Llueve fútbol.
A medida que se aproximaba el comienzo del campeonato mundial, y sobre todo en estos momentos en que está en pleno desarrollo, la pelota entra aunque intentemos tapar todo el arco. Alrededor de unos cuantos partidos se habla y se escribe hasta no dejar cuestión sin abordar: desde las propias incidencias de los encuentros hasta la vida nocturna en las ciudades alemanas donde se desarrollan los mismos, todo sirve para vender y (pretender) entretener a los millones de seguidores en todo el mundo.
En este contexto el Gran Rabino de la Congregación Sefaradí emitió un comunicado de divulgación masiva recordando la santidad del Shabat, y la importancia de observarlo para todo el pueblo judío. La razón para la oportunidad de tal aviso radicaba en que el debut del Seleccionado Argentino tenía lugar precisamente durante Shabat.
Durante la Seudá Shlishí del último Shabat, la comida que tiene lugar entre los rezos de Minjá y Arbit, en la sinagoga Sucath David, el Rab. Serruya contó acerca de un rabino que asistía a estudiar a una Yeshivá -centro de estudio de Torá-, donde la comida que se servía no era de lo mejor. Sin embargo, había un postre de chocolate que estaba incluído en el menú de los miércoles que le gustaba mucho. Así es que cada miércoles, el rabino trataba de terminar con su tarea prontamente y se apuraba a llegar a su sitio para disfrutar de su plato y que nadie se lo toque. Hasta que un día se detuvo a pensar: “¿qué es lo que estoy haciendo? ¿Estoy corriendo desesperadamente por un postre de chocolate?” Luego de reflexionar acerca del tema, decidió que el siguiente miércoles iba a tomarse todo su tiempo para ir a comer, y además se serviría su porción de postre, la colocaría frente a sí, y no la comería. Así hizo, y luego de levantarse y alejarse respiró profundamente con satisfacción. Ahora él era otra vez dueño de su voluntad.
El fútbol se convirtió en un deporte muy profesionalizado, con jugadores que perciben cifras millonarias que prácticamente no se corresponden con otras actividades laborales, con negocios a su alrededor -como publicidad, merchandising, etc.- que mueven tantos o más millones, y donde la falta de transparencia, el engaño y el delito se han hecho presentes, como lo prueban las denuncias por arbitrajes ocurridas en Brasil y en Italia, acompañadas por el suculento negocio de las apuestas clandestinas. Todo ello sin contar, claro está, las eternas suspicacias de las que se habla al fin de cada campeonato respecto de equipos que tienen que ganar y otros a los que no les importa perder, o las escuadras que se tienen que enfrentar y les conviene llegar a un resultado determinado (un empate, por ejemplo). A pesar de todo ello, al fútbol se lo conoce como “pasión de multitudes”.
¿Cuál es el alcance del término “pasión”? Para entenderlo mejor, basta recorrer las reacciones de la tribuna frente a un fallo adverso de un árbitro, los festejos descontrolados del triunfo o las repercusiones de una derrota, que pueden incluir desde arrancar las sillas de una platea para arrojarlas al campo de juego, hasta enfrentarse a golpes con las fuerzas policiales.
¿Tenemos algo que ver nosotros con todo esto? ¿Somos capaces de pararnos frente al televisor encendido, y luego retirarnos sin ver el partido esperado?
La satisfacción de ver ganar a nuestro equipo seguramente es muy grande, pero tal vez no tanta como la viene después de ganar nuestro propio partido, aquel en el que nosotros somos los protagonistas.
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