El 8-11 pasado, la IAEA (Administración Internacional de Energía Atómica), presentó a la opinión pública mundial un elaborado informe acerca del programa nuclear iraní. En él se denuncia con crudeza que el programa va mucho más allá del mero desarrollo “con fines pacíficos” de la tecnología nuclear, y que el único, evidente e innegable propósito es la producción de la bomba atómica. Peor aún, el informe denuncia que este programa se halla mucho más avanzado de lo que previamente se creía.
Ahora ya no hay dudas: Irán va a camino a convertirse en potencia nuclear. Y lo hará en poco tiempo. Para algunos países, tal como Israel, la peor pesadilla pasó a convertirse en realidad.
Ahora es oficial.
El informe reveló aspectos más inquietantes que el mero recuento de máquinas centrifugadoras para enriquecer uranio. Los iraníes contarían con programas informáticos suficientemente avanzados para simularán una detonación nuclear, lo que haría innecesario realizar un ensayo. Además, el régimen de Teherán estaría en posesión de las cámaras de implosión, imprescindibles para que el combustible atómico (uranio, plutonio) se transforme en bomba atómica. La cámara se encontraría ubicada en la localidad de Parchin, al norte de Irán, y habría sido construida bajo la tutela del experto nuclear ruso Vyascheslav Danilenko hace por lo menos 6 años.
Todos estos datos habrían sido groseramente ocultados por el ex jefe de la IAEA, Mohammed el Baradei (actual candidato a presidente de Egipto), hecho que ya fue denunciado por Ehud Barak, ministro de defensa de Israel.
Los pronósticos más prudentes prevén que las primeras 4 o 5 bombas atómicas iraníes estarían disponibles no más allá del próximo mes de marzo de 2012. Otras evaluaciones consideran que Teherán estaría ya mismo en posesión de al menos una bomba. Sea como fuere, las revelaciones de la IAEA fueron lo bastante impactantes como para hacer cambiar de opinión a los ministros del gabinete israelí que hasta hace poco se oponían a cualquier operación armada en contra de Irán. Ahora, el acuerdo para la solución militar sería bastante amplio. El tema de una acción bélica destinada a desbaratar el programa atómico iraní se “filtró” llamativamente a la prensa israelí, que debatió largamente acerca de ello, no obstante la desmentida del gobierno. Sin embargo, más allá de la desmentida, el ministro Mijael Eitán leyó ante el plenario de la Knesset, el 16-11, una carta firmada por Netanyahu en el que se aseguraba que “el Primer Ministro y los organismos autorizados están actuando a fin de detener el programa nuclear iraní”. Llamó la atención que las actuaciones a las que aludía la carta estaban redactadas en tiempo verbal presente, sugiriendo que ya habría acciones en curso. Algunos días antes, una base de misiles estratégicos de la Guardia Revolucionaria, explotó misteriosamente a 46 kilómetros de Teherán (ver aparte).
Las razones de Teherán.
Cualquier estratega militar iraní comprende que si un primer golpe nuclear fallara –aunque sea parcialmente- expondría a su país a un contraataque de Israel feroz y despiadado. Entonces ¿por qué se afanan tanto los líderes de Teherán en obtener la bomba?. La respuesta hay que buscarla en el contexto regional. Sin duda, un Irán atómico supone la hegemonía política de los ayatollah en todo el Golfo Pérsico; los estados petroleros del Golfo quedarían a merced de sus propias minorías (o mayorías) chiítas, las cuales podrían sublevarse y contar con apoyo de Teherán, libre de intervenir a gusto, a sabiendas que sus adversarios sunnitas quedarán rápidamente intimidados por el poder nuclear iraní.
La secta shiíta es la que predomina en Irán, y tiene ramificaciones en todo el Medio Oriente; los sunnitas, sus archirivales, son los que gobiernan en los países del Golfo, siendo Arabia Saudita su principal exponente.
Si tal cosa ocurriera, y Teherán impusiera su voluntad a sus vecinos, estaría en posición de convertirse en el árbitro mundial del precio del petróleo, con todo lo que ello implica (Saddam Hussein, hace 2 décadas, había intentado hacerlo invadiendo Kuwait). Es este el peligro –y no la amenaza contra Israel- al que Washington y los gobiernos de Occidente buscan poner freno.
En tanto que para Washington Irán supone una amenaza a sus intereses, para Israel supone una amenaza existencial: debido al pequeño tamaño y la alta concentración poblacional israelí, un solo artefacto atómico sería destructivo y muy poco podría quedar en pie del joven estado hebreo. No hay en ello lugar para las dudas: un Irán atómico abre las puertas a una nueva Shoah para los judíos. Y aunque estas armas estuviesen pensadas para usarse tan sólo de manera reactiva, Hezbollah y otros aliados que tiene Irán alrededor de Israel, quedarían en posición de atacar impunemente sabiendo que los israelíes están maniatados por la posibilidad de sufrir un bombardeo atómico.
El por qué del fracaso de las sanciones.
Para que un programa de sanciones sea eficaz, se necesitan dos condiciones: que cuenten con un apoyo amplio –o incluso unánime- de la comunidad internacional, y que tengan tiempo para surtir efecto. Ni una cosa ni la otra se dan en el caso de Irán.
Las sanciones económicas son inviables desde el momento en que Irán es proveedor de un insumo de alta demanda: el petróleo. No existe tampoco voluntad de sancionar a Irán en un amplio grupo de naciones, y sumado a lo anterior, China y Rusia estarían listas para vetar cualquier plan demasiado severo (de hecho, los rusos y chinos ofrecieron a los iraníes un amplio menú de alternativas de evasión en caso de bloqueo financiero, apenas se planteó tal posibilidad). Tampoco el factor tiempo juega a favor de Washington –el gran impulsor de este tipo de medidas- puesto que el programa atómico ya está tan adelantado que ningún mecanismo sancionador llegaría a tiempo para frenarlo. Si las sanciones se hubieran comenzado a aplicar a mediados de la década pasada, cuando la iniciativa nuclear iraní cobró impulso, es posible que hoy no estaríamos ocupándonos de este asunto. Pero la IAEA, la ONU y la comunidad internacional en general, reaccionaron tan desganadamente, que nadie hizo nada. Ni siquiera cuando el presidente iraní Ahmadinejad se ha venido comprometiendo públicamente a destruir Israel. Se trata de un caso perfecto de adecuación de los medios al objeto: armas atómicas para aniquilar a “la entidad sionista”.
Sin embargo, Mohamed el Baradei insistió durante años que el programa nuclear iraní era totalmente pacífico, en tanto que la comunidad internacional miraba para otro lado. Hasta el propio ex presidente de Brasil, Lula da Silva, lanzó una rocambolesca iniciativa política, a mediados del año pasado, para salvar el trasero de Ahmadinejad frente al programa de sanciones impulsado por Washington, Londres y Berlín. Toda estratagema era válida para permitirle a Teherán ganar tiempo y convertirse así en una nueva potencia nuclear: el Irán atómico
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