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Periódico Judío Independiente
El Paraíso de Hany Abu-Assad
Por Julián Schvindlerman, Colaborador de Comunidades
Si es cierto lo que reza la conocida frase en lengua inglesa- “el camino al infierno está pavimentado con las mejores intenciones”- ¿podríamos afirmar que el camino al paraíso está pavimentado con las peores? Esto sería al menos lo que los atacantes-suicidas palestinos parecerían querer confirmar, sólo que para ellos el asesinato indiscriminado de israelíes lejos está de ser una mala intención. Lo que el terrorista es para unos, un luchador por la libertad lo es para otros. O esto al menos es lo que parece querer afirmar el film “Paraíso Ahora” cuyo mensaje su director, el cineasta árabe-israelí Hany Abu-Assad, ha reiterado en numerosas entrevistas: “Una bomba humana no puede ser definida como ´terrorista´. Es simplemente un hombre con una bomba. Los atentados suicidas no son otra cosa que una reacción al terrorismo israelí. La ocupación y los ocupantes son el verdadero terrorismo” (La Nación, sección espectáculos, 19/6/06).

Con esta premisa como punto de partida, Abu-Assad ha construido una película justificadora del terrorismo palestino en la que apela a situaciones claramente irreales (como aquella escena en la que el hombre-bomba palestino decide no subirse al bus israelí al ver a una niña dentro del mismo) o totalmente higienizadas (como la toma final en la que el atentado queda meramente sugerido -pero jamás mostrado- donde vemos al atacante sentado en un bus copado mayoritariamente por soldados, no civiles). La saga de los terroristas palestinos encaja con los supuestos colectivos tradicionales propios de los círculos bien pensant a propósito de sus circunstancias y motivaciones. Dos jóvenes amigos quedan desempleados, son reclutados por una agrupación islamista, y aceptan la misión con mayor resignación que convicción. El ciclo pobreza-desesperación-reivindicación queda así asegurado. Por supuesto, el director somete al espectador al típico sermoneo propagandístico palestino: el terrorismo es el arma de los débiles, el gran igualador ante los tanques israelíes, el último recurso de los desesperados, etc. Y también: los israelíes humillan a los palestinos, los hacen sentir inferiores, etc. La ideología extremista y la incitación educativa parecen no jugar papel alguno en la gestación del jihadista palestino.

No obstante, lo más perturbador de “Paraíso Ahora” es la simpatía que genera hacia los terroristas. Al comentar sobre la película, Martha Fischer, crítica del New York Film Festival, reflexionaba con cierta inquietud acerca del nivel de identificación que ella, como espectadora, había sentido hacia uno de los atacantes y de cómo al ver que todo parecía salirse de curso se encontró anhelando que el terrorista pudiera cumplir con su misión asesina. Luego de ponderar sus “nociones de culpabilidad”, Fischer concluyó: “Me tranquilizó darme cuenta de que a todos quienes me rodeaban les había pasado lo mismo”. Lo que a esta crítica ha tranquilizado es precisamente lo que a este escritor ha preocupado: la empatía colectiva que este film apologético indudablemente despertará en audiencias desprevenidas.

Un aspecto positivo de la película es la autocrítica inmersa, una verdadera rareza en el discurso palestino. La aceptación popular de la violencia hasta la trivialización, la difusión de absurdas teorías conspirativas, los linajes familiares como determinantes de la ubicación social, la hipocresía de los líderes terroristas, y un muy demorado cuestionamiento al uso del terror como arma política, son algunos de los temas mencionados, si bien insuficientemente abordados, en el curso de la trama. El papel de Suha, la conciencia moral del film, está aptamente retratado, como lo está la ridiculización de la ceremonia de despedida de los jihadistas en la que la cámara deja de funcionar y los reclutadores mastican falafel mientras el elegido para la operación pronuncia su sentido discurso. Este novel sentido del humor palestino, esta suerte de parodia de sus enfermedades sociales más fundamentales, no puede sino ser bien recibido.

De haberse detenido allí, uno podría haberle dado cierto crédito al director. Pero desafortunadamente, Abu-Assad nos induce a concluir que, cualesquiera sean los males que afligen a la sociedad palestina, todos ellos tienen origen en la “ocupación israelí”. No hay prácticamente nada que les competa hacerse cargo a los propios palestinos pues la raíz de todas sus aflicciones yacen en Israel. El punto es enfáticamente presentado por Said, el otro aspirante a terrorista-suicida, en un discurso bastante largo en el que, en un primer plano, recita ante la cámara las penurias de su existencia y cuyo eje central pasa por la apropiación del rol de víctima. Si hay algo en esta película que el director parece desear subrayar es la victimización palestina...un mensaje que resuena cómodamente en los sectores del falso progresismo occidental contemporáneo. Ello explica la profusión de elogios regada sobre esta película: obtuvo doce premios y siete nominaciones, entre otros, el Golden Globe, Independent Spirit Award, European Film Award, Blue Angel del Festival de Berlín, y un premio de Amnesty International. La dirección no es especialmente buena, su guión no es singularmente atractivo, su montaje, fotografía o actuaciones tampoco sobresalen por su excepcionalidad. Más que la propuesta fílmica, lucen la etnicidad y la ideología como los determinantes finales. No sería exagerado aseverar que la comunidad artística mundial ha distinguido a este film como medio para premiar su preferencia política y reasegurar su cosmovisión del conflicto palestino-israelí.

Hany Abu-Assad ha alcanzado su propio paraíso profesional. Lo hizo recurriendo a la más usada de las recetas: justificando el terrorismo palestino y culpabilizando a Israel. No será novedoso, pero sigue siendo vigente para lo que hoy en día pasa por sofisticación intelectual.

Número 396
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