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Periódico Judío Independiente
Los árabes y el terrorismo
Por Julián Schvindlerman
Especial para Comunidades

Los árabes no fueron los creadores del terrorismo político, pero incuestionablemente han sido sus principales propagadores a escala global. A partir de la década de los años sesenta del siglo pasado, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) había mundializado el terrorismo con un alto factor de atrocidad mediante el secuestro aéreo, naval y terrestre, los ataques contra embajadas, la toma de rehenes, y los atentados en centros urbanos, entre otros crímenes. Desde la década del ochenta, agrupaciones musulmanas tales como el Hizbullah generaron el terrorismo de índole suicida, modalidad posteriormente adoptada por el Hamás y la Jihad Islámica, por citar tan sólo dos de los varios grupos imitadores. Ya en los años noventa, el movimiento fundamentalista Al-Qaeda perfeccionó la técnica hasta convertirla en un oficio diabólicamente espectacular, cuya expresión más espantosa hasta la fecha la hemos presenciado a comienzos del presente siglo con la masacre simultánea de cerca de 3000 personas en los Estados Unidos de América en un único atentado múltiple.

Durante todo este período, el mundo árabe se ha resistido a tildar de terrorismo al asesinato deliberado de civiles indefensos con fines políticos, con el propósito de validar los ataques anti-israelíes perpetrados por militantes palestinos bajo la consigna de la liberación nacional. Y así, por décadas, los debates al respecto en las Naciones Unidas quedaron trabados por la voluntad de mayorías automáticas que veían al terrorista como un fedayeen (guerrero) al servicio de la liberación (para los nacionalistas) o como un shahid (mártir) al servicio de Allah (para los ortodoxos). Inclusive los atentados no efectuados contra israelíes o judíos como blanco principal -tales como los llevados a cabo por Al-Qaeda contra occidentales en Londres, Madrid o Nueva York- no sólo no despertaron mayor encono en la sociedad árabe, sino que –al menos en lo relativo al ataque contra el World Trade Center- dispararon manifestaciones de euforia en algunos rincones del Medio Oriente.

Una vez que los islamistas comenzaron a atacar a sus hermanos en Bali, Ryhad, Bagdad y Sharm el-Sheikh, entre otros lugares, entonces los árabes parecieron evidenciar alguna predisposición a considerar al terrorismo...terrorismo. Solamente entonces surgió en las sociedades árabes el debate acerca de las virtudes o defectos del terrorismo suicida en nombre del Islam. Pocos casos ilustran esto tan claramente como el reciente ataque simultáneo a tres hoteles en Ammán, en el que las víctimas fueron mayoritariamente musulmanas, árabes y palestinas. De esta forma, durante el primer año de la guerra en Iraq, el apoyo popular en Jordania a los atacantes-suicidas islámicos anti-americanos rondaba el 70% según la encuestadora Pew Research Center. Hoy, el 91% de los jordanos considera a Al-Qaeda una agrupación “muy negativa” o “algo negativa” conforme a una encuesta citada por The New York Sun. Similarmente, una encuesta realizada en la Universidad Jordania en el 2004 mostró que 2/3 de los encuestados veía a Al-Qaeda en Iraq como una “legítima organización de resistencia”. Después de los atentados en Ammán, una nueva encuesta indicó que nueve de cada diez encuestados que previamente habían visto con agrado a Al-Qaeda habían cambiado de opinión. (Vaya el crédito al analista estadounidense Daniel Pipes por las cifras arriba citadas).

Análogamente, la tribu Al-Khalayleh -de la que surgió Abu Musab al-Zarqawi, el líder de Al-Qaeda en Iraq que se atribuyó la autoría de los atentados en Ammán- recién ahora decidió desligarse de su pariente. Según un cable de Associated Press, el clan tribal publicó un solicitada de media página en los tres principales diarios jordanos en la que anunciaba que cortaba vínculos con él “hasta el apocalipsis”. Vale decir, la tribu no halló necesidad alguna de desvincularse de al-Zarqawi cuando los miembros de su agrupación atacaron la sede de la ONU en Bagdad, ni cuando masacraron a niños iraquíes mientras recibían caramelos de las manos de soldados norteamericanos, ni cuando hicieron explotar mezquitas repletas de feligreses islámicos, ni -por supuesto- cuando los luchadores de al-Zarqawi decapitaron a periodistas occidentales y trabajadores orientales frente a sus macabras cámaras de televisión. Solo cuando los secuaces de al-Zarqawi mataron a ciudadanos jordanos en suelo jordano, entendieron sus familiares nacidos en Jordania que había que distanciarse de su agresivo pariente.

No obstante lo arriba relatado, sería prematuro albergar alguna ilusión en torno a un posible cambio sustancial en las percepciones árabes hacia el terrorismo al corto o mediano plazo. Las sociedades árabes e islámicas están demasiado impregnadas de la ideología extremista que fomenta el terrorismo, ellas habitan en una cultura saturada de exaltación al sacrificio y a la muerte, en la que la violencia política es parte y parcela de la experiencia nacional. A excepción de la protesta auténtica de unos pocos valientes intelectuales, la condena al terror en el mundo árabe-islámico es temporaria y basada en el cálculo del interés. El rechazo al terrorismo por razones morales es inexistente. Y mientras este siga siendo el caso, seguiremos topándonos con nuevas y variadas manifestaciones de oportunismo y llana hipocresía.

Noviembre de 2005
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