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Periódico Judío Independiente
Inquietud en el Pacífico
Por Julián Schvindlerman
Especial para Comunidades

Asia en estos momentos no está en calma. Varias disputas regionales –la nuclearización de Corea del Norte, el acoso chino a Taiwán, la tensión chino-japonesa debido a su pasado, discrepancias territoriales entre el Japón, la China y Corea del Sur, el choque entre distintos regímenes políticos, competencia comercial, etc -le quitan la paz a ella y la tranquilidad al resto del mundo. Ciertamente, una mirada superficial por los actuales campos de la controversia asiática nos da una somera idea del potencial de conflicto que yace bajo la capa de admiración universal por la promesa económica regional.

La República Popular China ocupa un lugar central en esta compleja telaraña de problemas. Debido a su tremendo tamaño geográfico y poblacional, a su creciente militarización, a su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, al impacto que sus productos ejercen en la economía global y al magnetismo para inversiones extranjeras que detenta su mercado, entre otros factores, la China es cada vez más regularmente vislumbrada como una próxima superpotencia mundial. La influencia china en la economía global ha sido tema de debate desde hace ya un largo tiempo; ahora se ha sumado un nuevo foco de atención en el impacto futuro sobre el sistema político internacional que conllevaría el despertar de este Gulliver oriental.

El híbrido modelo chino -que combina un sistema político comunista con un sistema económico liberal- oculta numerosos resentimientos domésticos nacidos de las grandes disparidades entre ricos y pobres (el 60% de la población, unas 800 millones de personas, vive en zonas rurales con menos de un dólar por día), la corrupción esparcida, y el abuso partidario, los que conforman el caldo de cultivo propicio para el estallido social. La estabilidad política china lejos está de ser asegurada por su dramático crecimiento económico. Externamente, China enfrenta traspiés en su relación con sus vecinos Japón, Corea del Norte y Taiwán, y debido a todo ello también con los Estados Unidos (a los que debemos sumar otras desavenencias propias de la relación bilateral).

EE.UU. no está conforme con el papel jugado por Pekín en el diálogo nuclear multilateral con Corea del Norte- país dictatorial que trafica armas, dólares falsos y drogas- y al que la China exporta gran parte del consumo energético y alimenticio. China teme que el colapso del régimen de Kim Jung II podría fomentar un éxodo masivo de refugiados hacia su frontera, razón por la cuál se opone a la imposición de sanciones internacionales, así como también por la preocupación del precedente sentado que podría a futuro ser aplicado contra Pekín. La reciente adopción de la legislatura china de una ley anti-secesionista que amenaza con el uso de la fuerza militar a Taiwán si la isla democrática fuera a declarar su independencia, ha irritado no solamente a los EE.UU. sino que ha dañado la iniciativa europea de levantar el embargo militar que pesa sobre la China desde que el régimen comunista reprimiera violentamente una manifestación pro-democrática en la Plaza Tiananmen en 1989.


Sus roces con el Japón han quedado en manifiesto recientemente a la luz de una controversia supuestamente generada por el revisionismo histórico japonés acerca de su rol como invasor en las décadas del 1930 y 1940, aunque la propia China también ha adoptado una narrativa auto-exculpadora de sus propios excesos históricos. Además de pelear por el pasado, ambas naciones mantienen en el presente una disputa territorial por unas islas y unas zonas económicas exclusivas en el océano pacífico. Pero es en torno al futuro –comercial primordialmente- donde la relación sino-nipona es especialmente compleja, con instancias tanto de competencia como de cooperación. Por ejemplo, el año pasado la China desplazó al Japón de su lugar como segundo importador de petróleo del mundo, luego de EE.UU., a la vez que se transformó en el principal socio comercial del Japón, a expensas de EE.UU. Lo que es indudable, tal como notara la revista británica The Economist, es que “en tanto ambos países se han hecho más ricos, más poderosos y más importantes como socios comerciales, así se han convertido en rivales naturales por la primacía dentro de su región”.

En efecto, Asia no está en calma. Aunque en rigor a la verdad, rara vez lo ha estado. Es solo que en un ambiente global ya de por sí saturado de amenazas a la paz y a la seguridad, el aporte de inestabilidad del lejano continente asiático –con sus ingredientes nucleares, totalitarios, nacionalistas, y competitivos- luce depresivamente familiar.

Mayo de 2005
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