La última entrega cinematográfica de la saga Batman ofrece refrescantes referencias políticas relativas a la guerra contra el terrorismo. Acostumbrados como estamos al auto-castigo flagelante de la comunidad artística Hollywoodense, “El Caballero de la Noche” brinda una saludable excepción de refinada sofisticación. Se trata de un blockbuster y no de un ensayo político, desde ya, pero aún desde ese lugar el film es políticamente instructivo a la vez que maravillosamente entretenido.
Los habitantes de Ciudad Gótica están amenazados por un personaje siniestro de aspecto estrafalario y diabólicamente creativo en sus complots (impecable composición póstuma de Heath Ledger del personaje del “Guasón”). Su vocación por hacer el mal y las divulgaciones televisadas de los asesinatos de sus rehenes tienen un paralelo evidente con Osama Bin-Laden y las decapitaciones de sus seguidores fundamentalistas. Viéndolo por televisión, Batman se pregunta en voz alta cuál será su motivación. Así pretende entenderlo y diseñar un curso de acción. Es en la respuesta de su leal mayordomo donde encontramos una de las más claras afirmaciones del film. Éste lo disuade diciéndole que, sencillamente, “Hay gente que sólo desea ver el mundo arder”. Ello constituye un ataque al corazón del dogma progresista multicultural: no todos deseamos las mismas cosas ni compartimos un lenguaje moral común. El punto está reforzado en otras escenas de la película, como cuando El Guasón explica a sus víctimas los supuestos orígenes de la cicatriz que cruza su rostro en forma de sonrisa perversa. A un hombre le dice que se debe a la agresividad paterna; a una mujer, que él mismo se la hizo en prueba de amor a la esposa que lo traicionó. Es recién en el segundo caso que advertimos que El Guasón miente y que la compasión que pudimos haber sentido por su trauma personal es irrelevante. Es recién entonces que comprendemos que las “causas” invocadas de su resentimiento eran superfluas, y que tal como las causas generalmente atribuidas al comportamiento de los terroristas de nuestra contemporaneidad, éstas son meras excusas que encubren una inclinación interna por el mal.
El film está repleto de simbolismos. La confusión reinante entre víctimas y victimarios podemos verla retratada en una situación de toma de rehenes. Secuaces del Guasón se hallan apostados próximos a grandes ventanales en un edificio sumido en la oscuridad que contiene a un grupo de rehenes secuestrados. La policía quiere abatirlos con francotiradores, pero nuestro héroe Batman señala que “nada es tan simple con El Guasón”, y al acercarse, descubre que los secuaces eran en realidad los rehenes disfrazados y maniatados mientras que los malvados vestían como médicos. Desconozco si era la intención de los productores, pero una lección posible sería: cuidado con las lecturas superficiales de la realidad. En otro momento del film, Batman recurre a un sistema de escuchas ilegales para detectar el escondite de su Némesis. Una vez logrado ello, destruye el sistema. Clara alusión a las protestas demócratas contrarias a las medidas antiterroristas de la administración Bush. El film parece estar sugiriendo que ante amenazas a la seguridad colectiva es necesario restringir temporalmente las libertades civiles para garantizarlas a largo plazo.
Una de las escenas más impactantes del film ocurre cuando El Guasón informa a los tripulantes y pasajeros de dos barcos próximos en altamar que ambos están cargados de explosivos. Cada tripulación tiene en sus manos el detonador de la carga explosiva del otro barco. Les da diez minutos para tomar la decisión: él desea ver como los pasajeros de uno de los barcos provoca la explosión del otro para salvar su pellejo. En uno de los barcos, se efectúa una votación (tributo a la democracia estadounidense) y se decide por mayoría hacer estallar al otro barco. Pero nadie se atreve a pulsar el botón. Nadie parece dispuesto a cargar con tamaña responsabilidad. En el otro barco, un hombre fornido, tatuado, rapado y con un ojo de vidrio se dirige hacia el capitán del barco y le exige el detonador con estas palabras: “Haré lo que Ud. debió haber hecho hace diez minutos”. Acto seguido, arroja el detonador por la borda. Maestra manipulación psicológica; estábamos seguros que detonaría la bomba ajena. Pero no. La solidaridad prima. Triunfa la unión y pierde el Guasón, a quién Batman -enfrascado en ese mismo instante en una lucha con éste- dice: “No todos son como vos”. Sin ser ingenua, la película defiende el optimismo. Existe el mal, ciertamente, pero también existe el bien.
“Batman: El Caballero de la Noche” es un film de ficción y no caeremos en el exceso interpretativo. No obstante resulta claro que incluye observaciones filosóficas, moralejas políticas, y referencias culturales pertinentes a la actualidad. El film no es perfecto; podemos encontrar aquí y allá elementos que seguramente reprobaremos. Pero visto en su conjunto, nos recuerda que la lucha contra el mal requiere de líderes dispuestos a confrontar a los enemigos de la humanidad con los únicos códigos que éstos entienden. Algo que, por esta vez, parece ser visto más claramente en Hollywood que en otras partes.
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