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“OCCIDENTE Y EL “SÍNDROME DE ESTOCOLMO”
Por Manuel A. Lotersztein
El secuestro y reciente liberación de Natascha Kampush, en Austria, volvió a poner sobre el tapete el “Síndrome de Estocolmo”.

Se denomina así al estado psicológico en el cual el secuestrado desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador, al punto tal que los prisioneros llegan a ayudar a sus captores a alcanzar sus fines o evadir la justicia. Ha sido llamado de esta manera, a raíz del robo al Kreditbanken, ocurrido en la capital de Suecia, en el que cinco personas, mantenidas como rehenes del 23 al 28 de agosto de l973, defendieron a sus captores aún después de ser liberadas. Acuñada por Nils Bejerot, esta expresión fue adoptada por la psicología y si bien se han mencionado diversas causas para explicarlo, todas conllevan un mismo contenido: la pérdida total del control que sufre el rehén en su cautiverio, que le crea la necesidad de protegerse mediante el cumplimiento de los deseos de sus captores, identificarse con sus motivaciones y hasta considerarlos sus benefactores.

Muchos de estos síntomas, lamentablemente los experimenta Occidente respecto al fundamentalismo islámico. Víctima de atentados cada vez más cruentos y frecuentes, tergiversada la información de los hechos y sus causas por la prensa (publicidad) oficial y elevado el terrorismo transnacional a la categoría de movimiento de liberación nacional, Occidente es cautivo de los integristas islámicos. Ha perdido el control: la sordera de la derecha y la ceguera de la izquierda, sumado al creciente temor a nuevas ataques, lo ha convertido en un dócil rehén de sus captores. Y es tan enorme su sometimiento que llega hasta a criminalizar a quienes los combaten, a pesar de que la consigna de los fundamentalistas es rotunda y proclamada sin retaceos: los infieles cruzados y sionistas (cristianos y judíos) son causantes de un orden perverso e ilegítimo y ello convalida todos los métodos que conduzcan a borrar a Occidente de la faz de la Tierra.

Es evidentes la analogía de este Síndrome con la actitud de Occidente frente al terrorismo musulmán. Tomemos, únicamente, los últimos episodios ocurridos a partir de la iniciación del conflicto en Medio Oriente, para corroborarlo.

El último enfrentamiento entre Israel y la “guerrilla” de Hezbollah se inició a partir de la muerte y secuestro de soldados israelíes en julio 06. La reacción de Israel no se hizo esperar: bombardeó buena parte del Líbano y miles de misiles cruzaron el espacio aéreo en ambas direcciones, matando civiles de ambos países.

La inmensa mayoría de los países condenó a Israel; ya no se trataba de un Estado terrorista que utilizaba su poderoso ejército, actuando desproporcionadamente frente a una guerrilla popular que había cometido una “modesta agresión”; ahora, además, se lo acusaba de genocidio por la muerte de civiles libaneses.

Una primera lectura podría dar lugar a esa interpretación al observador desprevenido; los hechos fueron presentados para que así fuera. Pero desmontando el show bélico que pergeñaron astutamente los fundamentalistas islámicos, la verdad surge con meridiana claridad. Y como no utilizo casualmente la palabra “show”, hablaremos en términos de “puesta en escena”

Cuando en un espectáculo existen personajes bien delineados, y su accionar es consecuente, la ficción se impone.

Empecemos con La guerrilla” de Hezbollah. Consultando el diccionario de la Real Academia Española, guerrilla es una partida de tropa ligera, no muy numerosa, constituida por paisanos. ¿Es aplicable ese término a un ejército que cuenta con varios miles de milicianos, arsenal poderosísimo, estructura logística de primer orden y miles de millones de dólares para ofrecer asistencia social a los habitantes del sur libanés y reconstruir las zonas afectadas del Líbano? Hezbollah es mucho más que eso: es nada menos que un Estado dentro de otro Estado. La confusión no es casual: la idea de guerrilla está asociada en el imaginario popular con un grupúsculo de heroicos jóvenes, a quienes no les importa inmolarse en aras de su ideal. Como en todo sujeto bien pensante anida la sed de justicia, la adhesión es inmediata. Robin Hood siempre ha despertado simpatías, robando a los ricos para distribuir sus bienes entre los pobres, pero aquí se puede aplicar el consabido chiste de “Hood Robin”: los archimillonarios jeques árabes duermen tranquilos: son los Estados de Irán y Siria quienes financian a esta organización criminal con los dineros públicos, mientras sus pueblos viven hambreados y sumidos en el más absoluto atraso.
El otro personaje, Israel, no despierta adhesiones; al contrario: irrita. ¡Siempre creando problemas, caramba! ¿Y, encima, cómo se permite defenderse?
La derecha y la izquierda, si es que pueden mantenerse estos términos obsoletos, son actores de reparto –más de reparto que nunca- en esta trama. La derecha, más aggiornada pero tradicionalmente antisemita, se desentiende hasta de los enormes perjuicios que sufrieron y sufren los cristianos dentro del mundo árabe.
La izquierda, coherente en su incoherencia, se solidariza a rajatabla con el fascismo fundamentalista. No le resulta suficiente haber echado a perder el proyecto socialista de la Unión Soviética y malogrado Cuba; ahora se obstina en la misma tesitura de vomitar su odio a Estados Unidos, apoyando al islamismo y solazándose con el hostigamiento antiyanqui. Claro: si los fundamentalistas odian a Estados Unidos y a Israel ¿cómo no aliarse a ellos? Suponen que los enemigos de sus enemigos son sus amigos. ¡Vaya sofisma!
Tampoco podemos dejar de mencionar a los medios de comunicación, prensa y televisión especialmente, muchos de ellos vendidos al mejor postor; ni a los dictadores de las más diversas latitudes, que se amparan en supuestas luchas populares para disfrazar sus ilimitadas ambiciones.

