bizantino del siglo XIV, las caricaturas referidas al profeta Mahoma difundidas en Europa, las viejas expresiones de Salman Rushdie o las más recientes de Oriana Fallaci, y en el ámbito doméstico el intento de manifestación de jóvenes judíos frente a la Embajada de Irán, tuvieron como denominador común no solo el hecho de que fueron expresiones críticas respecto del Islam, o de alguna corriente particular en su seno, sino que también fueron objeto de fuertes ataques que incluyeron manifestaciones violentas e intimidatorias.
Es precisamente el carácter amedrentador y amenazante de las respuestas proporcionadas por algunos sectores musulmanes lo que pone de manifiesto que criticar al Islam, más allá de la validez o no de los señalamientos, es sumamente costoso. Cualquier personaje, institución o medio de comunicación sabe muy bien que marcar discrepancias firmes respecto del Islam le puede generar rechazos que no necesariamente se circunscriben al perímetro de las demostraciones pacíficas. El boicot, el señalamiento como “pro imperialista” o el discurso acusador con pesada carga ideológica, son réplicas usuales aunque reprochables. No obstante ello, coexisten con ellas expresiones de rechazo más crueles y deleznables: muertes, amenazas y destrozos.
Esta apreciación no se limita a las opiniones o noticias en sus últimas etapas de “producción”, sino que es también aplicable a los periodistas creadores de la noticia cuando el centro de la escena es el Medio Oriente. En buena parte de los países musulmanes, no predomina la devoción por la libertad de expresión y no caben dudas de que muchos corresponsales incorporan ese dato en su ecuación a la hora de elaborar sus informes.
Afortunadamente, los mecanismos de respuesta fundamentados en la violencia no son resortes predominantes, ni mucho menos, cuando la crítica se centra en Israel y su política. Nadie espera una amenaza o declaración de muerte, el destrozo de las instalaciones de una empresa o embajada, o la quema de banderas ante una crítica, aún de las más injustificadas y belicosas, contra Israel.
De Israel se esperan respuestas mediáticas, editoriales, judiciales, manifestaciones públicas o expresiones de preocupación o repudio ante dirigentes de gobierno. Quizás algo más que eso, pero no mucho. En los últimos tiempos estos instrumentos de respuesta demostraron flaquezas y como resultado final se observa que Israel y sus valores perdieron la batalla mediática. Así como queda en evidencia que los mecanismos de disuasión del Islam fundamentados en el miedo son sumamente relevantes al momento de influir sobre los formadores de opinión, también es indudable que criticar, “pegarle a Israel”, no tiene costo.
En el medio del conflicto reciente entre Israel y Hezbollah o de la escalada más que verbal del Presidente de Irán, la estructura de “costos a afrontar” por los Estados, medios y periodistas juega un rol relevante al momento de establecer el matiz y la dirección política y editorial. Podrán no ser absolutamente terminantes, pero son incentivos no despreciables en la determinación de definiciones y contenidos. El costo no menor que involucra un análisis reprobatorio de una política o actitud específica del Islam vis-à-vis el “costo cero” de una crítica a Israel no aparece como un dato insignificante.
Nadie que respete los derechos, conozca la historia y aprecie los valores de Israel y que esté en su sano juicio puede pretender buscar mecanismos de respuesta de índole violento. Sería una inconsistencia flagrante. Informar, contando aciertos y desaciertos, y dar pelea en los ámbitos de debate continúa siendo la única alternativa que Israel se merece, aunque la estrategia utilizada deba ser reconsiderada, al menos en el ámbito local.
El modo de incrementar el costo de criticar gratuitamente a Israel no es un tema marginal y necesita ser debatido. En el terreno de la información y opinión calificada y objetiva, seguramente está uno de los principales aportes que se le puede brindar a Israel desde tan lejos.
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