Comunidades


Periódico Judío Independiente
Las Caricaturas de la Discordia
Por Julián Schvindlerman
Especial para Comunidades

Cuando el artista argentino León Ferrari exhibió su obra que mostraba la cocción de Jesús sobre una sartén, hubo quejas y protestas de parte de adherentes a la Fe católica en Buenos Aires. También hubo quejas y protestas cuando una muestra de arte en Estados Unidos presentaba un cuadro de la Virgen María cubierto con excremento de elefante (tuve el disgusto de presenciar esa asquerosidad personalmente en Nueva York años atrás) o cuando otro “artista” tuvo la ocurrencia de hacer pasar por innovación la exposición de un crucifijo dentro de un tacho lleno de orina. En todos estos casos el carácter insultante hacia la simbología religiosa cristiana era tan intencional como evidente, más la reacción de los católicos ofendidos consistió principalmente en enviar cartas de lectores a los periódicos y organizar manifestaciones pacíficas.

Se trató de cristianos que ofendían a otros cristianos, uno podría acotar, y eso explicaría la mesura de la respuesta a la ofensa inicial. Quizás. Pero cuando cristianos ofendieron a judíos publicando en la prensa europea caricaturas demonizadoras de los israelíes durante gran parte de lo que duró la denominada intifada “Al-Aqsa”, apelando en muchos casos a clásica iconografía antijudía, la reacción israelí consistió centralmente en presentar alguna que otra queja formal a nivel diplomático y en enviar cartas a los periódicos u organizar manifestaciones a nivel comunitario. Lo más violento que lo que yo tengo registro en este campo, consistió en la actitud de un embajador israelí en Estocolmo de estropear una “obra” que presentaba la fotografía de una terrorista palestina navegando sobre una piscina de líquido rojo que sugería la glorificación o banalización del derramamiento de sangre judía.

Finalmente, cuando cristianos publicaron caricaturas ofensivas para la grey islámica, la reacción no se limitó al campo de la legítima y pacífica protesta, sino que devino en quemas de embajadas europeas en Beirut, Damasco y Teherán, violentas manifestaciones en Gaza, Yakarta, Somalia, Jordania, Siria, Egipto, Sudán, Irán, Pakistán, Afganistán y otro países que dejaron más de una docena de muertos, retiradas de embajadores de países islámicos en Europa, boicots a productos daneses, y banderas de Suecia y Dinamarca (ambas con cruces en sus diseños) pisoteadas en frenesís públicos de masas exaltadas que totalmente fuera de sí pedían -literalmente- las cabezas de los infieles transgresores al tono de invocaciones a la grandeza de Alá. En la propia Londres -donde el museo Tate Britain vetó el año pasado una exhibición de arte sobre el Corán para no herir la sensibilidad de su comunidad musulmana luego de los atentados de julio perpetrados por musulmanes contra cristianos- se veían procesiones de enardecidos musulmanes con keffiyes en sus cabezas, carteles que anunciaban “Europa es el cáncer, Islam es la respuesta”, y hasta un individuo vestido como terrorista-suicida. ¿Modales británicos al estilo musulmán?

Esta reacción absolutamente desproporcionada a la supuesta ofensa primaria –una serie de dibujos que pretendían satirizar al Islam radical- posee un historial que ilustra de manera escalofriante la inclinación islámica hacia la violencia. El edicto de muerte iraní contra el escritor Salman Rushdie de 1989 por su supuesta blasfemia del Islam, la condena en 1994 de la periodista bengalí Taslima Nasreen por haber documentado los abusos que sufría la minoría hindú en la musulmana Bangladesh, la intifada palestina gestada en el 2000 según los voceros palestinos por la visita de Ariel Sharon de un sitio sacro tanto para judíos como para musulmanes en Jerusalém, las revueltas que disparó en 2002 un artículo de la nigeriana Isioma Daniel a favor de la celebración del concurso Miss Mundo en su país, el asesinato en la vía pública del cineasta holandés Theo Van Gogh en 2004 por haber documentado en un film la violencia contra las mujeres en las tierras musulmanas, las revueltas que provocaron muertes en el Medio Oriente en el 2005 luego de que Newsweek informara erróneamente que un Corán había sido profanado por soldados norteamericanos en Guantánamo, y la cólera colectiva parisina en la que enardecidos musulmanes incendiaron miles de automóviles en unas pocas semanas para protestar su marginación social, son solo algunos de los ejemplos más salientes a colación. Que sus bruscas protestas ocurran en paralelo a atropellos que ellos mismos cometen contra otras religiones tan solo puede darle un cierto toque irónico -sino directamente hipócrita- a todo el asunto. ¿No fueron acaso musulmanes quienes derribaron dos estatuas milenarias de Buda en Afganistán? ¿No ha sido acaso en las mezquitas palestinas donde cotidianamente por más de una década ya se viene tildando a los judíos de perros y cerdos? ¿No es acaso en la televisión egipcia donde se emite una serie de 41 episodios basados en los “Protocolos de los Sabios de Sión”? ¿No es acaso en Arabia Saudita donde no se puede ingresar al territorio soberano con cruces o estrellas de David? ¿No es acaso en Jordania donde está penalizada con la muerte la venta de tierras a judíos?

He aquí un choque de culturas en donde el valor occidental de la libertad de expresión, por un lado, y la intolerancia islámica, por otro lado, colisionan irremediablemente. “La libertad de expresión simboliza la guerra contra el Islam” se leía en una pancarta cargada por una turba en Dacca, Bangladesh. Se equivocan, sin embargo, los fanáticos de Dacca. La verdadera guerra contra el Islam la están llevando a cabo ellos mismos: los oscurantistas en sus propias tierras que reprimen todo vestigio de libertad personal, pensamiento crítico y actitud tolerante, quienes con su extremismo religioso, político y cultural insisten en mantener estancado al Islam en el medioevo, aquellos que con cada nuevo atentado en nombre de Alá confirman la certeza del pionero Samuel Huntington que allá por el año 1993 vaticinó precisamente lo que a lo largo de los años, y de manera cada vez más evidente, se ha ido desarrollando: un choque entre la civilización islámica y la judeocristiana occidental. Y se equivocan más aún, por sobre todo, aquellos musulmanes que consideran más dañino a su Fe unas simples caricaturas que su apoyo –a través del aplauso o del silencio- al fanatismo de sus correligionarios terroristas-suicidas.

Febrero de 2006
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