Cerrado el “casting”, pasemos a la “acción”. Un comando de Hamas, cavando un túnel desde Gaza, penetra en territorio israelí y secuestra y mata soldados de ese país. ¿Cómo actuaría cualquier nación ante semejante provocación, sin duda alguna, una declaración de guerra?

Israel reaccionó como sus enemigos lo esperaban: respondiendo con las armas. Hezbollah se había preparado durante varios años, convirtiendo el sur del Líbano en una inmensa trinchera, con profusión de modernos túneles, equipándose hasta los dientes con armas sofisticadas e instalando plataformas de lanzamiento de misiles en escuelas, hospitales y asentamientos de civiles. No es la primera vez que los fundamentalistas utilizan escudos humanos, preferentemente niños.
¿Es verosímil que un operativo de esa envergadura fuera ignorado por el gobierno del Líbano? Por supuesto que no. Además, Israel nunca dejó de advertir a las poblaciones civiles que iba a bombardear determinados lugares. Tenía que defenderse, como podía. Ya había perdido demasiado tiempo.

La guerra no fue iniciada por Israel. Y actuó, como siempre, frontalmente. Acusarlo de estado terrorista es una falacia total. Estados terroristas son Irán y Siria, que utilizan la supuesta guerrilla de Hezbollah y otros movimientos afines, para ejercer, a través de ellos, el terrorismo en todos los confines de la Tierra.

Y es directamente canallesco calificar a Israel de genocida. Resulta muy penoso apelar a las matemáticas pero así lo exige la tergiversación del lenguaje. ¿Cuántos miles y miles de víctimas ya ha provocado el odio homicida de los fundamentalistas? La lista sería demasiado extensa: sólo el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, triplica el número de los muertos del Líbano. Pero no tiene sentido continuar con esta digresión. Los fundamentalistas utilizan a sus hijos como bombas humanas y ello define, sin tapujos, su respeto por la vida.

Otra de las características del Síndrome de Estocolmo, es que a menudo los captores intentan seducir a sus víctimas. No le fue necesario con Occidente: el “antisemitismo genético” de Europa (expresión acuñada por Pilar Rahola) no precisó anzuelo alguno.

Pero ahora se ha producido una variante. El Papa Benedicto XVI, tuvo el atrevimiento de citar las palabras del Emperador Bizantino Manuel II Paleólogo que condenaban la Guerra Santa, suscitando airadísimas reacciones -amenazas concretas incluidas- del mundo musulmán contra todos los cristianos.

¿Será el comienzo del resquebrajamiento del Síndrome de Estocolmo? Yo creo que sí. Por lo menos, esperemos que sirva para que la cristiandad y demasiados dirigentes civiles y religiosos distraídos, tomen conciencia del peligro concreto y real que constituye este inmenso y activo sector islámico.

Hablar de “guerra santa” carece totalmente de sentido. Las guerras, aunque tengan un origen religioso, son guerra de hombres. La santidad, que es una condición esencialmente divina, no puede jamás aliarse a la beligerancia. Y siendo un atributo de las más diversas religiones, la ofensa en realidad parte de aquellos que pretenden adueñarse de la misma. No es, justamente, el Papa Benedicto XVI quien debe pedir disculpas.

Natascha Kampus, la joven austriaca, encendió una vela en memoria de su captor que se suicidó al tomar estado público su secuestro. Pero Natascha era joven y pudo liberarse; en cambio, Occidente parece envejecido y confuso. Además, los fundamentalistas sólo se suicidan para multiplicar su muerte. Es imperioso que Occidente se esclarezca de una buena vez, apele a su sabiduría, y desaliente contundentemente a quienes se han declarado sus enemigos. Si no reacciona de inmediato, la civilización occidental colapsará y ni siquiera habrá quien se compadezca en encender una vela a su memoria.
(x) El autor de esta nota es un reconocido dramaturgo,guionista y critico en varios periodicos.

Numero 404
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